500 días en un agujero

Hace unos años fue muy famosa la historia de una farmacéutica, secuestrada en la ciudad de Olot, y mantenida en un agujero en el que apenas podía moverse, durante más de quinientos días.

Al final, pudo ser liberada, y en el juicio contra sus secuestradores, le preguntaron qué fue lo que le hizo continuar hasta el final y no desesperarse al no saber ni siquiera si era de día o de noche, cuánto tiempo llevaba allí, o cuando iba a salir.

Ella respondió: “Puede parecer una tontería, pero rezaba el padrenuestro y me quedaba tranquila” Lo dijo casi como si creyese poco en lo que estaba diciendo, o como si se disculpase, pero ella misma se dio cuenta de la trascendencia de recitar una oración a Dios.

Algunos piensan que Dios no nos escucha.

Les resulta imposible creer que alguien pueda “hacer caso” de lo que nos ocurre, e incluso que pueda saberlo. “Alguien como el Creador debe estar demasiado ocupado y distante como para saber lo que está sucediendo en la vida de cada uno de nosotros” piensan muchos.

No saben que no es la distancia ni la ocupación lo que determinan que Dios nos escuche, sino su deseo de ayudarnos. De la misma manera que un mensaje de nuestro cerebro se mueve a más de trescientos kilómetros por hora en nuestro cuerpo por medio del sistema nervioso, Dios escucha lo que nos ocurre y lo que le decimos, ¡Aún antes de que salgan las palabras de nuestra boca!

¿Sabes lo que ocurre? Muchos no oran hasta el último momento, hasta que no hay más remedio. Otros no lo hacen hasta que no se encuentran en una situación desesperada, porque mientras pueden resolver ellos todas las cosas, no necesitan a su Creador. Algunos incluso sólo se acuerdan de Dios cuando las cosas van mal, pero lo hacen para echarle la culpa de todo y para descargar su ira contra quién más los ama.

Hace ya muchos años que un hombre dejó escritas estas palabras “Al sentir que se me iba la vida, me acordé de Dios” (*) Y esa ha sido y sigue siendo la experiencia de mucha gente: No importa si creen en Dios o no, cuando llega la dificultad, todos miran hacia arriba.

No esperes a una situación límite, ahora mismo es el momento de hablar con Dios. Si todo va bien, merece la pena escucharle y poner este día en sus manos, disfrutar de cada cosa que El nos ha dado y vivir cerca de El, porque sin ninguna duda es quién más nos comprende. Si las cosas van mal, nos daremos cuenta cómo nuestra propia actitud cambia y nuestra confianza crece cuando hablamos con Dios

El está muy cerca de ti, mucho más de lo que piensas.

(*) Jonás 2:7