Nunca antes se había producido, en la historia de la humanidad, un número tan grande de desplazamientos forzados. La iglesia tiene mucho que decir, pero una gran parte calla.
Cientos de sandalias de goma barata se desgastan y se rompen; desaparecen. El día 20 junio es el Día Mundial de los Refugiados. Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU desde 2007, justifica esta fecha recordándonos que “los refugiados son personas como las demás, como tú y como yo”. Y añade: “antes de ser desplazados, llevaban una vida normal y su mayor sueño es recuperarla... En este Día Mundial de los Refugiados, recordemos la humanidad que nos es común, celebremos la tolerancia y la diversidad y abramos nuestro corazón a los refugiados en todo el mundo”. Un emotivo discurso que se pierde nada más caer en el saco roto de Europa.
Nunca antes se había producido, en la historia de la humanidad, un número tan grande de desplazamientos forzados. Según ACNUR, “la persecución, los conflictos, la violencia generalizada y las violaciones de derechos humanos han creado una “nación de desplazados” que, si fuera un país, sería el vigésimo cuarto mayor del mundo”.
La mayoría de estos nómadas, el 51%, son menores de 18 años. Huyen de la guerra sin mirar atrás. Clavan sus ojos en nuestro estado de bienestar. Como nosotros, también quieren paz, bufet libre y un selfservice de comodidad todos los días. Ansían habitar en la doctrina de Occidente: la autoayuda. “Cumple tus sueños; si tú quieres, puedes”. No está de moda depender de terceros. El discurso que hoy triunfa es el de “Juan Palomo: yo me lo guiso; yo me lo como”.
¿Qué pasaría si por un solo día calzáramos aquellas sandalias de goma barata? Un día sin comer, sin beber, sin asearnos, sin descansar, sin leer, sin reír, sin saber hacia dónde huír. Un día sin libertad, forzado por una mano violenta a salir corriendo de la escuela, del trabajo, de tu hobby favorito. Un día sin llorar de alegría, porque el zarpazo, esta vez, te priva para siempre de las personas que más amas.
Pero a nosotros, unos kilómetros más a la izquierda, nos preocupan otros temas: ¿usan la tablet nuestros hijos en la escuela?, ¿compraremos una televisión de 55”? ¿ gestionamos bien las emociones?, ¿iremos a la playa este verano? El hombre que explora el universo levanta muros de exclusión en la tierra. ¿De verdad que queremos ser robots?
La iglesia tiene mucho que decir, pero una gran parte calla. La religión es la vara que azota al prójimo. El amor no es religioso. Dios no vino a mejorar el mundo. ¿Cuál es la religión verdadera? Los que se afanan por explicarla sacan a Jesús de la ecuación y encarcelan a Dios en la jaula ciega de sus parámetros. Son “ultras” religiosos.
Los púlpitos no palpitan porque han reducido el faro de la Palabra a una pequeña velita que se enciende a nuestro capricho, con tan solo unos céntimos, para satisfacer nuestros deseos. “Pedís y no recibís”. Hemos olvidado el Pan que calma el hambre y el único Vino que no nos embriaga de hedonismo. Queremos comida rápida, basura que no sacia pero sí engorda y crea adicción. En definitiva, buscamos un Dios de calderilla que nos sirva para pagar nuestras cuentas mal balanceadas.
¿Dónde están los pescadores de hombres que se preocupan por los menores atrapados en la Red? ¿Qué cobertura les damos a los que dependen de nosotros?, ¿la 3G o la 4G? Los refugiados siguen llorando, pero nuestros oídos están taponados por el estruendo de las pantallas digitales. Levantemos la mirada ante el prójimo que agoniza. Sujetemos con una mano a los que están cerca mientras ayudamos a los lejanos.
Jesus sigue abrazando al que huye, al desvalido y al enfermo terminal. También al refugiado. El Maestro no pasa de largo ni cierra su Puerta. Él sigue contando contigo y conmigo para marcar la diferencia también entre los refugiados.
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