A pesar del enorme salto temporal, cultural y espacial, lo que se dice en esta carta sigue explicando hoy cuál es nuestra relación con Dios por medio de Jesús.
A este Cristo proclamamos, aconsejando y enseñando con toda sabiduría a todos los seres humanos, para presentarlos a todos perfectos en él. Con este fin trabajo y lucho fortalecido por el poder de Cristo que obra en mí.
Colosenses 1:28-29
Este verano lo estoy pasando en la Colosas del siglo I. Cada semana leeré una parte de la carta de Pablo a los cristianos de esa ciudad e intentaré entender qué dice allí que, en amor, es aplicable a nuestro contexto. Si queréis acompañarme, podemos comentar el viaje en Twitter y Facebook a través de #VeranoEnColosas.
Nosotros, desde este lado de la historia, abrimos un libro de más de mil páginas con encuadernación cosida o fresada y una impresión offset en “papel biblia”, que es un tipo de papel muy fino que normalmente lleva fibras de algodón o lino para hacerlo más resistente debido a su ligereza. Quizá ha sido impreso en algún lugar de Taiwán o de China, por eso de la descentralización industrial y el abaratamiento de los costes.
Desde el otro lado de la historia, Pablo y Timoteo escribían una carta a un grupo de cristianos en una ciudad grecorromana del interior de Anatolia (actual Turquía), de la zona de Frigia, en un trozo de papiro hecho de fibras vegetales entrelazadas y con un cálamo que tenían que mojar cada pocas letras (que escribían con delicadeza y calma, adiestrados para no equivocarse) con una tinta que muy probablemente ellos mismos hubieran fabricado. Muchos de aquellos cristianos a los que se dirigían las palabras, su gran mayoría (por lo que se deduce del v. 27), no eran judíos, y se habían convertido por el testimonio y el trabajo de alguno de los que se convirtieron con Pablo y viajaron hasta esa zona, a donde, en su época, se tardaba más en llegar que hoy a Taiwán o a China.
Desde este lado de la historia tenemos dos mil años de libros, sermones, estudios, comentarios bíblicos acerca de los orígenes, las ideas, la teología, las interpretaciones y detalles de esta pequeña carta que nos ha llegado a través de copias medievales y cuyos originales hace muchos siglos que se destruyeron. Desde el otro lado de la historia Pablo está encarcelado en Roma, como veremos en el último capítulo, sufriendo una situación delicada, rodeado de amigos, hermanos y compañeros de misión, debatiendo las cuestiones de la carta pero a la vez aislado y, quizá, con no demasiada buena salud.
Allí, en aquel lado de la historia, Pablo y los suyos conversaban sobre las palabras griegas que mejor explicaban la doctrina verdadera, la que Pablo había recibido del Señor tras su conversión, que había escuchado de Pedro, el apóstol, y que el resto de seguidores directos del Jesús que caminó sobre la tierra habían refrendado.
Aquí, a este otro lado, leemos esas palabras traducidas a nuestra lengua vernácula, evolucionada tras miles de años del latín que se hablaba en la Roma en donde Pablo estaba encarcelado.
Y, aun así, a pesar de este enorme salto temporal, cultural y espacial (e incluso ciberespacial), lo que se dice en esta carta sigue explicando hoy cuál es nuestra relación con Dios por medio de Jesús, y por eso debemos leerlo, entenderlo y hacerlo nuestro.
Pero este salto también nos habla de nuestra condición, de los malos vicios que adquirimos en el camino, no muy diferentes de los malos hábitos o creencias contra los que se advertía a los colosenses.
Y la cuestión de todo esto es entender que Pablo y el resto de apóstoles, misioneros, predicadores o plantadores de iglesias de su época (como queramos llamarlos), proclamaban, aconsejaban y enseñaban a Cristo a todo el mundo por medio de la sabiduría que les había llegado de Dios, y esa es la misma enseñanza, explicada en los próximos capítulos de esta carta, que nosotros aprendemos y hacemos nuestra.
Yo no dejo de pensar en que mis hermanos de Colosas, de Corinto, de Roma y Éfeso eran mis hermanos, tiempo y distancia de por medio, porque compartimos la misma fe en el mismo Jesús, el mismo Cristo; su doctrina es tan verdadera como la mía, aunque no “parece” que la hayamos sacado del mismo sitio. Los colosenses ya tenían esa doctrina antes de recibir su carta (la enseñanza que les habían transmitido quienes les hablaron por primera vez de Cristo y fundaron su iglesia), muchos siglos antes de que existiera la Biblia tal y como nosotros la conocemos y muchos decenios antes de que su carta (escrita para corregir las desviaciones y afirmar el evangelio) fuera incluida en el canon del Nuevo Testamento. Sin embargo, la doctrina, la información necesaria para entender quién es Jesús, convertirse a él y ser salvos, ya existía. En las reuniones de los cristianos de Colosas se explicaban los textos de las Escrituras del todavía no Antiguo Testamento y se señalaba cómo se habían cumplido en Jesús. Se repetían sus enseñanzas mucho antes de que nadie las hubiera escrito, en un sistema oral de primerísima fiabilidad y que en nuestro mundo moderno no podemos alcanzar a entender. Las diferencias doctrinales que surgían lógicamente de la colisión de tantos mundos hasta ahora enfrentados (judíos y gentiles, Oriente y Occidente, semíticos y latinos, etc.) se solventaban con diligencia pero sin agobio por medio de estos escritos que se pasaban unas iglesias a otras. Se solucionaban en el debate, la enseñanza y, sobre todo, como dice este texto, por el poder de Cristo obrando en todos los hermanos bajo el señorío del Espíritu.
A veces creo que ponemos la Biblia que tenemos hoy (la de la encuadernación fresada e impresión offset) por encima de la verdadera doctrina que ya existía en la iglesia cuyo reflejo percibimos en sus páginas. Y quizá lo hacemos sin querer, por pura ignorancia, o por puro celo en las cuestiones doctrinales, que no es algo malo de por sí; pero poder pararnos a observar detalladamente cosas como estos versículos de Colosenses con toda su dimensión histórica a mí me sirve para volver a poner las cosas en su sitio, y a Cristo el primero, por encima de todo, incluso de mis propias creencias. Puesto que la Biblia es una bendición tan grande, todos corremos el riesgo de volvernos un poco bibliólatras, de omitir el orden lógico de cómo nos ha llegado la información que allí se enseña, y de perder el sentido verdadero de lo que tenemos entre manos.
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