En los comentarios de la protagonista late el prejuicio religioso de una España que desconoce la Escritura, pero que odia todo lo que suene a protestantismo.
Medio siglo después su publicación, vuelve a los escenarios españoles la obra de teatro basada en el libro de Miguel Delibes, “Cinco horas con Mario”. Treinta y seis años después de su estreno, regresa a Madrid de la mano del mismo productor (José Sámano), la misma directora (Josefina Molina), y la misma actriz (Lola Herrera). En ella vemos a una mujer española, Carmen Sotillo, que vela el cadáver de su esposo una noche de 1965, inmersa en un largo monólogo que desvela la incomprensión y mezquindad de la mentalidad social que fomentó el Régimen impuesto tras la contienda civil. Sus comentarios parten de los textos subrayados en una Biblia que leía su marido. En ellos late el prejuicio religioso de una España que desconoce la Escritura, pero que odia todo lo que suene a protestantismo.
Lola Herrera era ya una actriz famosa cuando empezó a interpretar a esta mujer castellana en 1979. Su carrera había empezado también en Valladolid, como Delibes, donde nació y estudió en un colegio de monjas, antes de venir a trabajar a Madrid en las populares radionovelas de Sautier Casaseca, tan populares en la España franquista. Se dedica entonces al teatro de la mano de su futuro suegro, Manuel Dicenta, para entrar luego en televisión. Pero su reconocimiento pleno no viene hasta protagonizar esta obra de Miguel Delibes, la segunda en adaptarse al teatro, tras “La guerra de nuestros antepasados”, que no hace mucho volvió también a los escenarios españoles.
Durante los años ochenta Herrera recorre España y América con esta obra. En esa época hace la película “Función de noche”, una curiosa radiografía de su fracaso matrimonial, que la directora Josefina Molina lleva a la pantalla de forma sobrecogedora. Es este estremecedor documento, grabado en los camerinos del teatro donde representaba “Cinco horas con Mario”, las miserias de su vida y relación con Daniel Dicenta, salen a la luz con toda su crudeza, en medio de los monólogos de la obra de Delibes. Su implicación con el personaje es ya tan grande, que tiene que abandonar los escenarios en 1989, a raíz de una crisis personal, que la hunde en una profunda depresión. Ahora vuelve a este soliloquio, que parece incapaz de separar de su vida.
A CUERPO PRESENTE
Una vez que la familia y las visitas se han retirado, esta mujer descubre en este velatorio los entresijos de su matrimonio, recordando su juventud, la guerra civil, y la monótona vida de provincias de una clase media, sin aspiraciones ni lujos. Cada escena se inicia con un texto de la Biblia que leía su marido. Él “leía sobre leído”, es decir “sólo lo señalado”, ya que la Escritura, “decía que le fecundaba y le serenaba”. Es con esos subrayados que Carmen pasa las últimas horas con Mario, ya de cuerpo presente. Y es entonces cuando le confiesa conocer el secreto de cómo ha llegado a conocer la Biblia:
“Una cosa, Mario, aquí para inter nos, que no me he atrevido a decirte antes, escucha; yo no daré un paso por informarme si es cierto lo que dice Higinio Oyarzun de que te reunías los jueves con un grupo de protestantes para rezar juntos”. Aunque le advierte: “Pero si sin ir a buscarlo alguien me lo demostrase, aun sintiéndolo mucho, hazte la idea de que no nos hemos conocido, de que nuestros hijos no volverán a oírme una palabra de ti, antes prefiero, fíjate bien, que piensen que son hijos naturales, que con gusto tragaré ese cáliz, que decirles que su padre era un renegado”.
Para eso no tiene tolerancia: “Sí, Mario, estoy llorando, pero bueno está lo bueno, que yo paso por todo, ya lo sabes, que a comprensiva y generosa pocas me ganarán, pero antes la muerte, fíjate bien, la muerte, que rozarme con un judío o un protestante”. Porque “si Cristo levantara la cabeza, ten por seguro”, dice Carmen, “que no vendría a rezar con los protestantes”. Ya que a su personaje en realidad le escandaliza la libertad religiosa: “¿Pues nos salen ahora con que los protestantes van a abrir una capilla aquí, en la esquina? Pero ¿es que estamos bien de la cabeza, imagínate, con cinco criaturas? ¿Con que tranquilidad les va una a dejar salir de casa? Es que no quiero ni pensarlo, Mario, que esto nos pasa porque no sois como debierais, la gente no medita ya en el Más Allá, ni tiene principios ni nada que se le parezca”.
PREJUICIO ANTIPROTESTANTE
“Los intelectuales”, dice esta señora, “con sus ideas estrambóticas, son los que lo enredan todo, que están todos medio chiflados, porque creen que saben pero lo único que saben es incordiar, lo único, fíjate bien, y sacar a los pobres de sus casillas que el que no acaba rojo, acaba de protestante o algo peor”. Afirma asombrada: “Si a estas alturas, también va a resultar que los protestantes son buenos, acabaremos por no saber dónde tenemos la mano derecha”. Ya que “la Inquisición era bien buena porque nos obligaba a todos a pensar en bueno, o sea en cristiano, ya lo ves en España, todos católicos y católicos a machamartillo, que hay que ver qué devoción, no como esos extranjeros que ni se arrodillan para comulgar ni nada, que yo sacerdote, y no hablo por hablar, pediría al gobierno que los expulsase de España, date cuenta, que no vienen aquí más que a enseñar las patorras y a escandalizar”,
Pero ¿qué relación tenía Delibes con el protestantismo, para poder imaginar semejante influencia en nuestro país? Tenemos que darnos cuenta que este libro, texto de lectura obligatoria ahora en todos los centros de enseñanza secundaria, está dedicado al Premio Príncipe de Asturias, José Jiménez Lozano. Este autor que se declara “jansenista”, no es sólo probablemente uno de los pocos escritores verdaderamente católicos que hay en nuestro país, sino también el que ha mostrado más interés por el protestantismo. Su amor por la Biblia le ha hecho escribir, desde su pueblo de Valladolid, el mayor numero de libros inspirados por la Escritura que podemos encontrar en la literatura española contemporánea. Gran amigo de Delibes, su testimonio ha hecho además que el escritor vallisoletano se enfrente a sus dudas de fe tan seriamente, que se ha convertido en una de las mayores preocupaciones de su vida.
LA TRAGEDÍA DE ESTE PAÍS
Decía Carmen Martín Gaite que “por esta novela no pasan los años”. Ya que aunque es cierto que el prejuicio antiprotestante no es tan virulento como en aquella época, tenemos que entender que esa ha sido la formación de muchas generaciones de españoles, que se han educado viendo al protestantismo como algo extranjero y pernicioso. No es extraño por lo tanto que muchos califiquen a los evangélicos como sectas. Ya que en nuestro país, o eres católico, o no eres nada.
Pero lo más trágico, es que la lectura de la Biblia no caracteriza ya a aquel sector disidente que representaba Mario. Esta mujer, ni lee, ni entiende la Biblia. Puesto que todo lo que dice a raíz de ella, está totalmente fuera de contexto. Pero sus inquietudes son sobre todo de un materialismo tal, que no tiene la menor curiosidad por cuestiones espirituales. Esa es la tragedia del país donde nací... ¡quiera Dios que un día sea distinto!
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