Acaba de fallecer el sueco Lars Gustaffson, que transmitió en su obra uno de los mensajes más profundamente existencialistas de la cultura de post-guerra.
Ha muerto el autor de uno de los discursos más desesperanzados de la literatura europea de nuestro tiempo, el sueco Lars Gustaffson. Su obra –reeditada recientemente por Nórdica–, “Muerte de un apicultor” (1978), fue muy comentada incluso en Estados Unidos. Escribí sobre ella en la revista Panorama Evangélico en 1986.
La novela traducida por Jesús Pardo, nos cuenta los últimos momentos de un maestro de escuela, que se ha jubilado anticipadamente a los cuarenta años, para dedicarse a sus abejas, cuando se enfrenta a la noticia de su inminente muerte por cáncer. Descubre entonces que “la muerte y la vida son dos cosas realmente monstruosas”…
El libro es el final de una pentalogía titulada Las grietas del muro. Su autor es un filósofo, poeta y novelista, nacido en Västeras en 1936. Profesor de la Universidad tejana de Austin, publicó su primera novela en 1957, revolucionando el panorama literario del norte de Europa con uno de los mensajes más profundamente existencialistas de la cultura de post-guerra. Títulos posteriores, como “Strindberg y el ordenador” o “Música fúnebre”, le consagraron como uno de los más importantes representantes de la cultura sueca contemporánea, junto al cineasta Ingmar Bergman.
ANATOMÍA DEL DOLOR
El protagonista de la novela, Lars Lennart Westin, apodado Comadreja, escribe un diario con sus anotaciones personales, a medida que avanza la enfermedad que causará su muerte. Su lento proceso, comienza con la carta que recibe del hospital local, comunicándole su diagnóstico, que prefiere quemar, en lugar de leerla. Ese día comienza una cuenta atrás y un viaje tras las huellas de sus propios pasos, que le lleva a preguntarse por su identidad y el sentido de su existencia. Rechaza entonces toda ayuda médica y pasa los últimos meses de su vida en una casa de campo, al lado de su perro, sufriendo la soledad del duro invierno escandinavo.
“Muerte de un apicultor” es un pequeño y lúcido tratado sobre el dolor y la muerte. Un tema tabú de nuestro tiempo, poco frecuentado, sobre todo cuando, como en este caso, se presenta a la enfermedad mortal como una agresión intolerable. Es una novela sombría, que a fuerza de su sencillez, logra que la lectura de su relato sea tremendamente turbadora. Evitando toda solemnidad y grandilocuencia, el narrador se debate contra el dolor y el destino al que se ve abocado, ante esa cita ineludible...
¿ESTÁ DIOS DORMIDO?
“La muerte y la vida son dos cosas realmente monstruosas”, escribe Lars en su diario, convencido de que “el Paraíso debe consistir en el cese del dolor”. Al rememorar el pasado, siente una angustia que le hace rebelarse ante el mismo Cielo. “Si Dios vive, todo está permitido”, dice el personaje de Gustaffson, dando la vuelta a la famosa frase de Dostoievski, por la que la muerte de Dios, haría que todo fuera posible. Resuena en sus palabras el humanismo prometeico de Nietzsche, el cínico nihilismo pagano del novelista sueco Hansum y la busqueda desesperada de Dios del cineasta Bergman.
El relato incluye una significativa parábola, titulada “Cuando Dios despertó”. En ella aparece el Eterno, tan callado que parece dormido, “en la forma en que una pequeña araña duerme en el rincón de la telaraña que ha construido”. Este dios araña del que habla también la protagonista de “Como en un espejo” de Bergman (1961), despierta en esta historia para oir por fin las oraciones de los hombres. Escucha al arzobispo de Albo implorar por la radio: “Danos, oh Dios, una paz duradera”. Su repentina respuesta es convertir en tres décimas de segundo todas las armas del mundo en oro, desde las espadas a los misiles nucleares. El mundo se convierte entonces en un caos, aún mayor del que era, en la visión absurda de un mundo sin sentido, ante la ausencia de Dios.
¿SIN ESPERANZA?
Lo que Lars ignora es su responsabilidad en esta telaraña, en que se ve sumido. Presenta por eso una caricatura de Dios, como una indulgente Madre celestial. La realidad sin embargo es que el Eterno existe y nos habla por medio de su Palabra de la ilusión de nuestra inocencia. Puesto que “faltó el misericordioso de la tierra y ninguno hay recto entre los hombres”, dice Miqueas, “el mejor de ellos es como el espino; el más recto, como zarzal”. Hay sin embargo esperanza: “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad y olvida el pecado?” Puesto que “no retuvo para siempre su enojo, volverá a tener misericordia de nosotros, sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar nuestros pecados”…
Dios está ahí y no está callado. “Habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo por los profetas, en estos días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:1-2), que ha venido a este mundo de muerte, para enfrentarse a nuestro último enemigo. ¡Y el Cristo ha vencido a la muerte! La “losa de los sueños” ha sido rota. El dice: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá, y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Juan 11:25-26). El anhelo de inmortalidad que late en todo hombre, es hecho así realidad por el poder que hace que este invierno de muerte, se pueda convertir en una primavera sin fin…
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