Es imposible buscar el rostro de Dios dando la espalda al rostro de los sufrientes de la historia, dando la espalda al hombre.
El Señor nos dice que busquemos su rostro. Así, con tres palabras: “Buscad mi rostro”. Pareciera que no vamos a entender nada de lo que es la relación con Dios si no estamos mirándole, buscando su expresión, sus prioridades. Claro que, hoy por hoy, sólo lo podemos hacer con los ojos del alma, los ojos de la fe… los ojos.
“Buscad mi rostro”. ¡Qué expresión tan personal! Quizás allí nos encontraremos también con el rostro del hombre. Hacia allí nos lleva el pensamiento bíblico.
Así, la ética, la teología, la sociología, no se debería hacer desde despachos asépticos en donde pensadores se sientan para especular sobre el bien y el mal, la moral o sobre el concepto de projimidad. Quizás, todos estos pensadores deberían escribir en medio de la calle mientras buscan el rostro de las personas. Quizás sea también que desde el rostro de las personas también podamos llegar a la contemplación del rostro de Dios.
“Buscad mi rostro”, nos dice el Señor. Buscad el rostro del hombre, del prójimo, podríamos decir nosotros siguiendo sus enseñanzas. La auténtica ética sería, así, la que se hace frente a la contemplación de los apaleados de la historia, de los marginados, de los dolientes, de los desclasados, de los oprimidos o desde los hambrientos de la tierra. Escribir sobre el bien y el mal teniendo frente a nosotros todos esos rostros dolientes, humillados y ofendidos.
Los que escriben y reflexionan sobre el bien y el mal de forma desarraigada, es como el que hace teología de despacho sin contemplar el rostro de los que buscan a Dios o, simplemente, desde el rostro de los que todavía no lo han encontrado. Hacen ética y teología de aula, de despacho, de cátedra, de erudito… pero escriben de espaldas al dolor de los hombres. Ni buscan el rostro de Dios, ni el del prójimo. Viven en su cápsula de cristal pensando en la perfección del manual que van a escribir o el honor o la gloria que puede obtener aumentando ante los ojos de los hombres su talla intelectual.
“Buscad mi rostro”, es la clave. Lo demás vendrá por sí sólo. Quizás porque es imposible buscar el rostro de Dios dando la espalda al rostro de los sufrientes de la historia, dando la espalda al hombre. La auténtica vocación ética o teológica, debe surgir cuando el rostro del hombre sufriente y tirado al lado del camino me interpela o cuando el rostro de Dios se me hace presente mostrando su multiforme forma al estar, de alguna manera, identificado con el dolor del mundo. Creo que quien mira el rostro de Dios con coherencia y respeto, no le puede pasar desapercibido el rostro de los humanos sufrientes.
Ni la ética, ni la teología puede quedar reducida a una serie de conceptos o frases más o menos bonitas o que den la sensación de compromiso. La ética debe comenzar cuando el rostro de mi prójimo apaleado se me hace presente. La teología puede ser mera palabrería si no se hace mirando el rostro de Dios haciéndolo presente en el mundo. No hay ética sin rostro humano, no hay teología sin rostro divino, pero si pensamos en términos cristianos, sin rostro humano no hay rostro divino y viceversa. Sin rostro divino presente, no hay ni puede haber presencia del rostro del hombre que sufre y que nos necesita.
No hay ética ni teología fuera de la contemplación del rostro de Dios y del hombre. Quizás estos dos rostros también sean inseparables y, como el amor a Dios y al prójimo, en relación de semejanza. Por tanto, la ética para con mi prójimo no se acaba en un estudio de tipo sociológico, no se termina en una investigación sobre las problemáticas del hombre marginado, oprimido y empobrecido. A veces esto es sólo un comienzo rudimentario del concepto de ética. La ética comienza, se encarrila y se desarrolla, cuando yo percibo el rostro sufriente e interpelante de ese tú personal que es mi prójimo al que veo unido al Tú trascendente. Esos dos rostros deben estar presentes. No hay teología ni ética de espaldas al grito de los hombres, de espaldas al rostro de Dios que recoge ese grito y lo hace suyo. Grito y rostro que para que pasen a conformar un quehacer teológico o ético, nos debe hacer también pasar a la acción. En la pasividad, en la comodidad, en la falta de compromiso y en la falta de acción, no puede haber ni teología ni ética.
¡Qué importante es la contemplación con el rostro del otro y que surja una auténtica empatía! Es verdad que está a la base. Lo prioritario es la contemplación del rostro de Dios que nos cautive, nos cambie y nos lance al compromiso de acción misericordiosa, pero también es verdad que si queremos encontrar el rostro de Dios, es imposible hacerlo de espaldas al rostro de los hombres, especialmente de los que sufren y andan en la infravida y el no ser de la exclusión, de la marginación o del hambre. Buscad el rostro de Dios y no os preocupéis si con él, en él o a través de él encontráis también el rostro del hombre que os llama al compromiso y al cumplimiento de la projimidad.
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