La fe de la que Jesús habla consiste de la apropiación de su persona y su obra, de una comunión participativa.
En las cuestiones que tienen que ver con las creencias hay siempre el peligro de imaginar que creer se circunscribe al ámbito intelectual. El uso de la palabra credo, que viene de creer, puede inducir a pensar que basta con asentir mentalmente a una serie de proposiciones doctrinales para que todo lo referente a la salvación esté resuelto.
Ciertamente hay un componente inteligible en la fe cristiana que es vital comprender, de ahí que fuera necesario elaborar cuerpos doctrinales sencillos y básicos donde quedaran delineadas las grandes verdades cristianas, habida cuenta de la gran multiplicación de errores y desviaciones de todo tipo que surgieron ya desde el principio del cristianismo. Uno de los credos más prestigiosos y antiguos es el denominado credo de los apóstoles, que aunque no es obra de los apóstoles, sin embargo, refleja la enseñanza bíblica y apostólica sobre los postulados fundamentales acerca de Dios, Cristo, la salvación, el Espíritu Santo, la Iglesia y la vida futura.
El aspecto intelectual de la fe cristiana también se quiso preservar en los catecismos, que son manuales de instrucción sistemática, más elaborada y desarrollada que la de los credos, para que las grandes verdades pudieran ser conocidas y estudiadas por los miembros de la congregación. Dicho sea de paso, el catecismo no es una creación de la Iglesia católica, como popularmente se piensa en los países católicos, sino que es uno de los frutos que produjo la Reforma, entre cuyos objetivos primordiales estaba la necesidad de dar una formación lo más sólida posible a los cristianos. La Iglesia católica lo que hizo fue copiar el sistema de los reformadores y producir sus propios catecismos.
Pero con toda la importancia que puedan tener credos y catecismos, si el creyente solamente reduce su fe al aprendizaje mental de ciertos artículos, incluso sabiéndolos de memoria, es muy fácil que su fe se convierta simplemente en una ortodoxia muerta. Una colección de máximas correctas, perfectamente aprendidas sobre Cristo y su obra, sin que Cristo y su obra tengan ninguna incidencia en su vida.
De ahí que ante la pregunta vital que se le hizo a Jesús, tras la multiplicación de los panes y los peces, sobre qué había que hacer para poner en práctica las obras de Dios, él respondiera que esa obra consiste en creer en aquel a quien Dios ha enviadoi, esto es, Jesús mismo. Y para que nadie imaginara que ese creer radica nada más que en un asentimiento intelectual a un artículo doctrinal, como los judíos estaban acostumbrados a hacer respecto a los enunciados de la ley, Jesús expone el significado de creer en él en los términos más crudos y realistas posibles, como son el comer su carne y beber su sangreii. Comer y beber es el acto por el cual una sustancia es asimilada y se convierte en nutriente para el que la come y la bebe. Se trata de un acto imprescindible para poder vivir; no es una opción o una alternativa; mucho menos es un lujo; se trata de algo totalmente necesario. También es un acto intensamente personal, no simplemente colectivo en el que se interviene de manera generalizada y aparente. Igualmente es un acto intransferible, porque nadie puede comer en lugar de otro o a favor de otro. A la vez es un acto real; no se come soñando que se come sino comiendo.
De la misma manera que nadie se alimenta simplemente por teorizar sobre la comida o por verla, así nadie es cristiano solamente por saber ciertas cosas sobre Cristo, sino que es necesario que Cristo forme parte de mí, sea formado en mí. Es decir, creer en Cristo supone la incorporación de Cristo en mí. La fe de la que Jesús habla consiste de la apropiación de su persona y su obra, de una comunión participativa. Una comunión que es real y espiritual.
Pero para que nadie se pierda en el terreno del misticismo o de la fantasía, que está lleno de especulaciones y engaños, sobre cómo es posible apropiarse de él, Jesús presenta la cuestión en términos de sacrificio, al hablar de su carne y su sangre. Se trata de una carne sacrificada, de una sangre vertida. Por lo tanto, esa fe es la apropiación de la muerte de Cristo; de su cuerpo entregado por mis transgresiones, de su sangre derramada para mi redención. Es fe en su sacrificio eficaz, efectuado en el Calvario, del cual manan todos los beneficios y bendiciones de la salvación.
No puede haber vida biológica sin alimento físico, del mismo modo que no puede haber vida verdadera sin alimento verdadero. La fe en Cristo es ni más ni menos que la apropiación real de su persona y su obra por parte del creyente. Una apropiación sin la cual quedamos ajenos de Cristo y su obra salvadora; por lo que se puede definitivamente decir que la fe que se apropia de Cristo es un imprescindible absoluto. Uno de los grandes imprescindibles de Dios.
i Juan 6:29
ii Juan 6:53
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