La necedad del ateismo (IV)

Cuando se trata del origen del ser humano el ateo contradice la Biblia y contradice la razón.

Naturalmente, todos los ateos se rigen por la teoría de la evolución que el inglés Carlos Darwin expuso en su libro de 1871 ORIGEN DEL HOMBRE.

Como Darwin, los ateos rechazan los primeros capítulos del Génesis y todas las enseñanzas de Moisés.

Quitan a Adán y ponen en su lugar al mono.

A la pregunta ¿de dónde venimos? Los ateos responden con palabras de Darwin: “de un cuadrúpedo peludo, provisto de cola y de orejas aguzadas, probablemente de costumbres arbóreas y que habitaba en el antiguo continente… A su vez, este simioide, como todos los vertebrados, debe de remontarse en su origen primero a un animal acuático semejante a la acidia (hoja en forma de urna) de mar”.

Si esa célula marina saltó a tierra y evolucionó hasta el gorila y el hombre, debió haber sido una célula viva, porque la muerte no puede dar origen a la vida.

Y si la célula marina dio lugar al formidable espectáculo de la evolución, ¿quién la puso allí, en el fondo del mar, para que evolucionara hasta llegar al hombre?

Ni Darwin ni el más sabio de los ateos ha podido contestar a esa pregunta hasta ahora.

Los cristianos sabemos que el padre del hombre fue Dios.

Los ateos no saben quién fue el padre del gorila, el más avanzado de los monos.

No hay otra vida.

Al negar la existencia de Dios.

La existencia del alma.

La existencia en la eternidad, el ateo no cree en la otra vida.

Morimos como muere el perro, como muere el burro, como muere el puerco.

Voy a citar a dos ateos que escriben en LA BIBLIA DEL ATEO:

Bertrand Russell, filósofo y matemático inglés del siglo pasado: “Creo que cuando me muera, me pudriré, y nada de mí sobrevivirá”.

Jack London, escritor norteamericano que murió en 1916: “Creo que al morir estaré tan aniquilado como el último mosquito que haya aplastado”.

La creencia del ateo ante la muerte es desesperante.

Nada de otra vida.

Nada de un Dios que recibe el alma.

Nada de un cielo acogedor.

Nada de una eternidad feliz.

Morimos y desaparecemos en el corazón de la nada.

Ernesto Hemingway fue el escritor norteamericano más famoso del siglo pasado, Premio Nobel de Literatura en 1954.

Nació en 1899 y en 1961 se suicidó con un tiro de escopeta.

Hemingway figuraba entre los más prominentes ateos de Estados Unidos.

En 1927 publicó un cuento titulado UN LUGAR LIMPIO Y BIEN ILUMINADO.

Aquí reinterpreta el Padre Nuestro desde el punto de vista ateo. Dice: “Nada nuestra que estás en la nada, nada sea tu nombre, venga a nosotros tu nada y hágase tu nada así en la nada como en la nada. La nada nuestra de cada día dánosla hoy, y perdona nuestras nadas así como nosotros perdonamos a nuestras nadas. Y no nos dejes caer en la nada, más líbranos de nada; pues nada”.

Eso es lo que te ofrece el ateísmo: La nada.

¿Crees que merece la pena ser ateo?

En el epitafio de una tumba en un cementerio de Londres hay escritas estas palabras:

Aquí yace un ateo,

todo bien vestido,

y sin ningún sitio al que ir.

Existe una historia aleccionadora y dramática del filósofo y campeón del ateísmo escocés David Hume.

Su madre era evangélica, pero él la arrastró al ateísmo.

Cuando la anciana moría, Hume quiso confortarla con estas palabras: “Ten confianza, madre”.

La anciana respondió llorando: “No puedo tenerla. Tú me has robado mi fe”.

Si eres cristiana o cristiano no permitas que nadie te robe la fe.

Si no eres cristiano, es decir, si no has experimentado la conversión ni el perdón de tus pecados, te cuento una historia de la Biblia.

Jesús dio la vista a un hombre judío ciego de nacimiento. Los líderes de la sinagoga, equivalente a una iglesia cristiana, lo expulsan por decir que Cristo le había dado la vista.

Jesús lo encuentra en la calle y le pregunta: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?”.

Responde el ciego: “¿Quién es, Señor, para que crea en Él?”

Le dijo Jesús: “Le has visto, y el que habla contigo, él es”.

Respondió el ciego: “Creo, Señor, y le adoró”.

Que nadie te arrastre al ateísmo.

Cree en Jesús y adórale.