“Si se te ocurre una forma de vivir sin un maestro, sin cualquier maestro, haznos el favor de decírnoslo, porque serás la primera persona que lo haga en la historia del mundo”. Con esta frase de la película The Master, se le dice al personaje de Joaquin Phoenix –Freddie, un veterano de la guerra en el Pacífico, a la deriva–, que no tiene mejor opción que seguir al señor Dodd –un claro trasunto de Hubbard, el fundador de cienciología, interpretado por Philip Seymour Hoffman–, a pesar de todos sus defectos y errores. La dura historia de Paul Thomas Anderson nos muestra que cuando Freddie no es esclavo de la tiranía de Dodd, lo es de sus propios instintos. ¿No hay libertad entonces posible?
La ambivalente relación con una figura paterna llena los filmes de Anderson (Los Ángeles, 1970) con personajes desamparados que buscan un padre, sea el jugador que ha perdido un hijo en
Sydney (1996)
, el pionero del porno de
Boogie Nights (1997)
, el magnate enfermo de
Magnolia (1999), o el constructor de un imperio petrolífero en
Pozos de ambición (2007). A nadie le extraña saber, por lo tanto, que el director perdió a su padre –un actor–, a los doce años. La genialidad de P. T. Anderson, es que convierte su trauma en la versión cinematográfica de “la gran novela americana”.
Parte esencial de ella es, por supuesto, la religión, una constante en las historias de este brillante cineasta californiano. “Ir a la iglesia los domingos y esas cosas me resultó profundamente aburrido –dice–. Siempre lo he tenido como una carga, como hacer los deberes”. La diferencia la hizo una novela, que une el enfrentamiento con el padre al problema de Dios. “La religión, digamos que me empecé a interesar de nuevo por ella, cuando leí
Al este del Edén de John Steinbeck. La aproximación que hace a ciertas historias de la Biblia me hicieron reflexionar sobre su sentido.”
Las películas de Anderson son, sin embargo, bastante ofensivas para muchos creyentes. Muestran el sexo y la violencia de una forma tal, que crean un malestar creciente, que a medida que se enrarece el ambiente de la historia, le dejan a uno realmente perturbado.
Su cine no es fácil de ver, pero es tremendamente esclarecedor sobre el problema del hombre. Por eso es que hay más realidad en sus imágenes que en todas las visiones supuestamente inspiradoras de aquellos que quieren usar la pantalla para transmitir valores morales y religiosos.
ALMAS A LA DERIVA
El desequilibrado personaje de Phoenix –un inquietante actor, que se crió en los años setenta con su fallecido hermano River, en una familia de misioneros de Los Niños de Dios, viajando por toda Sudamérica–, vuelve desorientado de la segunda guerra mundial.
En su obsesión por el alcohol y el sexo, se ha convertido en una bestia salvaje, que el dirigente de
La Causa –magistralmente encarnado por Hoffman–, se complace en domar, como un desafío personal. Dodd muestra el encanto del fabulador, aunque a veces sea insultante y autoritario –como Hubbard–, aunque está dominado por su tercera esposa –trasunto de Mary Sue Hubbard, muy bien representada por Amy Adams–.
Freddie es un ser errante y violento, “que busca una luz –como dice Ángel Quintana–, en un mundo sin ningún faro en el horizonte”. Es así como “adquiere un carácter alegórico” que encarna “el individuo americano desencajado de la posguerra”. Las referencias al documental de John Huston, sobre las afecciones nerviosas de los veteranos –
Let There Be Light, realizado en 1946, perosecuestrado por el gobierno estadounidense hasta 1979–, son evidentes hasta en la composición de los planos. La ambientación de los años cincuenta es tan lograda, que da una auténtica sensación de la época. Aunque está rodeada de una música tan inquietante como la que hizo Jonny Greenwood de
Radiohead, para
Pozos de ambición.
A medida que avanza la película, uno ve a Dodd tan vacío como Freddie. Este “charlatán vanidoso, atrapado en sus propias paranoias –como dice Quintana–, es el falso profeta de un mundo poblado por monstruos a la deriva, en el que los predicadores no hacen más que crear quimeras para alimentar los anhelos de los desheredados de un tiempo en el que la avaricia todo lo condiciona”. La presentación de su segundo libro, como en un culto religioso, nos muestra a un hombre inestable, que escandaliza hasta a su protectora –interpretada por Laura Dern–. Son criaturas sin rumbo, que sueñan con tener control sobre sus vidas rotas, para tener éxito y alcanzar la felicidad.
¿ES CIENCIOLOGÍA LA CAUSA?
Lancaster Dodd tiene la misma afición por los barcos que Ron Hubbard, a quien le gustaba siempre fotografiarse de oficial de marina –estaba obsesionado con que era un héroe de guerra y estuvo siempre reclamando una condecoración, que nunca le concedieron–. Acosado por enemigos reales e imaginarios –el FBI le consideró un psicópata–, el escritor de ciencia-ficción que fundó la
cienciología escapó en un buque, rodeado de chicas, donde pretendía ser el capitán que su padre quiso que fuera. Al frente de una flota de tres barcos que había comprado, erró por el Atlántico, convencido de que nazis y comunistas le perseguían. Como hace Dodd en la película con Freddie, buscaba tesoros que recordaba haber enterrado en encarnaciones anteriores.
Las similitudes con cienciología son innumerables. Lo que la Causa llama “procesar”, la
Dianética lo denomina “auditar”. Es la forma de volver a experiencias traumáticas del pasado –que Hubbard llama “engramas” – en una parodia hipnótica del psicoanálisis, que la cienciología tanto odia. La repetida frase de que “el hombre no es un animal”, recuerda la pretensión de la cienciología de ser la primera en descubrir que “el hombre es un ser espiritual, no un animal”. La idea de la reencarnación, por la que los miembros de la secta firman contratos por billones de años –como reveló un antiguo adepto en el
New Yorker –, está en la base tanto de la Causa, como de la cienciología. Ambas coinciden también en su mudanza a Inglaterra en los años cincuenta.
La presentación de Dodd a Freddie como médico y físico nuclear, es exactamente la que Hubbard usaba, aunque no pasó del segundo curso en la Universidad George Washington. El extraño título del segundo libro de Dodd recuerda los rumores sobre un manuscrito anterior a
Dianética, que escribió Hubbard en 1935, bajo el título de
Excalibur. Hay una escena que enfureció sobre todo a Tom Cruise cuando Anderson le dejó el guión. En ella, el hijo de Dodd dice que su padre “se lo inventa sobre la marcha”. Así como el hijo de Hubbard, después de ayudarle a establecer la secta, le denuncia por fraude –igual que sus ex-esposas–.
TIENES QUE SERVIR A ALGUIEN
Como en la canción de Bob Dylan –que anuncia su conversión el año 79–, esta película nos recuerda que todos servimos a alguien. Puede que no seamos adictos al sexo o al alcohol, como Freddie, pero somos esclavos de nuestras ambiciones, como Dodd. Sea por nuestro propio interés egoísta, nuestra moralidad o religión, todos servimos a algo o a alguien, en vez de a Dios. Dedicamos a ello nuestro tiempo y dinero, nuestra vida, en definitiva.
“Donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón”, dice Jesús (
Mateo 6:21;
Lucas 10:34). Nos hacemos la ilusión de que somos libres, pero somos esclavos de lo que hacemos (
Juan 8:34). Es la tragedia que la Biblia llama pecado. La libertad que ha venido a traer Jesús, viene por el conocimiento de la verdad (
v. 32).
La verdad, en primer lugar, de que no hacemos el bien que quisiéramos hacer, sino todo lo contrario. Hay un conflicto en nuestra mente, que revela el mal que hay en nosotros (Romanos 7:21-25). Es por eso que películas como The Master nos hablan más de la realidad de la vida –incluso para el creyente–, que tantos bien intencionados esfuerzos de pensar positivamente. El ambiente enrarecido que concluye los filmes de Anderson, es el de un mundo que está dominado por el mal (1
Juan 5:19).
Como seres humanos, fuimos creados por Dios para seguirle en nuestros pensamientos y actos. La Caída ha hecho, sin embargo, que estemos perdidos, sin rumbo ni dirección.
Necesitamos ejemplos, modelos y maestros, a los que poder emular, pero cuando estos nos decepcionan, o confrontan con la triste realidad de que no podemos cambiar, nos buscamos a otro.
Seguir a Cristo es seguir a un Maestro diferente. No nos muestra sólo el camino a seguir, sino que Él mismo es el camino. No nos enseña sólo la verdad, sino que Él es la verdad misma. No nos dice sólo cómo debemos vivir, sino que nos da la vida y las fuerzas que necesitamos. El es el camino, la verdad y la vida (
Juan 14:6). El es el Maestro que necesitamos.
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