La verdad nos hace libres

La pesada losa fue movida por cuatro brazos fuertes.

Arrastrada hacia la izquierda quedó expuesta al sol.

Se leía el epitafio: La verdad nos hace libres.

Los brazos fuertes sacaron con sumo cuidado el féretro treinta años después de haber sido depositado en aquel mismo lugar.

No llovía. El sol se dignó a salir para presenciar aquel encuentro.

El féretro de madera estaba intacto. Era de madera de roble.

Frente a aquella caja misteriosa permaneció en silencio.

Los hombres de brazos fuertes ejecutaban su trabajo con precisión.

No había nadie más que ellos tres.

El féretro fue abierto, mostrando su contenido. Un esqueleto oscuro, con restos de ropa pegada.

Los hombres se marcharon dejando al joven frente a aquellos restos.

El sol viró su inclinación y comenzó a salir de la lápida para comenzar a perderse tras un muro.

Vida y muerte. La jovialidad frente a los desechos de un cuerpo raído por el tiempo.

Padre e hijo se encontraban por primera vez.

El silencio fue quebrado por el graznido de una gaviota. El mar no quedaba lejos de aquel cementerio de pueblo.

El joven se inclinó con reservas hacia el féretro y toco la frente de aquella calavera. Emitió un discurso. Las palabras en un principio sonaron acompasadas y frágiles pero poco a poco se hicieron poderosas llenando de contenido la escena que allí se representaba.

Una ligera brisa movió los cipreses que danzaron con lentitud.

Quedaron de nuevo en silencio el joven y su progenitor.

Treinta años los separaban. Toda una vida.

Las manos se atrevieron a acariciar los secos huesos de un desconocido. Una tímida lágrima descendió por el rostro para estallar entre la mano el cráneo.

El encuentro fue fugaz. La lápida volvió acerrarse de nuevo. Esta vez contendría dos cuerpos. El de una madre conocida y amada y el de un padre nunca visto y aún así, siempre admirado.

La verdad nos hace libres. El epitafio quedó de nuevo expuesto en el sitio que siempre había ocupado. El sol se escondía en el horizonte. Era hora de marchar.

Los pasos se alejaron. Los cipreses seguían danzando. La vida continuaba y aún así el aire resultaba pesado, difícil de respirar.

La ausencia sigue provocando dolor en el alma que aguarda el esperado y temido momento del reencuentro.