Al igual que la sabiduría, el trabajo encaminado a disfrutar del esfuerzo propio encierra una enorme vanidad, que podemos contemplar con solo mirar a nuestro alrededor.
En su primer capítulo Qohelet había dejado de manifiesto como la vida humana, vista debajo del sol, está vacía para a continuación señalar esa misma vaciedad en la búsqueda de la sabiduría.
Había anunciado también como, tras esa desilusión, decidió encontrar un sentido a la existencia “bajo el sol” en aquello de lo que puede proceder satisfacción.
Su desilusión no fue, sin embargo, menor. La diversión se reveló como enloquecedora y el placer como inútil (2: 2).
No es que Qohelet decidiera “vivir la vida loca”. Por el contrario, pretendió disfrutarla manteniendo la sensatez (2: 3). Fue así como realizó obras de embellecimiento y arquitectura (2: 4-5) y aumentó sus posesiones (2. 7) e incluso se enriqueció (2: 8). Todo eso sucedió sin perder la cordura (2: 9) y buscando disfrutar de todo aquello que puede proporcionar satisfacción (2: 10).
Sin embargo, cuando se puso a reflexionar sobre lo que había salido de sus manos a lo largo de aquellos años sólo encontró vaciedad (2: 11). Y lo peor no es que ésa fuera su experiencia sino que es la de todos los que vienen después.
A decir verdad, no debería esperarse que los que aparezcan en el futuro vayan a realizar cosas diferentes a las ya vistas (2: 12).
Ciertamente, la sabiduría es muy superior a la necedad y su luz ilumina y no sume en las tinieblas (2: 13), pero esa circunstancia -que tampoco es de aceptación universal- no impide que, al final, el sabio y el necio se mueran exactamente igual (2: 14) y que sobre ambos acabe recayendo el olvido (2: 16).
Se mire como se mire, resulta difícil negar la vaciedad que surge de ambas circunstancias. Nos esforzamos en esta vida y procuramos vivir con cordura, pero no por eso alargaremos nuestra existencia y mucho menos podremos garantizar que alguien se acuerde de nosotros al cabo de cierto tiempo.
Para colmo, en el supuesto de que consigamos reunir algo, mucho o poco, tras toda una vida de trabajo no sabemos adónde irá a parar. Cualquiera que tenga la menor idea de lo que significa el impuesto de sucesiones comprenderá que Qohelet no exageraba lo más mínimo (2: 18-9). Es posible siempre que el Montoro de turno se quede con el fruto de nuestro trabajo y que el esfuerzo de años no vaya a parar a nuestros hijos o seres queridos sino a cualquier necio colocado en la lista de repartos del estado (2: 20).
¿Es que acaso existe una vaciedad mayor que trabajar para que el beneficio de ese esfuerzo vaya a parar a otro que no trabajó para conseguirlo (2: 21)? La respuesta se responde sola como indica Qohelet, pero no parece que muchos estén dispuestos a escucharla.
Al igual que la sabiduría, el trabajo encaminado a disfrutar del esfuerzo propio encierra una enorme vanidad, una vanidad, dicho sea de paso, que podemos contemplar con solo mirar a nuestro alrededor.
Y ¿para qué todas esas fatigas si luego, muchas veces, ni siquiera se disfruta de un sueño tranquilo, algo, dicho sea de paso, que los farmacéuticos y las compañías médicas saben de sobra (2: 22-23)?
Los escasos momentos de disfrute sencillo como comer, beber o contemplar satisfechos el trabajo realizado en un caso concreto son de lo poco que resalta sobre esa vaciedad que existe debajo del sol (2: 24).
Alguno puede que piense que Dios acaba canalizando los logros de los impíos en beneficio de los que son Suyos (2: 26). Ocasionalmente puede ser así, pero, en términos generales, pensar cosa semejante no pasa de ser vaciedad también.
Así, es la vida “debajo del sol”, una vida que, como veremos en el próximo capítulo, está marcada dolorosamente por el mismo tiempo en que transcurre.
Continuará
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