Reconociéndote en el día a día

Voy de aquí para allá. Deambulando entre quehaceres. Sorteando las dificultades.

Mitigo mis ganas por despreocuparme ocupándome de todo aquello que necesita mi vitalidad para ser realizado. Pero, en vano trabajo si no reconozco tu mano en mí. Si no veo tu trazo santo marcando el horizonte hacia el cual mirar continuamente.

Quiero reconocerte en mis labores cotidianas, verte reflejado en ellas.

Quiero que te manifiestes a través de mis palabras, de mis acciones más comunes, de mi trato con los demás.

Tus discípulos te reconocieron cuando resucitado apareciste y en torno a una mesa en Emaús partiste el pan.

A veces me detengo para ver como partes el pan de mi casa, ese pan que nunca falta y en el que tengo que reconocerte. Al detenerme puedo ver que sigues manifestándote a través de lo simple: entre lágrimas de incomprensión que son tomadas y guardadas en tu redoma, en el silencio de la noche cuando los suspiros son lanzados y resuenan como gritos desesperados, en las caricias hacia el ser amado, en la risa contagiosa por una broma tonta, en el desvelo provocado por el nerviosismo ante un nuevo proyecto colmado de ilusión, entre silbos apacibles que no responden a mis ganas por oír estruendos…

Quiero que tu vida sea mostrada a través de la mía; tarea difícil pero no por ello menos deseada.

Sé que al rozar mi humanidad con tu divinidad tienes gran misericordia de mí, te acercas y me miras con ternura haciendo que tu gracia espolvoree remisión en un corazón tan doblegado al traspié y preso de interrogantes.

Concédeme palabras que destilen amor. Préstame palabras sabias que me indiquen cual es la acción que debo realizar, esa función ineludible para conseguir que el trazado de mi historia tenga una trayectoria positiva, que los márgenes de mi existencia estén delineados de sencillos consejos que atajar para conseguir una vida de excelencia