El árbol azul

- El árbol no es azul -corrigió la maestra– dándole a la niña un lápiz marrón.

La niña pintó una nube con el lápiz marrón, trazándole con sus delicados dedos una sonrisa espléndida y llena de luz. Al hacerlo se sintió feliz.

Con el entrecejo arrugado protestó la maestra.

- ¡Las nubes no son marrones, son blancas o grises!

La niña pintó un sol rosa.

- ¡Ay, ay, ay!- Exclamó la maestra contrariada por el uso indebido del color -El sol es amarillo - regañó a la niña poniendo en las manos de esta un lápiz color limón.

La niña dudó. Con su destreza pueril delineó la figura de un perro al que dio color amarillo.

El enfado se hizo latente, la maestra alzó la voz y con un tono amenazante dejó claro que la niña no sabía de qué color eran las cosas.

Con los ojos vidriosos y temblor en las manos tomó la niña un lápiz violeta y pintó pájaros que volaban en un cielo blanco con una nube marrón y un precioso sol rosa que daba calor a un árbol azul bajo el que se cobijaba un perro amarillo.

La profesora quedó sorprendida por la belleza del dibujo.

Pidió perdón a la niña.

- Pinta como quieras pequeña artista, tus ojos ven cosas que los míos jamás verán, tu cabeza imagina colores que son ocres para mí. Tú sabes realmente de qué color que son las cosas, yo sólo las veo cómo me enseñaron a verlas.

A veces me sucede esto. Quiero enseñar a ver lo que yo veo, cómo yo lo veo, sin ser consciente de que cada cual mira y ve a su manera. Lo blanco no es blanco para todos. Lo bonito o lo feo está subjetivado. Lo único importante para mí, es aprender a mirar como Dios quiere que mire, descubrir los matices que posee aquello que me rodea, ser consciente de que para asemejarme más a él tengo que ser una constante imitadora.

A veces quiero tenerlo todo milimétricamente controlado, pintando la vida con los colores que parecen ser los permitidos y correctos. Cuando hago una visión introspectiva me doy cuenta de que soy un ser único, creado a imagen del Dios único, un Dios capaz de crear con una inmensa originalidad una naturaleza exuberante, plagada de increíbles colores, de especies insólitas.

¿Por qué empeñarme en ver desde mi propio catalejo? Él siempre utiliza escenas comunes para recordarme que soy diferente.

A veces los trazos gráciles en un dibujo pueril me muestran que la verdadera belleza radica en quienes ven la vida con ojos diferentes, nuevos, bañados de humildad y sencillez, que observan y no simplemente miran. Ojos deseosos por descubrir tonalidades invisibles sólo notorias cuando las percibes con el corazón.