Políticos: ¿todos en el mismo saco? ¡No!

Me piden que hable en un mítin en una villa del interior de Galicia. La mayoría de los asistentes no me conocen; pertenecen a otro de los partidos de mi coalición. No sé cómo me recibirán. Me van presentando a los asistentes y tengo oportunidad de charlar y conocer a algunos un poco más.

Siempre escribo todo el texto de mis participaciones para asegurarme de que no dejo cosas sin decir ni me extiendo de más; estoy más tranquilo al tener el discurso delante. Pero ahora, cuando me toca hablar, al ver mi auditorio, me doy cuenta de que lo que he preparado hay que cambiarlo; dudo, porque me quedo sin apoyo escrito, pero me arriesgo; guardo los papeles y empiezo a hablar “a pelo”.

Explico el riesgo que los electores corren cuando votan por la marca y no por el programa ni por las personas; pregunto si la marca por la que muchos votaron hace cuatro años les ha ido bien, y cómo es temerario agarrarse a lo malo conocido; les invito a ser valientes, a decir “no” cuando los demás dicen “sí”, y aquí sale mi corazón protestante, tan acostumbrado en reafirmarse en la disidencia frente a la mayoría gregaria.

Retomo entonces mis papeles para leer una poseía de un autor de la zona: “Si dijese que sí, /que todo está muy bien,/ que el mundo está muy bien,/ que cada uno es como es…/ Conformidad./ Admiración…/ Callar, callar, callar,/ y mucha precaución./ Si dijese que acaso/ las cosas son así/ porque sí,/ mira tú,/ es lo que hay./ Entonces sería el momento/ de hablar seriamente de la batalla de flores/ en las fiestas del patrón./ Pero no.”

Y hablo del precio a pagar por defender lo justo frente a lo fácil. Y mientras miro al auditorio, mis ojos tropiezan con Juan¹, un concejal en un ayuntamiento rural. Antes de empezar el mitin me lo habían presentado y me contó su experiencia: la candidatura por la que concurrió ganó unas elecciones municipales previas, pero la persona que la encabezaba fue comprada por un partido poderoso y desde entonces todo han sido presiones, chantajes y tentativas de soborno sobre Juan para que siguiese el mismo camino. Pero Juan ha dicho que no. Y ya no es cosa de política, es que el negocio del que vive depende de la simpatía de los vecinos de la aldea y se está jugando mucho. Pero no.

No puedo evitar recordar al panadero de Sta. Uxía de Ribeira que a finales del s. XIX se convirtió al Evangelio y desde entonces todo fueron presiones y amenazas; el cura prohibió que se le comprase nada e hizo circular el infundio de que su pan estaba envenenado; pensaban que iba a claudicar. Pero no.

Por motivos diferentes, los dos comparten la honradez, la coherencia, la inquebrantable adhesión a los principios propios. Mientras pienso todo esto, sigo hablando, pero de repente ese hombre pequeño en medio del público se me hace grande, muy grande. Y me callo. Ya no debo ser yo el protagonista. Me paro. Le señalo y pido un aplauso para él. Y tengo el honor de dirigir ese reconocimiento público mientras él, sorprendido, primero se agacha un poquito y después levanta su cabeza emocionado.

Por favor, hermanos, a la hora de votar, no miréis las marcas, no os fijéis en los slogans; mirad los programas y mirad también a las personas, porque la imagen de Dios persiste en el ser humano y algunos la dejan honrosamente visible. Hay políticos honestos y sólo hay que pararse un poquito a descubrirlos; es profundamente injusto meterlos a todos en el mismo saco.

1^ he cambiado su nombre