Marcos 6: 30-44: La alimentación de los cinco mil, filtrado a través del recuerdo de Pedro– nos dice sobre el carácter de Jesús no poco y ahí reside su auténtica relevancia.
Las maneras en que históricamente se ha interpretado este pasaje son variadas y, curiosamente, bastante insustanciales desde una perspectiva espiritual.
Durante siglos, se redujo a un simple prodigio casi mágico no mejor cualitativa –aunque sí cuantitativamente– que el hecho de que un ilusionista saque un conejo de una chistera.
Más recientemente, la teología de la liberación –uno de tantos productos teológicamente deplorables surgidos en el interior de la iglesia católica– puso el énfasis en la supuesta visión “social” aunque implicara negar el prodigio. Así, hubo algún liberacionista que sostuvo –otros también lo sostienen– que Jesús sólo consiguió convencer a los presentes para que compartieran la comida que llevaban en sus bolsas.
Desde luego, hay que reconocer que si los presentes tenían un corazón como el de los católicos españoles a la hora de sostener a su iglesia para que no viva a costa de todos los ciudadanos, el milagro de Jesús fue verdaderamente fuera de serie.
Lo cierto es que el pasaje –filtrado a través de los recuerdos de Pedro– nos dice sobre el carácter de Jesús no poco y ahí reside su auténtica relevancia.
De entrada, los apóstoles regresaron de su viaje y dieron cuenta a Jesús de lo que habían hecho y enseñado (6: 30). No a Pedro, como debería ser en buena teología católico-romana, sino a Jesús.
La reacción de Jesús no fue la de saber si habían recogido dinero, si habían sumado muchos adeptos, si la expansión del movimiento iba conforme a lo esperado. Por el contrario, se preocupó por ellos y les señaló que debían irse a un lugar solitario para descansar (v. 31).
Aquella gente era importante para Jesús y no constituían meros peones de sus planes. Otros que pretenderían después ser seguidores de Jesús privarían a determinadas personas del derecho a casarse para que todos los bienes recogidos pasaran a la institución especial; o los someterían a la miseria; o los utilizarían como instrumentos para las empresas más inconfesables. Nada de eso aparece en la conducta de Jesús.
A él le importaba el bienestar de las gentes y le importaba en cuestiones en apariencia tan prosaicas como el descanso o la comida. Fue precisamente en ese contexto donde se produjo el episodio que se recuerda – y se malinterpreta – el de la alimentación de varios millares de personas.
Mientras Jesús y sus discípulos se dirigían hacia ese lugar aislado (v. 32), muchos los vieron venir y los siguieron hasta alcanzarlos (v. 33). Fue entonces cuando quedó de manifiesto otra de las características del corazón de Jesús.
Al ver a aquellas multitudes sin pastor, Jesús tuvo compasión (v. 34). A decir verdad, no es que en Israel, no hubiera autoridades espirituales. Las había. Existía un templo en Jerusalén y un sumo sacerdote y un clero extenso que vivía de los diezmos y las ofrendas. Sin embargo, con todo aquel aparato clerical, no se podía decir que las gentes disfrutaran del menor amparo espiritual. Sí, podían acudir al santuario, ofrecer sacrificios, asistir a ceremonias, pero no por eso dejaban de ser ovejas sin pastor.
Los paralelos contemporáneos saltan a la vista y no es ni preciso mencionarlos porque están en la mente de todos. Ante esa realidad terrible, Jesús “sintió compasión”, una pálida traducción del término griego original que, literalmente, indica que se le removieron las entrañas ante el panorama que se extendía frente a él.
Precisamente porque tenía compasión de ellos comenzó a enseñarles. Podría haber dicho, por ejemplo, tonterías acerca del impacto del trabajo de los pescadores en la vida de los peces del mar de Galilea, pero semejantes majaderías son indignas de un verdadero maestro espiritual. Jesús, con certeza, predicó su mensaje (1: 14-15): el tiempo ha llegado, el Reino de Dios se ha acercado, arrepentíos y creed en el Evangelio.
Pero así fue pasando el tiempo y sus discípulos inmediatamente llegaron a una conclusión, la de que había que librarse de aquella gente porque se había hecho muy tarde (v. 35-6). No es que no les importaran las personas; es, simplemente, que consideraban que la importancia era limitada. Se había hecho tarde, se podían desmayar del hambre y era mejor que, de acontecer tal eventualidad, les pillara lejos de allí (v. 36).
Precisamente por eso, la respuesta de Jesús debió sonarles como un trallazo. ¡Pues claro que tenían hambre después de todo el día en el campo! ¡Pues que les dieran ellos de comer! La respuesta de los discípulos fue indicar que no existía presupuesto y es que, por supuesto, no podían saquear el 0,7 del IRPF de los galileos para enfrentarse con semejante eventualidad (v. 37).
Jesús podía haber aceptado las palabras de sus discípulos como argumento suficiente para no atender la necesidad de los demás. Si hay, se atiende y si no hay, pues no. Más de sentido común no podía ser. Si alguien nos da el dinero, algo haremos y si no, ni hablar. Efectivamente, ésa es una manera muy humana de pensar y actuar. No es la de Jesús.
Por el contrario, indicó a sus discípulos que debían enfrentarse con la situación CON LO QUE TUVIERAN (v. 36). Como era de esperar, los discípulos señalaron que nada de aquello tenía sentido. Con lo que contaban no se podía hacer nada.
De nuevo, los discípulos actuaban por puro sentido común. Con matemáticas humanas. Pero las matemáticas del Reino son diferentes. No se sustentan en lo que se puede quitar al contribuyente o en el apoyo de los poderosos o en saquear los presupuestos.
Las matemáticas del Reino se basan en la fe en el Rey mesías. Por eso, de acuerdo con las matemáticas humanas – salvo que despellejes a los ciudadanos con cargo al presupuesto, vendas indulgencias o realices alguna otra forma de estafa espiritual –cinco mil personas alimentadas con cinco panes y dos peces (v. 38) sólo pueden dar como resultado hambre. Para los que creen de verdad en Jesús– y no lo utilizan como escudo para despojar a los demás de su dinero – lo poco es mucho y cuando esos cinco panes y dos peces se sitúan con fe a los pies del mesías el resultado no sólo es que cinco mil personas son alimentadas sino que además se recogen restos (v. 43).
Hay mucho del corazón de Jesús en este episodio: su preocupación por los que lo siguen; su compasión hacia el desamparo espiritual de las personas; su negativa a ver las cosas desde una perspectiva meramente material; su llamamiento a la fe por encima de cualquier otra consideración… Sin duda, mucho más que lo que suele enseñarse sobre este pasaje y también, sin duda, mucho más útil.
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