He hablado con él

Extender las manos, esperar que estas sean llenas. Doblegar la insalubre apatía y tejer un manto de disposición. Adornar el hoy con guirnaldas de flores. Hacer que la primavera florezca de forma profusa en el corazón.

He hablado con él. Le he contado que su barca aún sigue donde la dejó. Hace meses que abandonó el varadero y totalmente restaurada se balancea en la ribera esperando ser desatada para bogar río arriba en busca de nuevas aguas.

He hablado con él para proponerle un absurdo plan. Le he expresado que si es capaz de volver a capitanear su pequeña embarcación, yo me comprometo a contarle historias nuevas, tiernas narraciones que constituyan un bálsamo para sus oídos.

Cuando retome la ruta que ha quedado interrumpida, saboreará el delicado elixir de promesas realizadas, rozando con sus dedos la aterciopelada piel del ser amado y así reconocer entre las aristas de la geografía humana la reserva hermosa de lo inacabado, la sorprendente belleza tantas veces buscada.

He hablado con él, para obligarlo a deshacer su equipaje de rancios vestidos de silencio, tejidos teñidos de cilicio. Juntos, hemos pintado un arco iris en la nueva maleta y en ella hemos introducido sueños.

Hoy hemos reído y llorado, hemos sentido cómo florecen las ilusiones cuando las dejamos macerar en la aljaba divina.

He hablado con él y he sentido nuevamente como se emerge entre nosotros el vivo y tenaz prodigio de la complicidad, esa chispa que arremete contra la desidia y provoca un alentador fuego de vida.

Le he dicho que Dios lo sigue esperando, que no se ha ido. Está ahí, a la puerta deseoso de hacer cosas grandes con su vida, cosas que él nunca imaginó.

Dios sigue aguardando ese instante en el que al igual que aquel leproso sanado vuelva tras sus pasos con corazón humillado y agradecido.