Existe una diferencia abismal entre el terror que provoca el hombre y el temor que viene de Dios.
Las recientes escenas de Bruselas paralizada y tomada por las fuerzas militares y la policía, para impedir que un terrorista incontrolado pudiera cometer una matanza parecida a la de París, son bien elocuentes del estado de cosas al que se ha llegado en Europa. Bruselas no es cualquier ciudad del viejo continente, al ser mucho más que la capital de Bélgica. Es la capital de la Unión Europea, donde está la sede del parlamento europeo y otras instituciones comunitarias. Allí se debaten las grandes cuestiones políticas, sociales y económicas que afectan no sólo a los países miembros sino a la escena internacional también. De allí emanan las leyes para las naciones que componen la Unión y se gestan las líneas maestras ideológicas que marcarán el rumbo a seguir. Además en Bruselas está el cuartel general de la OTAN, esa macro-entidad militar de fuerza descomunal capaz de pulverizar al más poderoso enemigo.
Pues bien, toda esa grandeza ha sido puesta en jaque por un solo hombre portando un Kalashnikov o similar y un cinturón de explosivos. El miedo y la psicosis no se han apoderado sólo de la población sino también del gobierno belga, que ha decretado medidas de excepción sin precedentes desde la II Guerra Mundial. Claro que el solitario terrorista no está tan solo, al haber un número indeterminado de personas de su misma persuasión viviendo en Bruselas.
En cualquier caso, los hechos están ahí y el pánico que ese hombre ha creado, multiplicado por el efecto amplificador que generan los medios de comunicación, ha sido capaz de hacer posible lo que hasta hace poco era imposible: Secuestrar a una ciudad representativa de todo un continente. Una rotunda victoria para el terrorista, sus camaradas y sus simpatizantes, que han puesto a la seguridad, el gran valor occidental, en entredicho, a la par que una profunda humillación para ciudadanos acostumbrados a dar por obvias demasiadas cosas.
¡Qué poder tiene el pánico desatado, hasta el límite de amedrentar a lo que estaba firmemente confiado y que parecía inexpugnable, lo cual muestra que ni era tan firme ni tan inexpugnable! Basta un peligro suelto, una amenaza en el aire, para que nuestro sistema de vida pueda venirse abajo, a pesar de tantas medidas de precaución tomadas, desvaneciéndose en un instante toda nuestra auto-suficiencia y jactancia.
Pero creo que el pánico del hombre que estamos viviendo estos días en Europa no es más que el resultado de haber perdido, hace ya mucho tiempo, el temor de Dios. Y habiendo perdido eso, o mejor dicho, habiéndolo desechado deliberadamente, estamos recogiendo los amargos frutos que ese vacío espiritual ha producido. Aunque a decir verdad, el vacío lo hemos llenado con una pseudo-espiritualidad de nuestra conveniencia, que está conformada a nuestras ideas y perversiones, para lo cual hay múltiples ofertas en el mercado ideológico. Y una de esas ofertas es la que dice algo así: ¡Ah! El temor de Dios; sí, ese cuento chino que clérigos oscurantistas fabricaron hace mucho tiempo para tener ensimismadas a las gentes con sus embustes.
Existe una diferencia abismal entre el terror que provoca el hombre y el temor que viene de Dios. El primero es desolador y destructivo, como estamos viendo, no sólo por sus efectos letales en vidas humanas, sino también por sus dañinas consecuencias sobre la mente y el corazón, que quedan cautivos bajo la tiranía del pánico. El segundo, en cambio, es beneficioso y protector de mente y corazón frente al miedo. De hecho, el temor de Dios es el antídoto contra el terror del hombre, porque como dijo Jesús: 'No temáis a los que matan el cuerpo y después nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed.'i
Ese temor de Dios es el principio de la sabiduría, es decir, su origen y causa. La sabiduría no tiene que ver con el conocimiento científico o tecnológico, porque alguien puede ser un consumado experto en biología molecular, por poner un ejemplo, y ser un redomado necio en cuestiones vitales. La sabiduría es la facultad de saber cómo hemos de vivir en este mundo y en esta vida, en vista de que estamos de paso hacia otro mundo y otra vida. Es el entendimiento de que voy a tener que rendir cuentas de mis actos ante un Juez imparcial, ante quien no prescriben las trasgresiones. La sabiduría es echar mano del salvavidas que ahora se me ofrece, para no ser succionado hacia el abismo por el pavoroso torbellino que todo lo absorbe en pos de sí.
Si yo tuviera que hacer una definición de lo que es el temor de Dios, diría que es tomar a Dios en serio. Lo cual es igual a tomar su Palabra en serio. Tanto sus promesas como sus advertencias. Tener temor de Dios quiere decir no depender de la propia prudencia ni ser auto-suficiente, sino fiarse y depender de Dios. Es ser conscientes de nuestras limitaciones, sabiendo que en la hora de la prueba suprema no somos nada y nada podemos.
Pero al haber renegado del temor de Dios, Europa ha quedado en manos del terror del hombre. Un terror que no va a amainar sino todo lo contrario. Mas para el remanente fiel que Dios ha dejado en este continente, resuena la antigua exhortación: 'No llaméis conspiración a todas las cosas que este pueblo llama conspiración; ni temáis lo que ellos temen, ni tengáis miedo. Al Señor de los ejércitos, a él santificad; sea él vuestro temor y él sea vuestro miedo.'ii
i Lucas 12:4-5
ii Isaías 8:12-13
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