¿Puedes dejar ordenadores, móviles, televisión, videos y otros objetos que, en alguna manera nos esclavizan? A veces hasta necesitamos desconectar de las personas que nos rodean, suavemente y sin hacer ruido buscando algo de soledad.
Hoy mi artículo es diferente. Una especie de relax. Una escapada. Es una invitación que espero no te parezca vana. Es ésta: Ven conmigo al desierto.
Yo, que me he pasado la vida en la gran ciudad y, además, involucrado tantos años en el trabajo con pobres urbanos que viven en focos en conflicto a través del trabajo de Misión Urbana, te invito a que te vengas hoy conmigo al desierto… aunque sólo sea por unos días, un tiempo para meditar en la soledad. A veces pienso que deberíamos purificarnos en medio de la paz y tranquilidad que nos puede dar un tiempo de desierto personal. Morir para el mundo durante un tiempo para renacer con nuevas ideas, nuevos valores, una nueva vida.
Vente un tiempo conmigo al desierto. ¿Puedes dejar ordenadores, móviles, televisión, videos y otros objetos que, en alguna manera nos esclavizan? A veces hasta necesitamos desconectar de las personas que nos rodean, suavemente y sin hacer ruido buscando algo de soledad.
Ven conmigo al desierto. Quizás te olvides de las prisas, de los compromisos, de las presiones que tienes a tu alrededor. Vuelve cara a la pared tu reloj, ese instrumento que marcha implacable recordándote el paso del tiempo, el hecho de que eres finito, un ser que, en términos biológicos se encamina hacia la muerte.
Ven conmigo al desierto. ¡Qué difícil es captar un momento de soledad! Si estás solo en una habitación o despacho, allí te espera tu ordenador al que casi no puedes resistirte a abrir, el teléfono móvil que te recuerda que te están llegando mensajes. Si, en medio de las prisas y de la dificultad de entrar en una soledad buscada para poder reflexionar sin presiones, no encuentras formas de desconexión de objetos, cosas y personas, ven conmigo al desierto. Allí nos sentaremos sin hablar, derramando nuestra alma en la arena y escucharemos el silencio. Huye de esa soledad que, rodeada de cosas y personas, evita una reflexión pura.
Ven conmigo al desierto. Quicas en esa soledad encuentre algo importante que hasta ahora no has encontrado. Encuéntrate a ti mismo. Si lo consigues, quizás podrás conectar con un Tú que en medio de los ruidos urbanos se te oculta y no lo percibes. El tú trascendente. Totalmente desnudo ante Él. Sin cargas ni mochilas que nos ralenticen y nos estorben. Así, al ser capaz de contactar con ese Tú, así con mayúscula, puedas luego en el trajín de la ciudad contactar también con otros tú personales, próximos, prójimos a los que entregarte y servir. Busca la desnudez existencial total, deja tus cargas, tus pesadas mochilas para que puedas encontrarte a ti mismo. Si no, es posible que hasta te sea difícil encontrar a tu Creador.
Ven conmigo al desierto. Rodéate de arena por todos los costados. Mira la infinitud por delante y por detrás. Contacta con todas las dimensiones del horizonte. Agárrate de mi mano. Vamos corriendo al desierto, allí donde parece que falta tantas cosas como necesitamos para esta existencia posmoderna que nos ha tocado vivir llena de cosas, cachivaches y utensilios que consideramos.
Ven conmigo al desierto y vamos a jugar a buscar espacios donde nada ni nadie nos puedan distraer de lo esencial, de lo espiritual, de lo trascendente. Ven conmigo un tiempo allí donde no puedas comprar ni vender, donde no puedas usar ni el dinero, ni el coche, ni la luz eléctrica, ni siquiera la ducha diaria ni el agua caliente. Quizás encuentres aguas en el desierto, manantiales limpios donde tu cuerpo se purifique.
Ven conmigo al desierto. Quiero huir. Perderme en el infinito de la arena. Andar ligero de ropas y enseres. Me gustaría una vida no complicada en donde no existiera ni la riqueza ni la pobreza, ni el poder ni la debilidad de los sufrientes de la tierra, donde el orgullo ya la vanidad no tuvieran sentido. Busca espacios laberínticos allí donde quizás nadie pueda encontrarte durante un tiempo. Regenérate.
Ven conmigo al desierto. Quizás comencemos un proceso de humanización, allí como perdidos, solos ante la realidad de la existencia, ante su verdad, su magia, su atractivo. No necesitamos muchas cosas. Tenemos nuestras manos, nuestros pies, nuestros ojos y oídos. No necesitamos armas, ni almacenes, ni asegurarnos de nada. La vida es generosa y podrá llenar nuestra existencia.
Ven conmigo al desierto. Si sabes despojarte de lo accesorio, de lo inútil, de aquello que no es esencial, ni siquiera la angustia existencial podrá atacarte. ¿Quién acudirá a nosotros en esa soledad buscada, en ese despojarnos de todo lo inútil, existencias puras en contacto con el silencio, con la naturaleza, allí donde quizás no haya ni vacío ni llenura, allí donde hablar de un mundo con las tres cuartas partes de la humanidad en pobreza sea un sinsentido, un crimen, una insensatez, un pecado.
Ven conmigo al desierto allí donde todo lo superfluo estorba, allí donde no existe la raíz del empobrecimiento de tantos que es la codicia, la usura, la avaricia. En tu soledad no vas a encontrar nada de esto y vivirás como una existencia limpia y pura. Sólo así podrás comenzar una inmersión en el interior de ti mismo, sumergirte en la pureza de lo íntimo.
Ven conmigo al desierto, pero temporalmente. Te darás cuenta de que tampoco la soledad del desierto es la meta para toda una vida. Es posible que allí captes también algo de la necedad que has dejado atrás, de las opresiones y despojos, de las injusticias en las que muchos humanos son como devorados por fieras salvajes. Entonces quizás sientas la necesidad de vestirte y de calzarte y de salir corriendo de nuevo a la ciudad para vivir en ella como un vivo entre los muertos, como una persona con conciencia ante los sin conciencia, como un ser que necesita nadar en contracorriente. Entonces, déjate llevar solidariamente. Déjate usar. Métete en los focos de conflicto allí donde quizás puedas llevar paz. Tiende tus manos de ayuda y conviértete en los pies del Señor. Gástate en la ayuda a los demás. Que no te importe romperte. Quizás luego puedas volver al desierto de nuevo, ya roto y gastado. Es posible que allí te encuentres con unas manos que te acojan y te digan: Ven conmigo. Estás aprobado. Ya no necesitas volver más a la ciudad. Y, entonces, comiences a volar, volar… hasta el infinito, hacia la paz.
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