Este artículo, carta abierta o recado al cantante, tiene que ver con su balada ‘Una canción para la Magdalena’.
Señor Sabina:
A modo de aclaración le diré que soy un seguidor fiel de sus canciones. Creo que las tengo todas, o casi todas. La primera vez que asistí a uno de sus espectáculos en directo fue en La Mandrágora, en aquél ambiente recogido y agradable. Usted tocaba la guitarra (claro) y cantabajunto a Alberto Pérez y Javier Krahe. Como homenaje a Krahe, recientemente fallecido, le diré que me gustaban especialmente sus creaciones LA HOGUERA y MARIETA. Aunque estoy hablando de los años 70, recuerdo las ráfagas de humor del trio entre canción y canción. Una noche que alguien dejó caer un vaso de la mesa que ocupaba, al estrellarse contra el suelo Pérez clamó en alta voz: “¡Que no cunda el pánico!” Y repitió: “No pasa nada, que no cunda el pánico”.
En su día adquirí el video de su gira por países de la América hispana con Juan Manuel Serrat y el libro con 142 páginas de poemas, CIENTO VOLANDO DE CATORCE.
Le he seguido hasta el día de hoy en la música y en medios de comunicación. Lo último que he leído sobre usted han sido unas declaraciones de su socio o manager, no recuerdo el nombre, tiré el periódico a la papelera, en las que decía que usted había mantenido relaciones sexuales con unas dos mil mujeres. Creo que exageraba. Usted sabrá. De ser cierto le atribuyo una potencia sexual superior a la de Salomón, a quien doblaría la hazaña.
Este artículo, carta abierta o recado al cantante, tiene que ver con su balada UNA CANCIÓN PARA LA MAGDALENA.
Se lo confieso: Cada vez que alguien escribe o habla de María Magdalena identificándola con una prostituta, salto como si lanzaran un misil directamente a mi alma. Porque no existe en el mundo mentira más grande. Y usted lo hace.
Transcribo algunos versos de su canto:
Si, a media noche, por la carretera
Que te conté,
Detrás de una gasolinera
Donde llené,
Te hacen un guiño unas bombillas
Azules, rojas y amarillas,
Pórtate bien
Y frena.
Y, si la magdalena
Pide un trago,
Tú la invitas a cien
Que yo los pago.
Si estás más solo que la luna,
Déjate convencer,
Brindando a mi salud, con una
Que yo me sé.
Y cuando suban las bebidas,
El doble de lo que te pida
Dale por sus favores,
Que, en casa de maría de magdala,
Las malas compañías son las mejores.
Prescindo de comentarios propios ante tamaña injuria y le remito a dos grandes de las letras españolas: Mariano José de Larra: “la boca que se abre para blasfemar es una boca del infierno”. Concepción Arenal: “no hay estruendo tan infernal como el de las grandes voces que blasfeman”.
El último verso de su canción para la Magdalena es un insulto sacrílego, violento, que Shakespeare definió como “paja para el fuego que hay en la sangre”.
Con ese corazón
Tan cinco estrellas,
Que hasta el hijo de un dios,
Una vez que la vio,
Se fue con ella,
Y nunca le cobró
La magdalena.
Por sus declaraciones y actuaciones, quienes seguimos su vida y su música le tenemos a usted por ateo y anticatólico. Esto último, a la manera de los anticatólicos españoles, a quienes denunció Machado, Unamuno y todos los componentes de las generaciones del 27 y del 98, también Blasco Ibáñez y Ortega y Gasset. Mucho hablar contra la Iglesia pero seguir creyendo en sus doctrinas y dogmas. Porque fue la Iglesia católica, sin base bíblica alguna, la primera que calificó a María Magdalena de prostituta.
Desde los albores del catolicismo se la ha venido considerando así: Magdalena como la prostituta arrepentida. Ahora, en su canción, usted se hace eco de las mentiras católicas. El Concilio Vaticano II, celebrado en Roma entre 1962 y 1965, decidió retirar la acusación de prostituta a María Magdalena. Pero el decreto no se hizo público ni hubo arrepentimiento del Vaticano por haber manchado sin causa el honor y la pureza moral de la Magdalena a lo largo de mil setecientos años. “Para la Iglesia –dice el exsacerdote católico y periodista Juan Arias-, en su nueva liturgia, la Magdalena ya no es una ex prostituta convertida, sino la mujer santa que fue testigo y apóstol en la primera comunidad cristiana”.
El error católico en sus juicios sobre María Magdalena parte de sus teólogos, que interpretaron equivocadamente el texto de Lucas 7: 36-50. Aquí leemos que Cristo fue invitado a un banquete en casa de un fariseo llamado Simón. Durante el banquete entró en la sala “una mujer de la ciudad que era pecadora”. Arrodillada a los pies de Jesús vertió un pomo de perfume, los regó con sus lágrimas, los besó y los enjugó con sus cabellos. Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: “Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (Lucas 7:39).
Los exégetas católicos del Nuevo Testamento identifican a esta mujer con María Magdalena. Pero no hay base alguna para esta identificación. Aquella mujer, supuesta prostituta, no era María Magdalena. De esta se dice que Cristo echó de su cuerpo siete demonios, o la curó de siete enfermedades (Lucas 8:2). Pero esto no significa que fuera prostituta.
Magdalena deriva de Magdala, nombre de su pueblo de origen, en la orilla occidental del lago Tiberiades. En el siglo II, cuando el Vaticano aún no había extendido sus mentiras sobre la Magdalena, el teólogo y exégeta Orígenes de Alejandría escribió sobre la pureza de esta mujer, su grandeza moral puesta al servicio de Cristo.
Un ateo italiano, Luigi Cascoli, presentó una querella contra el sacerdote apellidado Righi, exigiendo que demostrara que Jesús de Nazaret existió. El juez Gaetano Montone, de Viterbo, al norte de Roma, aceptó la denuncia y fijó la fecha del juicio.
Esto habría que hacer con todos aquellos que llaman prostituta a María Magdalena. Llevarlos ante los tribunales y que lo demuestren.
¿Qué más, señor Sabina? Como todos pedimos, desde el bebé que llora cuando le falta la leche materna –es su forma de pedir- yo pido a usted que escriba otra canción sobre María Magdalena, pero reivindicando su limpieza moral y colocándola en el lugar que le corresponde en la historia del Cristianismo primitivo. ¿Es mucho pedir?
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