Terrible escándalo: las dos terceras partes de la humanidad reducida a pobreza y más de mil millones de hambrientos en nuestro mundo injusto y desigual.
No soy un exégeta bíblico y, para estos artículos, siempre analizo la Biblia en la línea de la preocupación y defensa de los débiles, de los pobres y excluidos. La Biblia es muy rica y cuidadosa trabajando esta línea que tan importante fue, no sólo para los profetas, sino para Jesús mismo. Por tanto, me resulta muy fácil seguir esas huellas tan claras y que cruzan, de forma transversal, toda la Sagrada Escritura.
En el capítulo 6 del Evangelio de Lucas, el evangelista nos ofrece juntas las bienaventuranzas y los ayes o alaridos contra los injustos. Quizás por esto nos resultan mucho más atractivas las bienaventuranzas del Evangelio de Mateo. Lucas es más brusco en la exposición. Más seco. No habla de las bienaventuranzas de los pobres en espíritu, sino de los pobres, así, a secas. No habla de los que tienen hambre y sed de justicia, sino simplemente de aquellos que tienen hambre, terrible tragedia en el mundo hoy. Habla también de los que lloran en contraposición a la risa. No dice solamente que van a ser consolados, sino que van a reír. Reirán con una especie de júbilo especial que les redima.
Sin embargo, lo más llamativo es que, para hacer más reales sus bienaventuranzas las pone en paralelo a los ayes. Pareciera que para Lucas no es posible comprender las bienaventuranzas sin ver en paralelo esos ayes de los que nos habla. Ayes o gritos divinos que deberían asustar a muchos de los humanos insolidarios.
Hay que poner atención. Sí. Parece que hoy en la iglesia apenas se habla de estos ayes, de estos gritos divinos contra muchos de los humanos que no saben ejercer la misericordia. No se predica nunca sobre los ayes que nos deja el evangelista Lucas en paralelo a su versión más seca de las bienaventuranzas.
Las bienaventuranzas siempre nos atraen aunque los elegidos de estos destellos de felicidad sean los pobres, los que lloran, los hambrientos o sedientos. Quizás esto nos inquieta un poco. Nos tranquiliza mucho más cuando estos pobres son llamados “pobres de espíritu”, o a los hambrientos se les define como “hambrientos o sedientos de justicia”… No sea que nos hablen de los pobres y nos sintamos interpelados.
Sin embargo, el evangelista Lucas nos descoloca un poco. Deja reducida la bienaventuranza a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran sin adjetivos de ningún tipo. Así a secas, quitándole todos los calificativos. Nos deja ante la realidad de un mundo injusto en donde se mueven muchos pobres, muchos hambrientos y muchos desconsolados. Terrible escándalo: Las dos terceras partes de la humanidad reducida a pobreza y más de mil millones de hambrientos en nuestro mundo injusto y desigual.
¿Tendría Lucas en su mente a los económicamente pobres, a los excluidos, a los que pasan hambre en el mundo y quiere dirigir a ellos la bienaventuranza? Eso que lo analicen los exégetas bíblicos, los eruditos de la Biblia si es que se atreven a dar una verdad llena de adjetivos calificativos que palíen un poco la situación para que no nos interpele mucho a nuestra conciencia. Yo, al leer en castellano las bienaventuranzas de Lucas lo interpreto así, literal, en contraposición a los ayes de que nos habla y en línea con todo el contexto bíblico.
Sí. Poner en paralelo las bienaventuranzas y los ayes es curioso, novedoso y llamativo. Quizás él no tenía duda ninguna de que se trata de la pobreza real de aquel al que le han robado sus medios de vida y le han impedido participar en igualdad de los bienes del planeta tierra, del hambre de los estómagos vacíos y del llanto de los sufrientes de la tierra. ¿Es que, quizás, estos pobres, económicamente pobres, despojados y apaleados son también pobres de espíritu? ¿Es que quizás esos mil millones de hambrientos son un grito de búsqueda de la justicia? ¿Será que al tener hambre física se tiende también a tener hambre de justicia? Sería una forma de unir la versión de las bienaventuranzas que nos da Mateo con la que nos da Lucas. Reflexionad y pensad en esto.
¡No, no tengáis dudas!, nos diría el evangelista Lucas. Hay que poner en paralelo las bienaventuranzas y los ayes. Es cierto que están los pobres, pero no es un simple fenómeno natural. Tenéis que verlos en línea con aquellos que en el mundo tienen sus almacenes llenos y están saciados o, si queréis, ahítos. Los injustos acumuladores de nuestro mundo. Han desequilibrado el mundo con su voracidad.
Por eso —diría el evangelista—, voy a poner en línea, en paralelo, aquellos que son pobres y destinatarios de esa bienaventuranza, con aquellos que están insolidariamente enriquecidos. A estos se les da uno de loa ayes. “Bienaventurados los pobres” en paralelo con “ay de vosotros ricos”. De estos últimos se dice que ya tienen su consuelo, su consuelo terrestre, ese falso consuelo que da el brillo del oro y de las riquezas de las que se dice en la Biblia que “la polilla y el orín corrompen”. No se puede entender la bienaventuranza sin el ay, ni viceversa.
No se puede entender tampoco la bienaventuranza de los hambrientos, sin el ay de los saciados. Son las dos caras de la misma realidad injusta: “¡Ay de vosotros los que ahora estáis saciados!”. Vosotros vais a ser los que algún día vais a estar hambrientos. La realidad y los valores se pueden trastocar, cambiar. No se puede mantener eternamente la injusticia y el robo. Los almacenes terrestres no van a estar eternamente llenos. A vosotros, los ahora hambrientos, os dice la bienaventuranza que vais a ser saciados. Vuestra hambre pasará a los estómagos de los injustamente saciados, al igual que en los valores del Reino los últimos podrán llegar a ser los primeros.
Los que lloráis, acabaréis riendo. Las lágrimas no serán eternas, pero eso no quita para que Lucas ponga su bienaventuranza de risa y alegría para los que ahora lloran en contraposición a los ayes o malaventuranzas para los que ahora ríen dando la espalda al llanto de los afligidos y excluidos de la tierra: “¡Ay de vosotros los que ahora reís!, porque lamentaréis y lloraréis”. Será uno de vuestros ayes, de vuestras malaventuranzas, de vuestra infelicidad, de vuestra tragedia.
Vosotros, los sencillos, los seguidores de los valores del Maestro: No os preocupéis por el hecho de que algunos ahora os aborrezcan. También tenéis vuestra promesa de bienaventuranza. Así, pues, cuidado con los halagos, los falsos prestigios de las riquezas o sabidurías humanas, las sumisiones que practican aquellos que consideran las injustas riquezas como algo prestigioso. No busquéis nunca esos halagos, no os equivoquéis. Muchas veces son halagos que Dios desprecia y lanza uno de sus ayes contra ellos. Otros, en su sencillez, en su seguimiento de una espiritualidad cristiana alejada de halagos inútiles, recibirán su bienaventuranza.
Señor, danos sabiduría, danos tu gracia para saber situarnos en la línea de aquellos pobres, hambrientos, acosados por el llanto por el mundo, sencillos y aborrecidos, pero que la bienaventuranza viene destinada para ellos… Serán felices en el tiempo de Dios.
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