Cuando se olvida al pobre, se le oprime, se le despoja o se pasa de largo ante su dolor, se imposibilita toda relación cúltica con el Dios de la vida.
Muchas veces, a través de mis artículos, he dejado entrever o he dicho, de forma más o menos clara, que el culto a Dios se tiene que dar agarrados de la mano del prójimo y en solidaridad con él. Lo otro, no es que sea culto verdadero o falso, sino un culto que Dios no escucha.
Yo veo en la Biblia que los profetas nos enseñaban a tener cuidado con el culto que se hace de forma insolidaria con el prójimo en necesidad, con el hombre que sufre. Nos dan una fuerte llamada de atención. Parece que muchos de los profetas nos gritan advirtiéndonos que cuando ligamos el culto sólo y exclusivamente a conceptos tales como la adoración, la alabanza, la oración o el cumplimiento de rituales religiosos, pero estamos viviendo una espiritualidad cristiana de forma insolidaria con el prójimo, estamos fallando. Insistimos en que, según los profetas, Dios cierra sus oídos al culto insolidario para con los colectivos marginados en donde se encuentra nuestro prójimo apaleado.
No todo culto de alabanza de labios, pero de espaldas al grito del prójimo sufriente, es acepto a Dios. No sé si esto se tiene en cuenta en los seminarios, cuando se estudia como debe ser la vida de la iglesia o cuales deben ser las responsabilidades de la iglesia como misión, cuando se estudian las características y condicionamientos que puede tener el culto para ser acepto a Dios… si es que se estudia.
Por tanto, el culto no es sólo usar el púlpito a manera de conferencia aunque esté regado con la alabanza, la oración, la ofrenda u otros rituales. Esto sólo es válido si quien se presenta a Dios para rendirle culto va reconciliado con el hermano en solidaridad con él y con su mano tendida de ayuda al que sufre. Por eso, al entrar por los atrios de la iglesia deberíamos escuchar la voz de Jesús diciéndonos que tengamos cuidado, pues antes hay que reconciliarse con el prójimo.
Todo lo que no lleva esta característica en torno a la projimidad, según los profetas, es vana ofrenda y molestia a los oídos de Dios que los cierra permaneciendo ajeno a la escucha y silente en sus respuestas. Se puede dar el fenómeno, lo digo en parte sólo por motivos didácticos, del Dios sordo o el Dios mudo ante nuestro ritual cúltico. Debemos reflexionar a la luz de la Biblia sobre las características que debe tener el culto verdadero y acepto ante Dios.
Concluimos según la Biblia: El culto hecho por personas insolidarias que pasan de largo ante el grito del prójimo marginado, empobrecido, apaleado o privado de su dignidad, o sea, el culto que no va precedido y ligado, de forma inexcusable, a la práctica de la misericordia en compromiso social con el prójimo desamparado y pobre, el culto no avalado por la práctica de la justicia y la restitución al agraviado, es un culto en el que Dios no se goza, no lo escucha y se da el silencio de Dios como si un manto de nieve fría cubriera todas nuestras alabanzas y rituales.
¿Es, realmente, la acción social de los creyentes, la búsqueda de justicia para con el agraviado y excluido, la denuncia de la opresión, el albergar, dar de comer al que tiene hambre lo que posibilita el que el auténtico culto se pueda dar? ¿Son estos los auténticos “posibilitantes” del culto? ¿Qué relación hay entre la preocupación por el prójimo y el mancharse las manos solidariamente en su liberación con la posibilidad del auténtico culto? ¿Puede ir al culto el que ha pasado de largo ante el prójimo necesitado? ¿Podemos afirmar, si es que interpretamos bien a los profetas, que Dios no acepta el culto de bocas insolidarias? ¿Se puede concluir que Dios rechaza el ritual de aquellos que no buscan justicia? ¿Hay que tener esto en cuenta cuando nos acercamos a la casa de Dios? ¿Es eso lo que se nos quiere decir cuando se nos da la advertencia de que cuando vayamos estemos antes reconciliados con nuestro hermano? ¿Tenemos esto en cuenta tanto los pastores como los líderes o simples miembros congregantes?
A veces pienso que tanto en nuestros cultos como en otros rituales de otras confesiones religiosas se han subordinado todos estos “posibilitantes” del culto, se ha pasado de largo sobre ellos y se les ha dejado más que subordinados ante lo que nos parece esencial: la alabanza, la adoración, la predicación y la ofrenda. Y no es que esto no sea bueno, que es esencial y necesario, sino que sólo tienen auténtico sentido cuando va precedido y abonado por el compromiso cristiano personal con el hombre que sufre, con los tirados al lado del camino. Si no, parece que se nos dice que no vayamos a la casa de Dios porque nos vamos a encontrar a un Ser Supremo con los oídos cerrados a nuestros rituales.
Los profetas eran claros, repetitivos, machacones cuando afirmaban que nada, absolutamente nada de lo cúltico es válido si no va precedido, ligado o regado por una relación con el prójimo en el sentido de compromiso social, la búsqueda de justicia, el amparo al huérfano y a la viuda, y la protección al hombre que sufre pobreza u opresión. Así, cuando se olvida al pobre, se le oprime, se le despoja o se pasa de largo ante su dolor, se imposibilita toda relación cúltica con el Dios de la vida. Sólo recordar para terminar un texto de los profetas: “No me traigáis más vana ofrenda…, vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma…, cansado estoy de soportarlas. Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré… aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego…”. Venid luego a la casa de Dios. Si vais antes, os encontraréis con el Dios silente que sufre con nuestro ritual, con el Dios que no nos oye y con el Dios mudo que no da respuesta ninguna a nuestras peticiones.
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