Hay ausencias que se van asumiendo con el tiempo, otras en cambio sólo las puede restaurar la ilusoria proximidad, el acercamiento, la humildad, el perdón.
Al evocar el pasado, tiendo a detenerme en secuencias desprovistas de tristeza, es más, busco siempre esas instantáneas en las que el alborozo lo funde todo en acompasada y cálida alegría.
Cuando ante mí se ciñe la nostalgia, tomo cuidadosamente los recuerdos e intento acariciarlos aun sabiendo que mi incursión en ellos no siempre resulta un trazo acertado, es a veces difícil evocar el ayer sin sentir los azotes acres que provocan las ausencias.
Hay despedidas inevitables, seres cercanos que tras un largo recorrido por la vida concluyen su viaje y nos legan el testigo para que sigamos corriendo en esta gran maratón.
Esos abandonos se lloran, se evocan con triste alegría. Hablamos de los ausentes con melancolía y siempre, o casi siempre, tienen un lugar en la memoria.
Existen otro tipo de ausencias más dolorosas, abandonos que dejan tu casa-corazón maltrecha, hundida.
Un distanciamiento progresivo de aquella persona a la que amas y de la cual te sentías enormemente orgullosa. Una lejanía que te hace sospechar que dentro de muy poco tendrás que recurrir al ayer para no sentir la doliente realidad.
Sigilosamente comienzan a colarse en tu interior los rítmicos vientos del tiempo pasado saboteando algún que otro instante que creías indeleble.
Las palabras, las risas, las confidencias, el cómodo silencio provocado por la complicidad, se irá dilatando hasta convertirse en una ráfaga fugaz de aire insolente que sólo logrará despeinar el recuerdo. Y una mañana al despertar, advertirás sorprendida que la senda tantas veces transitada se encuentra plagada de hierba y ya no resulta transitable.
Ese adusto momento llena por unos instantes toda tu aljibe de congoja, de una indisoluble tristeza.
Oteas por las diminutas rendijas ese amor inquebrantable y ves que otros disfrutan de lo que neciamente creíste un poco tuyo.
Hay ausencias que se van asumiendo con el tiempo, otras en cambio sólo las puede restaurar la ilusoria proximidad, el acercamiento, la humildad, el perdón.
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