Si no quiere naufragar en este hundimiento moral colectivo, el cristiano necesita seguir poniendo a la ley de Dios en su vida en el sitio que le corresponde.
La palabra antinomianismo está formada por dos: Antí, que significa contra, y nomos, que significa ley, lo que da como resultado estar contra la ley, tener una actitud de rechazo hacia ella. Si se considera detenidamente no existe una cosa tal como el antinomianismo absoluto, pues quienes son contrarios a la ley no es que rechacen todo tipo de ley, ya que la sustituyen por una propia que ellos se han fabricado y que se ajusta a sus deseos. Una ley que les conviene reemplaza a otra que no les conviene. Cuando la palabra se lleva al terreno de las creencias, sirve para designar a los que sostienen que la ley de Dios no es necesaria para el creyente, al haber quedado totalmente abrogada.
El antinomianismo es tan viejo como la humanidad, ya que la primera tentación consistió en la seducción que ejerce pensar que la ley de Dios es un freno o impedimento para conseguir nuestros deseos. Por lo tanto, lo mejor es deshacerse de ella y de esta manera ser totalmente libres. La ley de Dios fue desbancada por otra ley que parecía dar alas a las ambiciones más elevadas del hombre, hasta alcanzar las alturas más insospechadas de conocimiento y poder. Ese antinomianismo llevó al desastre, siendo la raíz de todos los males que afligen a la humanidad.
Hoy en día el antinomianismo levanta cabeza dentro del cristianismo, aunque en realidad siempre ha estado presente, si bien con oscilaciones, a lo largo de su historia. Hay tres razones poderosas que ayudan a explicar el avivamiento del antinomianismo en nuestros días.
La primera es la tendencia innata que hay en el ser humano a ser antinomiano. Precisamente la necesidad de la educación y la instrucción en niños y jóvenes tiene como objetivo fijar límites y establecer normas que encaucen su personalidad y conducta, ya que la falta de las mismas desembocará en el desenfreno y la disolución. En otras palabras, la ley es imprescindible para la formación de la vida que está en ciernes y la disciplina en esa ley es vital para que arraiguen buenos hábitos de comportamiento. Por tanto, el carácter dependerá en gran medida de la presencia de una normativa equilibrada que distinga entre lo bueno y lo malo. Cualquier padre que elimine ese componente de la educación de su hijo apresura su ruina. Todos nacemos antinomianos y precisamos ineludiblemente de la inoculación de la sana vacuna de la ley.
La segunda razón del resurgimiento actual del antinomianismo es que hay un apartado de la enseñanza cristiana que si no se entiende bien puede degenerar en antinomianismo. Ese apartado es el de la justificación por la fe, que rectamente entendido viene a decir que somos declarados justos por Dios no mediante las obras de la ley sino por la confianza en la promesa de salvación depositada en Jesucristo. Si esto se entiende en el sentido de que no podemos salvarnos a través de la ley es correcto; pero si por ello se entiende que podemos saltarnos la ley es erróneo. La ley no nos salva, pero somos salvados para honrarla y obedecerla. Todos los movimientos antinomianos que ha habido y hay tienen en común una deficiencia fatal en su comprensión de la crucial doctrina de la justificación por la fe.
La tercera razón del presente apogeo del antinomianismo en el seno del cristianismo se debe a la influencia del entorno pagano en el que vivimos. El hecho de que cada cual en nuestra sociedad haga lo que le apetezca y lo considere una prerrogativa irrenunciable, hasta llamar derecho a lo que en verdad es abominación, ha dejado su huella en la mentalidad y manera de vivir de muchos cristianos, que, llevados por la marea dominante, han acabado por asumir como buenos los postulados del antinomianismo. La degradación de las costumbres, plasmada en la legislación y potenciada por los poderosos recursos que los modernos medios tecnológicos ofrecen, ha hecho mella en la fibra moral de personas que un día tuvieron las cosas claras y hoy ya no las tienen.
La letal perversión actual referente a la noción de derecho, por la cual derecho es casi todo lo que se me antoje, sin que haya un contrapeso que defina y regule lo que está bien y lo que está mal, ha corroído la conciencia colectiva de una sociedad que va a acabar siendo víctima de sus propios excesos.
Hay un antinomianismo teórico que busca justificar ideológicamente su proceder y hay un antinomianismo práctico que simplemente vive desordenadamente, sin preocuparse de nada más. Ambos salen condenados. Por tal razón, si no quiere naufragar en este hundimiento moral colectivo, el cristiano necesita seguir poniendo a la ley de Dios en su vida en el sitio que le corresponde, según la declaración que hiciera alguien hace 3.000 años: 'Me regocijaré en tus mandamientos, los cuales he amado.'i
i Salmo 119:47
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