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José de Segovia
 

Crimen y castigo en Woody Allen

En “Irrational Man”, una de las películas más desconcertantes que ha hecho Allen en los últimos años, el director vuelve a los grandes temas de Dostoievski.

MARTES AUTOR José de Segovia 13 DE OCTUBRE DE 2015 08:04 h
irrational man Irrational Man nos enfreta al dilema del azar y la culpa.

No todo es cuestión de gustos. Hay películas que lo de menos es si te gustan, o no, lo importante es lo que dicen. “Irrational Man” es una de ellas. Aunque Woody Allen “detesta profundamente todas sus películas” – ¿cómo no sentir simpatía por alguien que dice algo así? –, hace ya tiempo que se cansó de hacer de bufón, para convertirse en uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo. Otra cosa es como se vea él, a sí mismo. Creo que no es falsa modestia cuando dice que “lo único que se interpone entre mí y la grandeza soy yo”. O tal vez, sea el humor judío, que le impide tomarse demasiado en serio.



La filosofía de Allen, como la del profesor que interpreta Joaquin Phoenix, no es académica, sino existencial, ya que refleja los grandes dilemas morales, desde el problema del azar y la culpa. Incapaz de encontrar sentido, ni alegría en la vida, el personaje de Abe Lucas empieza a dar clase en la universidad de una pequeña localidad de Nueva Inglaterra, donde se relaciona con dos mujeres, una solitaria profesora (Parker Posey) y una fascinada estudiante (Emma Stone).



Abe claramente, ha perdido el norte. “Es un tipo que siempre ha intentado hacer algo positivo con su vida –dice Phoenix–. Se ha comprometido en acciones políticas y ha viajado a zonas de desastre de todo el mundo para tratar de ayudar a la gente, pero le suceden cosas terribles. Y después de cierto tiempo empieza a tener la sensación de que nada de lo que ha hecho, ha supuesto realmente ninguna diferencia.”



 



Allen hace una nueva versión de Crimen y castigo, como en Delitos y faltas (1989).



Es un profesor cansado de la vida. Tiene fama de “radical y original”, pero las cosas que dice sobre Kant y Heidegger, no son muy geniales, la verdad. Parece que antes disfrutaba enseñando, pero “la fealdad, el dolor de la existencia y las terribles flaquezas de la gente, han acabado agotándolo”, piensa Phoenix. “Se considera un fracaso como persona, porque no ha sido capaz de dejar huella”. Ha escrito obras eruditas, pero ahora ve la filosofía como “una masturbación verbal”. Ya nada le importa lo más mínimo.



 



EXTRAÑA COMBINACIÓN



“Irrational Man” es una de las películas más desconcertantes que ha hecho Allen en los últimos años. Es una historia muy oscura, pero contada de forma ligera y juguetona. Este singular thriller universitario mezcla el drama y la comedia en una extraña combinación, cuya intriga recuerda por su tono frívolo a la deliciosa “Misterioso asesinato en Manhattan”, pero cuya tragedia entronca con obras mayores, como “Delitos y faltas” o “Match Point”.



La obra de Allen vuelve una y otra vez, a los grandes temas de Dostoievski. Desde “La última noche de Boris Grushenko” (Love and Death, 1975), sus personajes se han preguntado si un crimen podía estar justificado –aunque fuera Napoleón la víctima, como en este caso–, pero nunca con la seriedad que lo hizo en “Delitos y faltas” y “Match Point”.



 



El personaje de Joaquin Phoenix es un filósofo que ha perdido el norte.



Woody Allen empezó su carrera como un cómico en la tradición judía norteamericana, basada en un humor de autoflagelación, pero su obra adquiere un tono cada vez más agridulce en la época que inicia con “Annie Hall” (1977). Cuando al año siguiente, hizo “Interiores” (1978), pocos entendieron su deseo de jugar a ser Ingmar Bergman. El autor de “Manhattan” ama las películas del director sueco, desde que era adolescente. Ya que en los años cincuenta era todavía bastante habitual encontrar producciones extranjeras en los cines de Nueva York.



Si alguna vez se propuso hacer algo así, ahora que va a cumplir 80 años, no le cabe duda de que “ni siquiera puede soñar con acercarse al genio que hay en esas películas”. A lo único que aspira es a “hacer algún filme decente de vez en cuando”. Lo más cerca que ha estado fue con “Delitos y faltas” (1989). Estaba entonces casado con Mia Farrow, el personaje que iba a interpretar su esposa era al principio la protagonista, pero adquiere un papel secundario. Pasa de ser una asistente social a una realizadora de televisión que hace un documental sobre un productor cínico y superficial (Alan Alda).



 



DELITOS Y FALTAS



Los protagonistas de “Delitos y faltas” son dos pares de hermanos: Judah, un oftalmólogo judío y Jack, un gángster, unidos por un asesinato, que les enfrenta al rabino Ben y su hermano, el productor que hace Alda, en un dilema moral de claro carácter religioso. Esta historia de crimen y castigo es el más claro antecedente de Match Point (2005). Judah (Martin Landau) es un agnóstico que cree que “siempre hay un destello de religión que subsiste, desde la época en que te la hicieron tragar siendo niño”. Una imagen de infancia nos presenta a su rabino enseñándole que hay un Dios que todo lo ve.



“¿Es posible creer en Dios después del Holocausto?”, discute la familia de “Delitios y faltas”, en la mesa de su casa. El final es desolador. El crimen queda impune, como en “Match Point”, volviendo Judah a su vida confortable, tras una esposa amante, mientras el personaje de Allen ve a Mia Farrow sucumbir ante los encantos del despreciable productor de televisión. La ceguera del rabino nos lleva a la irremediable soledad que deja a los personajes bailando en la oscuridad.



 



Emma Stone es una estudiante que se enamora de un profesor vulnerable y autodestructivo.



En “El sueño de Casandra (2007) vuelve al escenario de un crimen y una fuerte crisis moral. Esta extraña película es otro desconcertante tratado sobre la culpa y la angustia del pecador, basado esta vez en “Los hermanos Karamazov” de Dostoievski. No es una comedia negra, sino un drama sórdido, en el que todos sus protagonistas acaban despeñándose por el precipicio. Lo que nos incomoda no es sólo su visión oscura de la vida, sino la carga moral de unas historias que nos hacen temer que su pesimismo no es más que un “optimismo bien informado”, como dice él.



 



UNA OBRA PERSONAL



La sinceridad de Allen es siempre desarmante. Cuando Carlos Reviriego le pregunta si ha fantaseado alguna vez con matar a alguien, no duda en responder: “todos los días”. Lo que se da cuenta es que “si matara a todas las personas de las que me quiero deshacer, me quedaría solo en el mundo”. ¿Quién no ha fantaseado con eso, en algún momento? Woody reconoce que es “un tipo de lo más cobarde y un amante de las rutinas”. Piensa que el personaje más cercano a él, sería el de Emma Stone, pero le falta la verborrea que le caracteriza. El quiere ser ese “tipo carismático, brillante, vulnerable y autodestructivo”, del que ella se enamora.



Joaquin Phoenix es un actor criado en una familia de misioneros de los Niños de Dios –junto con su trágicamente fallecido hermano River–, con fama de atormentado. Según el director, “es muy inseguro”. Su dolor se dibuja en el rostro, que podemos contemplar con la mirada amable que suele acompañar las bandas sonoras jazzísticas de Allen, que en este caso recrea la deliciosa fotografía otoñal de la colorida Rhode Island. La película “no alcanza la complejidad, el suspense y la profundidad de sus anteriores crónicas de crímenes –como dice Boyero–, pero está contada con la inteligencia, la imaginación y el atrevimiento que caracteriza a este impagable artista”.



 



La honesta humildad de Allen resulta desarmante.



Allen es uno de pocos cineastas norteamericanos que puede hacer realmente lo que quiere: “Escribo el guión y nadie lo ve, ni siquiera la gente que pone el dinero para la película. Nadie sabe lo que está comprando. Puede ser una comedia o una tragedia prusiana en blanco y negro. Lo que está comprando es mi nombre y la asunción a lo largo de los años de que no voy a hacer nada deplorable. Y como no necesito grandes presupuestos, tampoco pierden dinero. Escojo el reparto que quiero y rodo. Así todos los años. Hago lo que me da la gana. Así que no hay excusa alguna para no ser grande, aparte de que no lo soy.”



 



¿CAUSALIDAD O CASUALIDAD?



Hasta ahora, la culpa se convertía para los personajes de Allen, como en las novelas de Dostoievski, en una auténtica tortura. No es este el caso. La visión cristiana del escritor ruso contrasta con el aparente nihilismo de “Irrational Man”. Lo que te hace dudar que así sea, es el papel que la casualidad juega en todo ello. En la experiencia del jugador que fue este escritor ruso, aprendemos más teología, que de muchos volúmenes de dogmática, como dice mi amigo Emmanuel Buch. ¿No habrá algo de causalidad, detrás de tanta casualidad?



Sus dilemas morales acaban enraizados en medio de un universo en el que la cuestión del pecado y la redención, estalla con una fuerza inusual. En una reciente carta al diario New York Times, el autor de “Delitos y faltas” escribe que “la verdad es que la cuestión es que cuando se disculpa la condición humana, mi mente va a cosas más profundas, como la falta de dirección espiritual que tiene el hombre, su terror existencial”. Allen dice: “El universo es otra cosa que me aterroriza, así como la aniquilación eterna, el envejecimiento, la enfermedad terminal, y la ausencia de Dios, en un vacío de hostilidad airada”.



 



Woody Allen vuelve a Dostoievski, una y otra vez.



“En la vida de todos hay momentos cruciales en los que, de repente, te das cuenta de que algo puede pasar si tomas la decisión correcta –dice Allen–. En este caso, la decisión que escoge el personaje de Joaquin Phoenix es irracional. Pero no lo es tanto si la comparamos con las que todos realizamos a lo largo de nuestras vidas. La gente necesita algo en lo que creer, debe elegir si sus vidas tendrán significado o no. La gente elige religiones o toma decisiones irracionales creyendo que si viven una buena vida, morirán e irán al paraíso y vivirán ahí para siempre, una idea tan alocada como la que el personaje de Joaquin tiene al pensar que su vida cambiará para bien si su plan funciona.”



 



RAZONES PARA CREER



El cineasta cuenta en “Annie Hall” la historia de un tipo que va al psiquiatra y le dice: “Doctor, mi hermano está loco: Cree que es una gallina”. Y el medico le pregunta: “¿Por qué no le envía al manicomio?” El le contesta: “Lo haría, pero necesitamos los huevos”. Para el director de “Irrational Man”, el mundo en que vivimos es totalmente injusto y absurdo, pero nos aferramos desesperadamente a él, a pesar de que la muerte burla todos nuestros intentos de dar a la vida significado.



“No hay ninguna respuesta positiva a la hora de enfrentar la horrible realidad de la vida –dice Allen–. No importa lo mucho que hayan escrito filósofos, sacerdotes o psiquiatras. Al final, la vida tiene su propia agenda y ésta te pasa por encima. Todos terminaremos mal, tarde o temprano de la misma manera”. Es precisamente por eso, que sabemos que algo va mal en esta vida…



Esa cita ineludible que es la muerte, nos recuerda que tenemos un problema, aquel que la Biblia llama pecado (Romanos 6:23). Es por eso que Jesús vino a este mundo. El Dios que nos ha creado no ha querido asistir como espectador a nuestra tragedia, ni simplemente acompañarnos, como un buen amigo que escucha nuestro problema. El ha querido llevarlo, echándolo sobre su espalda, cargándolo en nuestro lugar. Y por el increíble intercambio de la cruz, Él muere nuestra muerte y nosotros recibimos la vida que viene de su justicia (1 Pedro 2:24).



El poder de su resurrección nos anuncia que ha triunfado la justicia, por la cual el crimen no quedará sin castigo. ¡No nos engañemos! Él tiene la última palabra. No “vivimos en un universo cualquiera, vidas insignificantes, en las que todo lo que creas o realizas en tu vida terminará desapareciendo”, como teme Allen. Nuestra vida tiene significado, porque con Él ha resucitado un orden moral que finalmente prevalecerá. Nuestras creencias y acciones tienen consecuencias.


 


 


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