Es evidente que algo anda mal con el ser humano, siendo de importancia primordial la localización del origen del mal que le aflige.
Con motivo de la masiva llegada de refugiados a Europa, un niño sirio hacía unas declaraciones a un periodista, en las que afirmaba que si se paraba la guerra en Siria ellos no vendrían a Europa. Acostumbrados, como estamos, a escuchar las soluciones de grandes mandatarios y personajes influyentes, la propuesta de este desconocido muchacho, llena de sentido común, no podía pasar desapercibida. Fue noticia de portada en cadenas de televisión y concretamente en una de ellas el presentador subrayó que las palabras del niño señalaban el verdadero remedio para el problema: Atajar el mal en su origen.
Mientras la guerra estaba localizada en Oriente Medio nadie se inmutaba por lo que estaba pasando allí, salvo los propios implicados en el conflicto. Pero una vez que sus secuelas han alcanzado a Europa, comenzamos a darnos cuenta de que hay que acabar con el problema, que ahora sí nos afecta directamente. Y es en vano poner alambradas ni intentar contener la avalancha humana mediante policías, que es como querer poner puertas al campo. Por eso la propuesta del niño sirio da en el blanco, anticipándose a sesudos estrategas, sagaces gobernantes y adiestrados ejecutivos, habituados a buscar remedios a complejos problemas.
Una solución que es también válida para la otra emigración que procede de los países africanos, sumidos en guerras, que no tienen cobertura periodística, pero en las que la gente muere de la misma manera que en Siria, empantanados en la pobreza, víctimas de gobernantes rapaces y atrapados por el miedo que infunde el terrorismo. De ahí que no haya mar que pueda frenarles, ni vallas que puedan contenerles.
En realidad el planteamiento del niño es válido para esferas que van más allá de lo que tiene que ver con contiendas bélicas; por ejemplo, cualquier médico estaría de acuerdo con él, ya que en medicina la única forma de curar una enfermedad es atajar el mal en su origen. En la medida que el mal se ataja, la enfermedad es curable; pero en la medida en que no se consigue eso, la enfermedad es letal. Si sólo se tratan los síntomas es seguro que el mal hará presa en el organismo.
Pero llevando más allá la proposición de este muchacho de atajar el mal en su origen, resulta que también es valedera para ese ámbito de la vida que tiene que ver con lo moral. Es evidente que algo anda mal con el ser humano, siendo de importancia primordial la localización del origen del mal que le aflige. Aquí es donde hay respuestas diversas para esta pregunta crucial. Una respuesta sería que no hay nada mal en el hombre, limitándose lo malo al sufrimiento que experimenta por un mal que está fuera de él y le oprime. Dicho mal radicaría en determinadas estructuras sociales y económicas perversas, responsables últimas de la desgraciada condición de quienes viven bajo ellas. Destruyámoslas y cambiémoslas por otras verdaderamente humanas y el mal desaparecerá para siempre. En el "hombre nuevo", que proponían determinadas ideologías, se encontraba el final de la pesadilla del mal. O eso pareció durante algún tiempo. Otra respuesta afirma que la educación es la solución. El problema tiene que ver con la ignorancia del ser humano; instruyámoslo y las tinieblas del error desaparecerán, dando paso a la iluminación de la verdad. Tomemos al niño, desde su más tierna edad, y eduquémosle de acuerdo a principios justos y nobles y conseguiremos hacer de él una persona en la que el mal no hallará cabida. También para este remedio el mal se hallaba en otra parte, no en el hombre.
Jesús estaría de acuerdo con el niño sirio sobre atajar el mal en su origen, pero señalaría ese origen en algo más profundo, que lo que el mismo niño estaba pensando, cuando dijo: "Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre."i Así que la raíz maligna no está fuera sino dentro, pues el corazón humano es la auténtica fábrica productora donde nace y de donde parte el mal. Por tanto, si hay que atajar el mal en su origen hay que ir al corazón. Mientras no se trate el corazón, no hay solución verdadera y duradera.
Hay dos componentes esenciales que el pecado, otra palabra para el mal, tiene: Culpa y dominio. Por la culpa quedamos justamente condenados; por el dominio quedamos completamente esclavizados. De este modo, culpa y dominio son las temibles consecuencias que hay que atajar, y por ese orden, si es que va a haber solución en el origen. Para atajar la culpa es para lo que Jesús vino a este mundo, al revocar su muerte el acta de acusaciones condenatorias en nuestra contra. Los que se acogen a esa muerte, reciben esa revocación. Para atajar el dominio es preciso emplearse a fondo, rápida y constantemente, para no dejar que las semillas de maldad incuben y eclosionen.
El evangelio ataja el mal en su origen y llevará esa solución a su culminación cuando Jesús vuelva a esta tierra.
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