El recientemente fallecido Wes Craven fue criado en una familia bautista estricta. Recibió una educación cristiana ante la que se rebeló en su juventud.
El recientemente fallecido director de cine de terror, Wes Craven, es probablemente el más conocido graduado de la universidad evangélica de Wheaton, junto a Billy Graham o John Piper. El autor de “Pesadilla en Elm Street” o la saga “Scream”, creció en una familia bautista tan estricta, que sus padres le prohibían ver películas.
Nacido en Cleveland (Ohio, 1939), Craven se crió en una iglesia donde tan malo era fumar, beber, jugar a las cartas, bailar, o ir al cine. Su padre había muerto, cuando tenía sólo cinco años, trabajando en el muelle de carga de una empresa que se dedicaba a construir piezas de aviones. Bebía mucho y había abandonado a su familia, poco antes. La madre se volcó sobre sus hijos, educándoles en la sospecha de que fuera de casa, todo era caos y pecado.
Caroline Craven mantenía su casa como un estado totalitario, donde el flujo de información era estrechamente vigilado. El orden se basaba en severas normas, cuyo cumplimiento se aseguraba mediante la amenaza de castigo. Wesley era el pequeño de la familia. No había nada que más temía que la mirada de desaprobación de su madre, que le acompañó toda su vida, incluso cuando estaba casado y con hijos.
Combatir el pecado era un trabajo de dedicación exclusiva, para los Craven. Requería mucha vigilancia. Todo estaba lleno de peligros, pero el mayor tabú era el sexo, que como a todo adolescente, a Wes le fascinaba. Iba a la iglesia casi todos los días, pero asistía también a un colegio cristiano. Fue el único hijo que pudo a ir a la universidad. El novio de su hermana estudiaba en Wheaton, pero a su madre le parecía demasiado liberal. Tras mucho discutir, fue allí.
WHEATON COLLEGE
Craven estudió en Wheaton de 1957 a 1963. Vivía en la residencia que acababan de nombrar en homenaje al misionero Nate Saint, graduado de Wheaton, asesinado el año anterior por los huaroanis –entonces llamados aucas– en la selva del Ecuador. País de donde por cierto, venía también el teólogo René Padilla, que estudiaba allí en la época de Craven. Piper entró un año después. La última época vivía ya en una casa compartida en la calle del rector, donde no paraban de tocar la guitarra.
Wes estudió literatura y psicología. Era el editor de la revista literaria de Wheaton, Kodon, hasta que tuvo problemas en 1962 con un cuento que publicó sobre una historia de amor entre un hombre blanco y una mujer negra, así como otro que hablaba de una chica soltera embarazada. Según dijo en una entrevista con la revista People en 1989, el rector de la universidad le denunció desde el púlpito. Como respuesta, editó otra revista fuera del campus, Hijos Valientes (Courageous Sons).
Entre las muchas prohibiciones que había en Wheaton, estaba la de ir al cine. El último año que estuvo en la universidad, se atrevió a ir a otra ciudad, para ver “Matar un ruiseñor” (1962), la maravillosa película de Robert Mulligan, basada en el libro de Harper Lee. Según dijo al Times en el 2010, podía haber sido expulsado por ello, pero ya estaba en plena época de rebeldía.
Hasta el año 2003, las normas de Wheaton no habían cambiado. Ahora se autorizan ciertos bailes y se permite el consumo privado de alcohol o tabaco, por el personal, profesorado y estudiantes post-graduados, pero no es que se hayan vuelto liberales. Es que hay una ley en el estado de Illinois que se han visto obligados a seguir, tras muchos recursos. Desde el año 91 se reconoce un derecho a la privacidad, fuera de horarios laborales, que impide que puedan seguir firmando aquella “declaración de responsabilidad”, que han cambiado por un “pacto comunitario”.
PROFESOR DE LITERATURA
Durante su primer año en Wheaton, sufrió una grave lesión de columna, que lo paralizó temporalmente de cintura para abajo. Estuvo dos meses ingresado. En el hospital conoció a una enfermera pelirroja, Bonnie Boecker, educada también en un estricto ambiente evangélico. Al graduarse en Wheaton, empezó a salir con ella, mientras estudiaba literatura en la Universidad de Hopkins, junto a un diácono bautista llamado Elliot Coleman, que le animó a escribir, pero también a romper con Bonnie. Tras una vida obedeciendo a sus padres y evitando el pecado, los dos deciden fugarse, para casarse.
En 1964, Craven encuentra trabajo como ayudante de profesor de literatura en una pequeña ciudad de Pensilvania. Luego en Clarkson y en una escuela de ingeniería de Potsdam, cerca de Nueva York, donde descubre el cine de Bergman y Fellini, el teatro de Beckett y el resurgir de la música folk. Dirige un montaje de “A puerta cerrada”, la obra de Sartre que muestra la realidad de unos personajes encerrados en una habitación, eternamente.
En busca de su identidad, Wes se enfrenta a la realidad de que está casado y con dos hijos, cuando sus amigos son estudiantes bohemios, sin ninguna responsabilidad. Su madre le visita continuamente, trayéndole comida, limpiando la casa y lavándole las camisas. Quiere hacerla feliz, pero se rebela contra todo lo que ella representa. Se siente cada vez más confuso y desanimado, lleno de rabia y resentimiento. “Creo que cuando te educas dentro de unos límites tan rígidos de pensamiento y obra, el efecto que eso tiene en una persona, es que cuando violas las reglas, te crees un monstruo”, le dice a Jazon Zinoman en su libro “Sesión sangrienta”.
Craven quiere vivir en una casa abandonada. Cuando Bonnie se niega, se va una semana y decide recorrer el país en moto. Era la época de “Easy Rider”, la película que trajo el nuevo Hollywood de los años setenta. Al volver a casa, deja el trabajo y en el verano de 1969 se traslada a Nueva York, donde tienen serios problemas económicos. Se hace taxista y da clases en un instituto, pero no puede sostener a su familia, que finalmente abandona. Ya no tenía la fe de su madre, pero el infierno parecía estar más cerca que nunca.
PIONERO DEL PORNO
En la primavera siguiente, su vida dio un brusco giro. Entró en el porno, donde trabaja bajo seudónimo. A finales de los años sesenta, la pornografía se exhibía en locales semiclandestinos, a una escala modesta. Fue con el republicano Nixon, que se forma una industria, vinculada a la mafia, que permite la exhibición de porno duro en salas normales –como se ve en la película Taxi Driver–, creando un sistema de estudios. Todo comienza con la introducción de una serie de falsos documentales, que bajo la excusa de la educación sexual, introducen escenas explícitas en el cine comercial.
Craven entra en este mundo por la amistad que tiene con Sean Cunningham, el futuro autor de Viernes 13. Antes de hacer terror, los dos se dedican al porno. Wes llegaría a participar en el film que provocó el mayor escándalo de aquellos años, “Garganta profunda”. Lo cuenta en un documental que analiza el proceso por el que desde su exhibición legal en Nueva York en 1972, provocó una serie de litigios, siendo condenada por obscena en muchos estados.
El protagonista de “Garganta profunda”, Harry Reems (1947-2013) había hecho antes una película evangélica, “La cruz y el puñal” (1970). Arrestado por el FBI en 1974, Reems se convierte en el primer procesado en un tribunal federal, por aparecer en una película. Dejó el porno en los ochenta y tras años de adicción a la droga, se convirtió del judaísmo al cristianismo evangélico. Con su verdadero nombre, trabajó como agente inmobiliario, mientras mantenía a su familia, como fiel miembro de una pequeña iglesia, que ignoraba su pasado.
Su compañera, Linda Lovelace (1949-2002), rehizo también su vida, tras su conversión. En los ochenta era una madre de familia que combatía el porno. Decía haber hecho la película a punta de pistola –lo que no era cierto–, aunque era abusada por su marido. Se volvió luego, contra el feminismo, que la había utilizado. Tuvo problemas de salud y fracasó su segundo matrimonio, muriendo en uno de los accidentes de coche que tuvo. Curiosamente, la última cinta porno que hizo en 1975, fue con el matrimonio de un pastor que fundó varias iglesias en California, después de protagonizar muchas películas de Billy Graham.
EL LADO SALVAJE
Tras dar a conocer a la estrella del porno, Marilyn Chambers (1952-2009), Craven y Cunningham reciben la oferta de una pequeña empresa de cine de “explotación” –básicamente, sexo y violencia–, Hallmark, que abastecía de inmundicia y brutalidad los programas doble de una serie de salas en Boston. Eran películas del subgénero conocido como “grindhouse”, serie Z, consumida en coches y estancias sucias de suelo pegajoso. Además de producir, Hallmark se dedicaba a importar títulos italianos del llamado cine “giallo”, un derivado del “thriller” y cine de terror, que influyo mucho en la nueva generación de cineastas de los setenta.
Muchas de estas compañías tenían claras conexiones mafiosas. En el caso de Nueva York, donde trabajaba Craven, estaban basadas en torno a Times Square –sobre las que se prepara ahora, una serie de la televisión por cable HBO, dirigida por el autor de The Wire y protagonizada por James Franco–. Otros casos como el de los hermanos Mitchell de San Francisco, los derechos para su explotación, los consigue luego, la mafia, por extorsión –como es el caso de “Detrás de la puerta verde” (1972), la película que hizo famosa a Chambers, tras ser descubierta por Craven–. El final en todos estos casos, fue una espiral de droga y violencia, que llevó en el caso de los Mitchell, a que un hermano asesinara al otro y Chambers apareciera un día, muerta en su casa.
El éxito de estas películas en las salas, fue espectacular, a raíz de los comentarios que se hacían hasta por televisión –en shows como el de Johnny Carson–. La expresión “garganta profunda” se usa incluso para el confidente del Watergate. Surge lo que se llamó “el porno-chic”, “la edad de oro del porno”. Nada que ver con las cintas de terror que empezaron a hacer Cunningham y Craven, a partir de “La última casa a la izquierda” (1971), una historia de violencia y venganza, inspirada por el clásico de Bergman, “El manantial de la doncella”. La diferencia es que la obra del hijo del pastor luterano sueco, está escrita por una cristiana, Ulla Jakobson, que acaba la historia con un milagro, que acompaña un mensaje de redención.
Como dice Zinoman en su libro sobre la generación que cambió el cine de terror en los setenta, aquí “no hay milagro que valga”. Ya que “en un mundo sin Dios y sin redención”, no hay “dilemas de fe”. Es “el mal sin sentido, apuntalando un nihilismo que no invita al final feliz”, sino a la “ambigüedad moral”. Quien veía una película así, buscando diversión, descubre que “no era fácil de disfrutar sin sentirse culpable”. De hecho, parece “concebida para repugnar”. Para Craven, si “la violencia engendra violencia, la venganza es la prueba de que todos tenemos un lado salvaje”.
LA APOLOGÉTICA ÚLTIMA
Si hay dos temas recurrentes en su carrera, esos son la religión y la familia, que se unen en películas como “Bendición mortal” (1981) o “El sótano del miedo” (1991). El autor de “Pesadilla en Elm Street” (1984) insistía en que la clave de su éxito se basaba en la comprensión de que lo que los americanos temen más, es la culpa, el dolor y la vergüenza, de donde viene el terror de sus pesadillas. Son “los sueños perturbados de una sociedad”. Si Freddy Krueger nos inquieta con sus dedos de metal, veinte años después de su asesinato en manos de una turba de padres vengativos, para torturar y matar a sus hijos adolescentes, es porque los pecados de los padres persiguen a los hijos, hasta producir insomnio.
El más conocido graduado de Wheaton, junto a Billy Graham, no tiene sólo malos recuerdos de su educación evangélica. El último año fue diagnosticado con la enfermedad del síndrome de Guillain-Barré. Pasó casi un año sin poder ir a clase, muy deprimido. En una entrevista con la revista Interview, dice en 1997 que “personas que no le conocían, vinieron a visitarle y orar por su recuperación”. Para él, “sus pensamientos y oraciones representan lo mejor del cristianismo”. Dice que “nunca olvidaría ese lado de Wheaton, ¡nunca!”...
Antes de morir, Francis Schaeffer hizo una dura reflexión, muy autocrítica, sobre su trabajo apologético. La llamó “El gran desastre evangélico”. En estas notas considera sus orígenes fundamentalistas en la lucha por “la sana doctrina”, que llevó a la formación de la denominación presbiteriana que le envió a Europa como misionero. Allí se enfrentó a una crisis de fe, que dio lugar a L´Abri y su reflexión sobre el Dios que está ahí, pero no está callado. Al meditar sobre Juan 17:20-23, se da cuenta es por el amor que tenemos por la personas, que el mundo creerá que Jesús es el Hijo de Dios. Es “la apologética última”, la única que puede hacernos despertar de nuestras pesadillas.
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