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La misión en Ávila

Don Ernesto Trenchard fue misionero en España durante cuarenta y seis años, dejando en la iglesia evangélica una huella imborrable.

ORBAYU AUTOR Manuel de León 26 DE AGOSTO DE 2015 07:51 h

Una de las anécdotas del libro de “Apuntes de vida misionera en España” de Ernesto Trenchard fue la visita en el verano de 1927 de un viejo amigo, el Doctor Beinhauer, que permaneció  por unos días en la “chabola” de los Trenchard.



El Dr. Beinhauer además de profesor de español en la Universidad de Colonia, era un músico consumado y un especialista con el violín. Interesado en lo típico de los pueblos españoles, se interesó por una banda de guitarras, bandurrias, un violín y una olla de agua que al ser soplada producía una nota suave al acompañar a los instrumentos de cuerda. Los músicos no sabían leer ni una nota pero daban serenatas y cantaban y tocaban en las bodas. La casualidad de estar este doctor y músico en las fiestas de la Virgen del pueblo y después de que la banda pasease por las calles su música se pararon delante de la casa de los Trenchard. Se asomó al balcón el Doctor Beinhauer, con el blusón de cama puesto y no pudo resistirse a coger su violín y desde el balcón tocar una pieza acompañado de la banda. Era una escena extraordinaria, comenta don Ernesto: “la brillante luz de una luna de agosto iluminó las casas toscas y los rostros mirando  hacia arriba, expectantes del pequeño violín mientras que Beinhauer, envuelto en una voluminosa bata mía, se apoderó de su instrumento, e inspirado por lo inusual y las circunstancias poéticas, hicieron hablar, cantar, llorar y reír en una improvisación magistral. Cuando terminó, la pequeña audiencia nocturna estalló en aplausos, su naturaleza artística respondió al atractivo musical. El concierto a la luz de la luna, frente a la casa de un protestante, está hablando entre ellos en el día de hoy”.



No deja de narrar tampoco el autor la matanza del cerdo con el ritual de los pueblos. De Guisando a cinco o seis kilómetros de Arenas de San Pedro, nos deja la estampa de Pedro: “Es una personalidad pintoresca, de piel oscura, fea, con una boca tan amplia que cuando se ríe parece un baúl abierto. Él tiene un gran afecto por una capa impermeable negra, tanto que a veces nos preguntamos si él incluso se la quita en la cama; y para el Domingo lleva con un traje mejor de terciopelo negro que le da un aspecto extranjero o de "vendedor ambulante” " Su madre había querido que fuera sacerdote, y él había comenzado en realidad algunos estudios con este fin, pero finalmente desistió, aunque él siguió siendo un católico devoto. Años después, mientras se trabaja con el Sr Julián de Arenas, quiso convencer a este de los errores del protestantismo, pero estaba tan sacudido por lo que escuchó del evangelio durante la discusión que se olvidó de sus argumentos, y se puso a trabajar para buscar la verdad. Estudió las Escrituras con gran seriedad, y a pesar de su rusticidad, algunas ideas extrañas, y una buena dosis de obstinación, se ha convertido en el más espiritual de mente y más útil hermano en esta parte del campo misionero. En gran parte gracias a su influencia, tres personas de su pueblo han llegado a la luz. El más ilustrado de estos, la Sra María, fue bautizada en Sotillo en abril de 1929; otro, la Sra Filomena, en el río por encima de Arenas en el verano de ese mismo año; y ahora el hijo de este último da pruebas del Nuevo Nacimiento. María, una multa tipo de mujer del pueblo, da un excelente testimonio, incluso antes de su esposo impío, que, aunque personalmente amable con nosotros, no acepta el evangelio.



Por julio o agosto de 1929 los Trenchard piensan establecerse en Arenas de San Pedro. Los misioneros Buffard Morris de la Misión Evangélica Española ocuparon la “chabola” de los Trenchard en Piedralaves mientras preparaban una comida al aire libre de las iglesias del entorno en Arenas para la renovación espiritual. Pero la presencia de la hermana Filomena, de Guisando, cambió todos los planes. Ella deseaba el bautismo y nada lo podía impedir. El Sr. Percy Buffard la bautizaría y dice jocosamente don Ernesto: “ella nunca tuvo su cuerpo en agua en su vida, ya que es la experiencia más terrible para la mayoría de aldeanos, y su respuesta fue siempre tranquila y afirmativa”.



El nombre de Soto Serrano en la Sierra de Francia no era conocido para los Trenchard en el verano de 1925. Juan Antonio era un creyente que había trabajado en Nueva York y allí conoció el Evangelio. Cuan do vino a esta aldea de Soto Serrano comenzó a predicar y como consecuencia a recibir una considerable persecución al haber traspasado los límites permitidos por la Ley. Se salvó de la prisión por la ayuda de sus vecinos, pero tuvo que pagar una fuerte suma de multa. Las peripecias de los trenes de entonces las describe minuciosamente el autor y del autobús que le llevaría al punto más cercano a Soto Serrano, después tendrían que coger una mula y soportar un fuerte aguacero. La predicación en este pueblo la considera el autor una de las semanas más extraordinaria de esfuerzo evangelístico en España con extraordinarios sucesos.



 





Dice don Ernesto: “Debido a la popularidad de Juan Antonio, y su conexión con la mitad de la aldea, y debido también a el hecho de que era una temporada festiva, estábamos invitados a cenar y comer la mayoría de los días, hazaña de valor en lo que respecta a aquellas comilonas con los más ricos manjares conocidos por las amas de casa de pueblo.



Al mismo tiempo el número de asistentes que vinieron todas las noches a la casa de Juan Antonio para escuchar la predicación de la Palabra aumentó rápidamente, hasta su "sala” que era demasiado pequeña para tantos.



La segunda visita de Trenchard a Soto Serrano no sería tan evangelística como la primera ya que José Antonio, que había sido su principal apoyo, había emigrado a Francia. Preguntando por una posada y habiendo muerto ese día el posadero, una mujer “alta y demacrada pero amable” llamada Juana, se ofreció a hospedarle, siendo tiempo después el lugar faro del evangelio en Soto. Su esposo, Santiago, era una persona de cualidades varias, habiendo trabajado duro en la presa del Canal de Panamá y en otras partes, con el fin de ganar dinero que fue invertido posteriormente en los viñedos, olivares, etc., que ahora cultiva con la ayuda de sus crecientes hijos. Anteriormente había formado parte del Consejo de la Ciudad, y podría haber sido Alcalde si hubiera estado dispuesto a renunciar a su fe evangélica, pero él se negó a esta tentadora oferta con desprecio.



Las reuniones de estudio bíblico y predicación evangelística procuraron no ser de más de veinte personas que era lo que la ley permitía, siendo don Ernesto muy prudente para no atraer los problemas con la autoridad. Con ese sigilo se iba llenado la sala de quienes venían a escuchar la Palabra de Dios.  Hace el autor algunas consideraciones sobre la dificultad de hacerles entender que había que estar en silencio para aprender los himnos, estar en oración, leer la Palabra y escuchar la predicación. Allí don Ernesto comenzó a entender que “era muy difícil enseñar las verdades divinas a una mente carnal; sólo la operación milagrosa del Espíritu Santo puede hacer un alma entiende la profunda verdad interior del mensaje de Dios, "Por gracia sois salvos por medio de la fe”. Solo uno recibe el aliento en la predicación del mensaje por el sentido de extrema necesidad, mientras en las reuniones de Inglaterra uno se podía preguntar por las necesidades de los oyentes, aquí todos, en un cien por cien, eran personas que no tenían un mínimo conocimiento de la simplicidad del evangelio.



Las secuelas de esta segunda visita a Soto vinieron de la mano del Obispo de Salamanca que hizo una visita pastoral a esta pequeña aldea. La visita episcopal no estaba destinada a tener un gran éxito ya que tres aldeanos solicitaron al obispo públicamente en la iglesia que no destituyese al sacerdote, lo que irritó bastante al obispo. Los tres jóvenes no obtendrían el perdón fácilmente, máxime cuando fue informado de la visita de un protestante que había estado dos semanas con reuniones. En la plaza pública y desde el Ayuntamiento arengó a la gente sobre los “lobos” y “aves de presa” como era el protestante don Ernesto, que había entrado en la aldea para llevarse a sus ovejas. También exhortaría a los jóvenes que lo apedreasen si volviese a aparecer. La gente pensaba lo contrario que el obispo y “que este señor viene aquí diciéndonos las buenas nuevas de la Palabra de Dios y no se mete con nadie, mientras el cristiano obispo insultaba, amenazaba y aconsejaba apedrear al protestante. En las próximas visitas de don Ernesto no hubo ninguna piedra, siendo recibido con regocijo y despedido con un saco lleno de alimentos de la tierra.



El Obispo regresó a Salamanca y habló con el Gobernador que destituyó al Alcalde y puso otro más favorable a la iglesia católica. En uno de los días de reunión el Alcalde les sacó de la casa, les quitó la Biblia como libro prohibido y denunció a Santiago y otros tres más, incluido don Ernesto, denunciándoles ante el Tribunal Superior. La acusación era absurda por lo que el Tribunal Superior falló a favor de los reunidos, devolviendo la Biblia a Santiago y no volviendo a molestar más las reuniones evangelísticas. “Una vez más- añade don Ernesto- el Señor convirtió la ira del hombre en alabanza a El.”



Según don Ernesto el Evangelio llegó a Arenas de San Pedro por la acción de un colportor que había pasado por allí hacía muchos años, contactando con el Sr. Julián García y su esposa Sra. Andrea que fueron convertidos con todos sus hijos menos uno. Cuando los Trenchard se establecen en Piedralaves comienzan a visitarles. Los hijos Timoteo y Santiago eran gente inteligente y trabajadora, pero carentes de formación espiritual. Las hijas Sara y Julia, aunque con una educación superior al promedio del pueblo, tenían grandes deseos de progresar en las cosas del Señor. El más pequeño había perdido su lugar en la escuela por asuntos administrativos y los Trenchard se comprometieron a dirigir sus estudios y poder estar equipado para cualquier trabajo y poder servir al Señor.



En noviembre de 1928 se le unió a los Trenchard un joven creyente, Francisco Fernández, que llegó a conocer al Señor a través de las clases de inglés en 1925. Había progresado espiritualmente y estaba apto para el servició misionero. Tener esta ayuda adicional hizo pensar en ampliar la esfera de servicio y hacer de Arenas de San Pedro el centro de difusión de la Palabra. Este plan se llevó a cabo en agosto de 1929. Se compró un terreno en el centro de la ciudad, con vistas a las montañas y en enero de 1930 comenzaron las obras. Ya se había puesto el tejado del edificio cuando unos “padres misioneros” llegaron a la ciudad para ejecutar una “misión santa” por orden del señor Obispo, lo cual no presagiaba nada bueno y así fue. Hasta entonces los elementos fanáticos no habían hecho acto de presencia y hasta les habían tratado con respeto y consideración. Pero la llegada de los misioneros trabajando para fanatizar las masas y denunciar a los protestantes y su obra, no tardó en provocar gritos como “fuera los protestantes”. Muchos grupos de mujeres aparecieron por las calles para tramar algo contra los protestantes y organizaron procesión de mujeres con el fin de solicitar del Alcalde que los protestantes se marchasen de Arenas. El señor Santiago, siempre valiente, junto con Santos, se pondrían al frente para ver lo que pasaba en el Ayuntamiento. Era lo de siempre: los vivas a la religión católica y muerte a los protestantes.



Al final la capilla se pudo abrir con todos los informes del Alcalde y se pudo adorar a Dios y proclamar la salvación por su gracia. En el acto inaugural estaban los hermanos amigos de Valdepeñas, Sres. Buffard y Sholin, quienes tuvieron la amabilidad de hacer un esfuerzo especial para estar en Arenas para el gran día. “Cuando terminó la reunión, -dice don Ernesto- estábamos cansados por los nervios acumulados, pero profundamente agradecidos con el Señor. Las hijas de María no dejarían de acercase a la capilla y volver a las hostilidades con himnos a la Virgen. Las mentiras y calumnias las fueron extendiendo por toda la ciudad, insultando a Lutero y Calvino y declarando que el protestantismo estaba muriendo. Se presionó a la gente, por parte de los sacerdotes, que no recibirían sepultura si venían a la capilla. Un faro de luz ha sido iluminado por el que las almas pueden dirigir su voz al Refugio Celestial, y Satanás, con sus fuerzas de alguaciles de la ignorancia, el error y odio no podrá apagar esa luz, ni atraer las almas de los hombres a los bancos de la muerte, - termina don Ernesto este libro-.



Don Ernesto fue misionero en España durante cuarenta y seis años, escribió unos 22 libros, fundó y dirigió CEB (Cursos de Estudio Bíblico), la editorial “Literatura Bíblica”, fue presidente de la Alianza Evangélica Española, e impulsor de la Comisión de Defensa de los Evangélicos. Por todo esto, la huella que ha dejado en muchas personas es imborrable.


 

 


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COMENTARIOS

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F. Ruiz de Pablos
27/08/2015
21:24 h
2
 
Los abulenses han de agradecer a M. de León artículos tan valiosos e ilustrativos como este y también el de la semana precedente sobre la historia contemporánea de la Reforma en el Valle del Tiétar. Bien merecerían su publicación ampliada en los medios de Ávila, donde se desconocen tantos testimonios de épocas casi actuales. A pesar de que en Piedralaves se celebre la "Conferencia C. de Valera", a la que tuve el honor de asistir en alguna ocasión.
 
Respondiendo a F. Ruiz de Pablos

silsate
27/08/2015
16:40 h
1
 
Imborrable nombre escrito en el libro de la vida junto al de otros conocidos o anónimos valientes de la fe que hoy hemos recibido de sus manos. Gracias a Dios por enviar obreros a su mies y que siga enviando más para estas nuevas generaciones, más cultas pero más reacias al evangelio.
 



 
 
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