En 1929 ya don Ernesto Trenchard se había instalado en Arenas de San Pedro, donde nacen sus cuatro primeros hijos.
En 1907, a la muerte de Faitfull, le sucederá en la calle Trafalgar, de Madrid, Thomas Rhodes, recién casado con Amelia Plummer, el cual pastoreó esta congregación durante 30 años. Durante su ministerio extendería su trabajo a Tetuán de las Victorias, Chinchón y diversos puntos del Valle del Tietar (Ávila).
En 1920 Arturo Chappell y Ernesto Trenchard comienzan a colaborar en Madrid especialmente con el grupo de jóvenes. En 1929 fundarán la revista “El joven cristiano” (i) cuando ya don Ernesto Trenchard se había instalado en Arenas de San Pedro, donde nacen sus cuatro primeros hijos. Don Ernesto había nacido en Woodley, Inglaterra el 19 de abril de 1902 y falleció en Madrid en 1972. Durante los años de nuestra guerra civil, 1936-1939, también hubo españoles que conocieron a don Ernesto en Inglaterra, cuando acogió a los refugiados que salieron de España, tratando de evitar los horrores de aquella lucha fratricida, y convivió con ellos mirando cada día el momento de poder volver a España, la cual le llamaba, como un macedonio en la lejanía, -dice uno de sus biógrafos-. En el año 1949, don Ernesto fija su residencia en Barcelona, para seguir su servicio y trabajo, entregando su alma a su vocación del estudio y la enseñanza y da comienzo a una de las obras que habría de seguirle en la posteridad, con un alcance y profundidad que nosotros no podemos medir. Ya en el año 1964 pasó a Madrid, y desde la capital de España siguió con su incansable labor: escribe, enseña, aconseja, orienta…, parece que se multiplica, busca hombres y mujeres que sean sus colaboradores directos, los estimula y los sensibiliza hasta hacerles oír la voz del servicio.”
Un buen conocedor de la persona y la obra de don Ernesto era Leandro Roldán quien hacía esta acertada y sencilla semblanza de don Ernesto en “Edificación Cristiana ”: “Don Ernesto era un hombre duro y ambicioso, no en la forma en que conocemos estas expresiones a nuestro alrededor. Era duro, porque sabía encajar bien la adversidad, los momentos difíciles dentro del ministerio y del trabajo, cuando llegaban circunstancias que hacían asomar lágrimas a sus ojos, que daban mayor dimensión a su rostro, que hacían bullir en su mente preguntas de duda, que él mismo contestaba volviendo a mirar a su Señor, a su hermano, y pensaba que también Cristo había muerto por él o ella…”
“Ernesto Trenchard fue uno de los misioneros ingleses más conocidos y queridos de nuestro país en el siglo XX. “Don Ernesto”, como es recordado por sus discípulos, formaba parte de las Asambleas de Hermanos, movimiento evangélico caracterizado por su amor al estudio de las Escrituras y su afán misionero. Trenchard estudió Ciencias en Bristol, aunque más tarde obtuvo dos licenciaturas, una de Lengua castellana y otra de Lengua francesa en la universidad de Londres. Sin embargo, su vocación misionera permite que después de conocer a Tomás Rhodes, quien servía como misionero en España, viaje a España en 1924. Aquí contrajo matrimonio con Gertrudis Willie, viuda de un misionero en Málaga y Melilla y se van a vivir a Piedralaves (Ávila). Después, por invitación de los padres del conocido poeta evangélico Santos García Rituerto, se instalan en Arenas de San Pedro en 1928, donde nacen sus primeros cuatro hijos en condiciones muy desfavorables, dada la oposición a la predicación del Evangelio por parte de las autoridades eclesiásticas.
Tras el lapso de tiempo causado por la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial, D. Ernesto fue invitado por un pequeño grupo de hermanos preocupados por la falta de enseñanza bíblica en las iglesias de la posguerra y trajo consigo el primero de una serie de cursos en forma de libritos, sobre la epístola a los Gálatas. Pronto se organizaron clases en Madrid y en Barcelona y se preparó un programa de enseñanza, colaborando también D. Juan Biffen y el gerente de la Sociedad Bíblica, D. Adolfo Araujo. Los otros cursos dados fueron La Obra de la Cruz y La Iglesia de Cristo (ET), La Inspiración de la Biblia (JB) y La Persona y la Obra del Espíritu Santo (AA). Las clases en Madrid fueron impartidas en El Porvenir y en la capilla de Duque de Sesto 6, hasta que se pudo inaugurar el nuevo local de la iglesia de Chamberí, en la C/ Trafalgar 32. En Barcelona hubo clases muy nutridas en las iglesias de Avda. Mistral y Teruel. Al mismo tiempo, se ofreció el curso de Gálatas por correspondencia a quienes desearan hacerlo así, y muchos se apuntaron, ¡aunque fueron menos los que lo terminaron! Para promover esta nueva obra y asegurar su continuidad se formó un consejo nacional representativo de las distintas regiones donde había AA.HH., que se reunía todos los años en las conferencias de octubre en Madrid.
En los años siguientes fue ampliándose paulatinamente el número de los cursos: así aparecieron sucesivamente Bosquejos de Doctrina Fundamental, El Evangelio de Marcos (los dos que se recomendaron para comenzar los estudios), Génesis, Romanos, Introducción a los Cuatro Evangelios, Isaías, Hebreos, Consejos para Jóvenes Predicadores y Principios de Interpretación Bíblica, amén de las notas sobre Efesios y Colosenses para campamentos de verano. En 1956/57 comenzó otra faceta de la obra de CEB (hoy CEFB), la publicación de algunos cursos en forma de libros.Marcos, Bosquejos de Doctrina Fundamental, Consejos para Jóvenes Predicadores y Hebreos fueron los primeros. No era fácil la impresión en aquellos tiempos, debido a las condiciones de clandestinidad en que se movía todo; de hecho los impresores - la mayoría de ellos evangélicos en aquel entonces - arriesgaban mucho, por la posibilidad de alguna "visita" repentina policial, o la denuncia de algún vecino opuesto al Evangelio. Las primeras tiradas fueron muy cortas, pero pronto se tuvo que volver a reeditar debido a la demanda creciente tanto de España con en el extranjero. Pedro Gelabert aporta en esta etapa su experiencia como profesional, y se dedica a corregir, primero los manuscritos de Don Ernesto y las traducciones de otros autores, y luego los textos para la impresión. Y será él quien, más adelante, enseñará a realizar esos trabajos a los jóvenes misioneros que se irán incorporando al equipo. En 1958 se incorporó al equipo Pablo Wickham, lo cual posibilitó la fundación formal de una nueva actividad a la que se dio el nombre de LITERATURA BÍBLICA(ii).
Colaborador de Don Ernesto en Piedralaves y Arenas de San Pedro fue Francisco Fernández García. En Sketches From Missionary Life In Spain (iii) (Apuntes de Vida misionera en España) don Ernesto nos muestra una España diferente, rural y llena de miseria, donde los seres humanos también necesitan ser salvos. Pero sobre todo el libro, con las pretensiones de que los ingleses conociesen la realidad de las otras misiones de la España rural, es el fiel reflejo de una España oscura, dominada por el clero y empobrecida por la desidia de las instituciones. Describe la capilla de Piedralaves y diferentes misiones en los pueblos limítrofes, que en su día fue orgullo de un pueblo en libertad, pero que al ser un local alquilado pronto cerró por la persecución constante del cura y el Alcalde. Alumbrados con candiles de aceite y al humor de la lumbre se hacían los cultos en círculo, nada confortable para un predicador. Ernesto Trenchard narra las pintorescas costumbres del mundo de los campesinos españoles. Describe a las mujeres de la aldea, prematuramente arrugadas por una vida de trabajo y privaciones, vestidas con faldas hasta el suelo y un pañuelo negro cubriendo su oscuro cabello. Los hombres de aquellos primeros cultos en Piedralaves con blusa azul, pantalones de pana y una larga faja de paño negro alrededor de la cintura y cubierta la cabeza con una boina. Las reuniones se harían después en casa de los Trenchard y pronto vendrían las denuncias y las multas.
Los personajes que pasan por la pluma de don Ernesto son extraños pero reales, reflejo de aquella sociedad y manifestación histórica de los que en muchos casos fue el protestantismo rural. Personas fieles como Mariano que podían ser pilares de la iglesia, pero que mostraban debilidades espirituales y hasta dudas de su salvación. Mariano nunca fue un amigo de supercherías, y desde los comienzos de la evangelización en Piedralaves había sido un protestante tenaz, un amigo constante a todos los obreros que han pasado por allí, y un asistente frecuente en las reuniones. Conocía el camino de la salvación y sin vacilación declaraba que Cristo era su único Salvador. Todo esto podemos decir de él, pero (que triste "pero") hay que añadir que se trata de una vida en la que el poder del Espíritu para conquistar el pecado no se realiza, y el hombre que iba a morir en este lugar antes que ceder a toda la fuerza de Roma es sin embargo, incapaz de enfrentarse a su mayor enemigo del pecado de intemperancia –dice don Ernesto-.
También describe a Baltasar y Felisa. El hermano Baltasar era muy servicial, un miembro de la Iglesia con una personalidad encantadora, que podía ser una columna más sólida "/", pero, como sucede a menudo en España, la mezcla de carácter es esencialmente individualista, y se adapta muy lentamente y torpemente al "trabajo en equipo”. Baltasar es un producto típico español, valiente como un león en su testimonio, incluso hasta el punto de buscar conflictos innecesarios; hospitalario y generoso, pero crónicamente impuntual y casual; tiene una fe en el Crucificado personal y real, hablando a menudo de su fe a los demás, pero a pesar de su valor como anciano en la vida eclesial, todo se empaña por su incapacidad para comprender la responsabilidad colectiva.
De Felisa de Piedralaves era una mujer verdaderamente espiritual, aunque no se conformase a estándares de la espiritualidad inglesa. Su casa no estaba siempre limpia, andando cerdos y gallinas escaleras arriba y abajo. No es un ama de casa aparentemente inteligente. Su vestido negro mohoso, la blusa sucia y el color de sus pies no son de estar tostados por el sol, lo que la hacen inferior.
Tampoco es muy hábil en hacer las cosas, pero “estoy seguro –dice don Ernesto- de que el Señor tiene un deleite especial preparando un lugar en las mansiones celestiales para Felisa. Llegó al Evangelio por su marido, siendo una fiel católica, abriendo su corazón a la Palabra. El señor y la señora Rhodes les visitaban desde Madrid y pasaron largas tardes de lectura de las Escrituras, junto a Baltasar. “Así aunque las flores de la dulzura, la gracia, el amor y paciencia florecen en un suelo seco, extraño, y privado del cuidado terrenal, Felisa se mantiene fresca y brillante por el rocío del cielo.
El libro de don Ernesto está lleno de personajes de la España profunda, de la miseria rural de aquellos años que contrastaba con el nivel de la industrializada Inglaterra de donde él provenía. Sin embargo, dice, mucha gente incluso sin educación tienen una feliz manera de convertir sus frases que no se puede comparar con las expresiones aburridas y faltas de imaginación del hombre del campo inglés. En la visita a Sotillo describe a Juan Blázquez como aventajado en educación, sabiendo leer, de buena memoria, que sabía presentar sus ideales a los oyentes con cierto arte. Lo habían visitado los señores Rhodes y otros obreros y lo tenían por un defensor de la Fe.
Cuando hice mi primera visita a Sotillo–dice don Ernesto-, Blásquez ya era un hombre envejecido y enfermo, parcialmente ciego por causa de las cataratas y por tanto con dificultades para llevar una reunión. Es difícil, dice, describir su casa o mejor “casucha”. Paredes de piedra sin tallar, una tosca puerta dividida en dos mitades, un suelo de barro, sin puerta en la cocina y el olor a cerdo impregnando toda la casa. La cocina oscura, solo percibía la luz que entraba por la chimenea, con tres o cuatro sillas desvencijadas y cojas. Nos saludaba al reconocernos por la voz. “Tomábamos nuestros asientos con cuidado de no caernos de las sillas cojas y él, con el aire de un monarca que muestra hospitalidad a sus invitados, ordenaba a su esposa traernos higos secos y vino, si bien se comió los higos hablando con nosotros. Hablaba de las luchas de los viejos tiempos cuando un misionero fue esposado en la calle por las autoridades fanatizadas. Su conversación era siempre fresca, original y entretenida.
Cuando llegaba la hora de cantar los himnos y la lectura de la Palabra, con el mismo aire señorial, llamaba a su esposa y le pedía “sus” libros que entregaba como su preciada biblioteca. Era un Nuevo Testamento de la Casa de la Biblia de los Ángeles, una copia de las primeras ediciones de los himnos del Sr. Turrrall y otros varios libros y tratados. Sus ojos no veían pero en presencia de sus libros ya se podía empezar la reunión, cantando los himnos con gran alegría. Entonces yo acercándome a la chimenea leía con la poca luz que caía en la página del libro. “No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo. En la casa de mi Padre muchas moradas hay…” El Señor estaba dando los toques finales a la vida de Juan. Quitaba la gorra y oraba reverentemente con nosotros. Dejábamos su casa entristecidos por la miseria material pero gozosos por la esperanza en medio de la tristeza de la enfermedad, de la pobreza y de la edad.
Tras la muerte de Juan Blásquez y de haber podido enterrarlo sin dificultades y poder dar testimonio público, los hijos de Juan, aunque sin convertir, determinaron que los deseos de su padre debían ser respetados, aunque el Alcalde, motivado por el sacerdote, ya había anunciado que no iba a permitir ninguna manifestación en el cementerio. Los hermanos de Piedralaves partieron para Sotillo. Algunos de nosotros fuimos a la Casa Consistorial para luchar por nuestro privilegio de enterrar nuestros muertos de acuerdo a nuestra conciencia, y tal era la buena mano de nuestro Dios sobre nosotros, que, a pesar de la presencia de la hosca de cara sacerdote detrás de la silla del Alcalde, nos dejó seguir bajo nuestra propia responsabilidad. Solo una condición que se puso: que el funeral debía ser a las tres en punto en lugar de a las dos.
Pasadas unas semanas después del entierro de Blásquez, aunque se rumoreaba que hubiese alguna multa, el Gobernador mandó una orden al Alcalde para pagar una multa de 25 pesetas. Se pretendió no pagarla reclamando en Madrid, pero fue peor ya que el Gobernador mandó en vez de la multa cinco días de cárcel. Era un momento difícil para don Ernesto ya que a su esposa se le adelantó el parto y tenía que ayudarla. El medico intervino y no dejó que don Ernesto fuese a la cárcel sin antes atender a su esposa y al bebé. Como siempre don Ernesto llevaría a la cárcel su trabajo, que entonces consistía en el Comentario a los Salmos y esa primera mañana de prisión le tocaba el salmo 113: “Yo clamé al Señor y dije: Tu eres mi refugio y mi porción en la tierra de los vivientes.
Otro de los capítulos se refiere a las comunicaciones en el valle con los autos de la Hispano Suiza en lugares de fácil acceso y los burros donde los autobuses no llegaban. El “Bus de Almorox” lleno de gente con miedo a lavar su cuerpo con agua, oliendo a cebolla y ajo, y cuando el calor del verano apretaba, siempre aparecía en las pesadillas y los sueños de don Ernesto estando enfermo en Inglaterra en 1927. Unos coches que arrancaban a manivela, se llenaban de olor a combustible y de cigarrillos caseros, mientras se oían explosiones de su motor. Innumerables baches y nubes de polvo que cambiaban el color del traje y taponaban la nariz, la garganta y la boca.
“Durante nuestro primer año en Piedralaves, dice don Ernesto, los fondos eran cortos, y los autobuses caros e inconvenientes, así que a menudo caminábamos desde Piedralaves a Sotillo y viceversa, una distancia de unas siete millas en cada dirección. Disfrutábamos de la primera mitad, pero los últimos kilómetros resultaban pesados, y cuando uno tenía una ronda de visitas para hacer, preparar comidas, y cumplir con lo proyectado, era bastante duro. A veces nos gustaría pedir prestado el burro de la Sra Felisa y un día, cuando iba a ser vendido, nos aventuramos a comprarlo por la suma de aproximadamente 2 libras 10s. Este burro fue llamado el "Evangélico" a causa de sus servicios al evangelio, y, aunque pequeño, era robusto y fuerte. Él ciertamente nos hizo un buen servicio, porque él ganó su propio sustento al traer la madera, así como llevarnos a Sotillo y Casavieja cuando era necesario.
Otro de los lugares que visitaban los Trenchard era la ciudad de Casavieja. Lo habían visitado los Señores Rhodes, habiendo encontrado una fuerte oposición. La primera vez que lo visitaron los Trenchard, aunque repartieron tratados y celebraron un culto, tuvieron que salir de manera apresurada por evitar algún apuro. Sin embargo las gentes de Casavieja eran amables y establecieron visitas frecuentes, a veces con la compañía de la señora Felisa y su esposo Julián, acompañados de su burro. Describe con detalle don Ernesto los paisajes del valle del Tietar, los montes de Toledo y su nieve de pureza virginal, la Sierra de Gredos, los campesinos montados en sus burros, los carros de bueyes y los cánticos de himnos y coros cantados para aliviar el camino de Piedralaves a Casavieja. Reunidos en casa de Saturnino y Valentina, indica don Ernesto, “tal vez más a causa del odio al clero que por un sentido de necesidad del alma”, antes daban unas vueltas por las calle invitando a la gente y repartiendo tratados. “Durante muchos meses, hasta que alquilamos una casa en Casavieja, teníamos la costumbre de volver a nuestra casa en Piedralaves esa misma noche. En verano estas caminatas nocturnas serían maravillosas, aunque la fatiga a menudo impedía el disfrute pleno. La luna destacaba y su resplandor encantaba la escena entera; el aire se llenaba del aroma de un millar de plantas aromáticas y hierbas; las aves nocturnas sollozarían por los campos y el valle; y un canto de alabanza saldría de nuestros corazones, ya que, por la gracia de Dios, la semilla había sido sembrada en el corazón de la oscura e intolerante España”.
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(i) Revista de 20 páginas que se vendía a 25 céntimos el ejemplar que se publicó desde 1929 a 1936
(ii) David Vergara. Semblanza de Don Ernesto al Comentario Expositivo del Nuevo Testamento. Ernesto Trenchard y colaboradores
(iii) Sketches From Missionary Life In Spain (Apuntes de Vida misionera en España) ERNEST H. TRENCHARD Marshall, Morgan W Scott Ltd. London And Edinburgh
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