El Evangelio de Marcos: el Reino vs. la religión (IV): Marcos 3: 7-35
En el anterior estudio del Evangelio de Marcos tuvimos ocasión de ver cómo el enfrentamiento de la predicación de Jesús con la religión abrió camino a un trágico final presagiándolo.
De manera bastante lúcida, algunos herodianos y fariseos captaron que Jesús era una molestia que debía ser eliminada porque su mensaje del Reino, de ser aceptado, erosionaría totalmente su posición convirtiéndola manifiestamente en innecesaria a los ojos de todos. Entendámonos. En puridad, nunca había sido necesaria, pero ahora saltaba a la vista esa circunstancia.
Esa situación, ciertamente dramática, explica por qué la gente acudía a Jesús en masa y también por qué las obras del Reino se extendían en dos direcciones aparte de la predicación que eran la atención a los que sufrían (3: 10) y la manifestación asustada de los demonios (3: 11).
Nunca ha dejado de llamarme la atención cómo ciertos dirigentes religiosos que pretenden representar a Jesús -de manera monopolística a veces- nunca van acompañados de esa segunda dirección y, a la vez, son verdaderos adictos a una espectacularidad que Jesús rehúsa de plano en el v. 12.
Él –rey del Reino– aterraba a los demonios, pero no deseaba que esas y otras acciones se convirtieran en propaganda.
A lo largo de la Historia, por el contrario, lo que presenciamos una y otra vez es a personajes que cantan una y otra vez sus loas en ejemplos bochornosos del culto a la personalidad, pero que, como ya hemos narrado en alguna ocasión, hacen el ridículo más espantoso cuando enfrente aparece una fuerza demoníaca.
Con todo, lo más importante para todos es la respuesta hacia Jesús. De manera bien significativa, el texto de Marcos indica que en ella el aspecto fundamental es su llamada.
Como señala el versículo 13, “llamó hacia si a los que quiso” y, de la misma forma, entre ellos escogió a doce con una misión triple que coincide con la de Jesús: predicar (v. 14), sanar enfermedades (v. 15) y expulsar demonios (v. 16).
Aquellos que consideran que existe una sucesión apostólica –curioso concepto teológico ciertamente tardío– deberían preguntarse hasta qué punto se parecen los supuestos “sucesores” a estos apóstoles –entre los que no se señala ningún primado ni cosa parecida– y hasta qué punto desempeñan la misma labor que éstos.
A decir verdad, la Historia muestra que, por regla general, han sido gestores de poder con mayor o menor fortuna y rara vez siguiendo los principios de Jesús.
Y aquí Marcos subraya hasta qué punto Jesús y su predicación del Reino resultaba inquietante. En unos (v. 20), movidos por la necesidad, provocó una reacción tan multitudinaria que ni siquiera tenían tiempo para comer Jesús y sus discípulos; en otros, como los familiares de Jesús, se desató un escepticismo inquieto de tal manera que pretendían llevárselo a casa convencidos de que no estaba en sus cabales (v. 21). Finalmente, los representantes de la religión lo acusaban de forma directa de ser un instrumento del Diablo (v. 22).
La respuesta de Jesús no pudo ser más contundente. Era el propio Satanás el que veía amenazado su poder por la venida del Reino de manera que resultaba imposible que Jesús tuviera algo que ver con él (v. 23-24).
A fin de cuentas, todo el mundo sabe que una casa dividida acaba por verse destruida (v. 25-6) y Jesús lo que estaba haciendo era desafiar el dominio diabólico de manera frontal. Aquellos que lo asociaban con el Diablo se colocaban en la situación pésima desde la perspectiva espiritual. Al motejar como diabólico lo que era una acción directa del Espíritu Santo, es decir, del mismo Dios, se cerraban a si mismos la única puerta hacia la salvación (v. 28-9). En ese sentido, se encontraban en una situación de pecado que no podía ser perdonada.
Como Jesús había mostrado con sus acciones una y otra vez, en el Reino podía entrar cualquiera que reconociera sus pecados y su imposibilidad para salvarse por sus méritos y se acogiera al amor de Dios sin que eso excluyera a pecadores especialmente estigmatizados como las prostitutas o los publicanos.
Pero, si en lugar de guardar esa actitud, el anuncio que ponía en peligro su forma de vida hasta ese momento era tachado de diabólico… bueno, el resultado no podía ser más obvio. Ellos mismos se habían cerrado la única vía de salvación que existía tan sólo para seguir aferrados a su visión espiritual no por establecida menos errónea y peligrosa.
Semejante respuesta a la predicación del Reino no hace distinción ni siquiera por lazos de sangre.
A partir del v. 31, Marcos relata un episodio bien revelador además de molesto para muchos. La madre de Jesús y sus hermanos acudieron para verle. Por el versículo 21 sabemos que su intención –que seguramente sería buena– era la de apartarle de su ministerio porque pensaban que no estaba en sus cabales y más después de que hubiera corrido la voz de lo que con él pensaban hacer fariseos y herodianos (v. 6).
En no escasa medida, la reacción era normal porque no suele desearse que alguien al que se ama acabe de la peor manera. Los hermanos de Jesús ciertamente no creían en él en esa época (Juan 7: 1-5); los varones se llamaban Santiago, José, Simón y Judas los hombres y, al menos, había dos hermanas (Mateo 13: 54-5) y, por supuesto –que nadie se escandalice- eran hijos de María.
De hecho, si Marcos hubiera querido indicar que eran primos hubiera utilizado no la palabra “adelfós” (hermano) sino “anépsios” (primo) como, por ejemplo, aparece en Colosenses 4: 10. De la misma manera, de haber querido señalar que eran simples “parientes”, pero no hermanos se habría valido del término “synguenis” que aparece, por ejemplo, en Lucas 14: 12 distinguiendo claramente entre “parientes” y “hermanos”. Así lo entendieron los primeros cristianos y no podía ser de otra manera porque la profecía mesiánica señalaba que el mesías no sería creído por los hijos de su madre a los que, lógicamente, llama también “hermanos” (Salmos 69: 8). Así aparece en distintas fuentes antiguas y el hecho de que una teología medieval se despegara de tan clara realidad para ir construyendo una mariología sin base en las Escrituras no puede ni debe apartarnos de la verdad. Pero volvamos al episodio.
La madre y los hermanos de Jesús vinieron para hablar con él presumiblemente para apartarlo de algo tan peligroso como la tarea del Reino. Lejos de aceptar la “intercesión” de su madre sumada a la de sus hermanos, la enseñanza de Jesús resultó clara como siempre: su madre y sus hermanos no eran sino aquellos que estaban allí dispuestos a hacer la voluntad de Dios (v. 34-5).
En Juan 6: 40, el mismo Jesús afirma que “esta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que ve al Hijo y cree en El, tenga vida eterna, y yo mismo lo resucitaré en el día final”. La conclusión del capítulo difícilmente habría podido ser más rotunda.
Para la gente religiosa, la voluntad de Dios era –y es– seguir a rajatabla los preceptos de su religión. Fuera de esa religión no existe salvación y, por supuesto, los que presentan una amenaza contra ella –como Jesús– deben ser eliminados.
Al respecto, relatos como el de El Gran Inquisidor de Dostoyevsky encierran una inmensa y sobrecogedora verdad porque determinadas estructuras religiosas lo único que pueden hacer es matar a Jesús si éste apareciera de nuevo y deben hacerlo porque él es su primer desafío a la hora de dominar a las masas.
Los que se colocan en esa tesitura se cierran a sí mismos la puerta de la salvación porque pretenden sustituir la enseñanza del Reino por la suya propia y además no dudan en calificar como diabólico lo que colisiona con sus intereses.
En otros casos, el rechazo no tiene raíces tan malignas sino que deriva del temor a las consecuencias de seguir la vida del Reino considerada como una locura. Era, al parecer, la posición de los hermanos de Jesús y de María. Sin embargo, las palabras de Jesús son claras. Su madre y sus hermanos no son los que se oponen al mensaje del Reino porque erosiona su posición. Tampoco son su madre literal y sus hermanos. Tampoco aquellos que preocupados por él intentan limar la aspereza de un mensaje que muchas veces tiene fatales consecuencias para el que lo proclama. La madre y los hermanos de Jesús son aquellos que hacen la voluntad de Dios, aquellos que creen en él para tener vida eterna, aquellos que un día serán resucitados.
Y ante este mensaje sólo caben tres opciones expresadas en este mismo capítulo de Marcos: aceptarlo para convertirse en alguien que el propio Jesús denomina madre y hermanos; intentar quitarle mordiente porque es peligroso o tacharlo de demoníaco cerrándose así uno mismo la puerta de la salvación.
Continuará
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
Estudiamos el fenómeno de la luz partiendo de varios detalles del milagro de la vista en Marcos 8:24, en el que Jesús nos ayuda a comprender nuestra necesidad de ver la realidad claramente.
Causas del triunfo de Boris Johnson y del Brexit; y sus consecuencias para la Unión Europea y la agenda globalista. Una entrevista a César Vidal.
Analizamos las noticias más relevantes de la semana.
Algunas imágenes del primer congreso protestante sobre ministerios con la infancia y la familia, celebrado en Madrid.
Algunas fotos de la entrega del Premio Jorge Borrow 2019 y de este encuentro de referencia, celebrado el sábado en la Facultad de Filología y en el Ayuntamiento de Salamanca. Fotos de MGala.
Instantáneas del fin de semana de la Alianza Evangélica Española en Murcia, donde se desarrolló el programa con el lema ‘El poder transformador de lo pequeño’.
José era alguien de una gran lealtad, la cual demostró con su actitud y acciones.
Celebración de Navidad evangélica, desde la Iglesia Evangélica Bautista Buen Pastor, en Madrid.
Madrid acoge el min19, donde ministerios evangélicos de toda España conversan sobre los desafíos de la infancia en el mundo actual.
Las opiniones vertidas por nuestros colaboradores se realizan a nivel personal, pudiendo coincidir o no con la postura de la dirección de Protestante Digital.