Seríamos malos ciudadanos si exigiéramos al Estado una cantidad de lo que damos.
El 31 de octubre de 1978 las Cortes aprobaron la nueva Constitución, que fue refrendada por el pueblo español el 6 de diciembre. Sancionada por el rey Juan Carlos, el texto fue publicado en el Boletín Oficial del Estado el 27 del mismo mes.
El artículo 16 garantizaba la libertad religiosa en esta declaración: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones religiosas”.
Dos triquiñuelas se colaron aquí: una, que la Iglesia católica, valiéndose de sus influencias políticas, consiguió ser mencionada separadamente en la Constitución. Otra, no era cierto que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. España continúa siendo extraoficialmente católica a todos los efectos: su jerarquía está presente en muchas decisiones del Estado y su influencia se extiende por interminables vericuetos del mismo Estado, del Gobierno, de las comunidades autonómicas, de los ayuntamientos, por todos los rincones de la Administración y de la Sociedad.
En “las demás confesiones” mencionadas en el texto constitucional entrábamos los protestantes. ¿Cómo mantener con nosotros “acuerdos de cooperación”? ¿Con cada una de las iglesias a título individual? ¡Imposible! A la Iglesia católica le unía una serie de Acuerdos de cooperación firmados el 3 de enero de 1979 con el Vaticano. Nosotros no tenemos Vaticano. Ni somos Estado. Aconsejados por el propio ministerio de Justicia, casi todas las denominaciones protestantes nos unimos para fundar lo que hoy es Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE).
Los trabajos para poner en marcha esta Federación no fueron fáciles. Duraron nada menos que seis años en un tira y afloja de unos y otros, esto quiero y esto no quiero. ¡Desesperante! Soñaba Jesús cuando pidió al Padre “que todos sean uno”. ¿Uno entre todos? Cada protestante es uno, único, consecuencia de la libre interpretación de la Biblia, principio luterano del que tanto nos gusta presumir.
Por fin, el 11 de noviembre de 1986 la FEREDE adquirió vida legal ante el Notario de Madrid José Antonio Torrente Secorun. Firmaron el acta de constitución dieciséis dirigentes evangélicos en representación de ocho entidades denominacionales: Agrupación Evangélica; Asambleas de Dios; Asambleas de Hermanos; Federación de Iglesias Evangélicas Independientes de España; Iglesias de Cristo; Iglesia Española Reformada Episcopal; Iglesias Evangélicas pentecostales y Unión Evangélica Bautista Española.
Ya éramos alguien en la estructura religiosa del Estado.
Un periodista ingenuo del desaparecido semanario británico NEWS OF THE WORLD escribió en noviembre de 1986: “los protestantes españoles, dando un ejemplo de unidad espiritual, han creado una organización con representación interdenominacional”.
Otra vez se equivocó la paloma de Alberti, que en su vuelo confundió el sur con el norte. No constituimos la FEREDE para dar al país una prueba de unidad espiritual. La fundamos para que el Estado tuviera una referencia con quien dialogar.
La primera decisión que tomó la adolescente FEREDE fue nombrar una comisión permanente, presidida por Juan Antonio Monroy (escribo sin rubor) con la intención de iniciar conversaciones con el Estado para materializar “las relaciones de cooperación con las demás confesiones” anunciadas en el artículo dieciséis de la Constitución.
Iniciamos las conversaciones con distintas administraciones del Estado encuadradas en el ministerio de Justicia. No fue tarea fácil. En absoluto. Si un dolor de muelas durara tanto como aquellos encuentros entre ellos y nosotros habríamos pensado en el suicidio que proponía Alberto Camus.
En fin, sabio fue quien dijo que no hay mal que cien años dure. Aunque el mal de los protestantes duraba ya quinientos años. El 28 de abril de 1992, el ministro de Justicia Tomás de la Quadra, que había sustituido al ministro anterior, Enrique Múgica, convocó en su despacho del Ministerio a los miembros de la comisión negociadora de la FEREDE y se procedió a la firma definitiva de los Acuerdos de Cooperación con los protestantes, previamente aprobados en consejo de ministros.
Con aquellos Acuerdos creímos que se nos abría el cielo. Y no fue tanto. La FEREDE, en sus reuniones habituales, discutía la conveniencia de pedir al Estado que en los impresos de la Declaración del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas figurase una casilla a favor de los protestantes, como figuraba para la Iglesia católica. En cada reunión de comisión permanente surgía el tema, pero siempre quedaba aplazado. Fue el año 2007 cuando se decidió afrontar de una vez lo que tanto preocupaba a algunos. Hubo debate agrio en el que ganó el sí, con la oposición de otros que nos mantuvimos en el no, entre ellos este que escribe.
Recuerdo como si lo estuviera viviendo: el partidario más ferviente del sí era Eliseo Vila. Catalán muy inteligente, economista de carrera, llegó a la reunión con un esquema de lo que la casilla nos reportaría. “Obtendríamos dinero no sólo de los miembros de nuestras iglesias, sino de otras personas que simpatizan con nosotros y no quieren dar sus impuestos a la Iglesia católica ni al Estado”, dijo con argumentos que convencieron a la mayoría.
Han pasado años y en esos impresos del IRPF sigue sin aparecer la deseada casilla a favor de los protestantes.
Ahora, la FEREDE ha vuelto a solicitar al Estado la inclusión de la casilla. El pasado 25 de enero, Hacienda rechazó la petición. La FEREDE acudió a la Audiencia Nacional y, en sentencia reciente, la Audiencia, además de rechazar el recurso, ha obligado a la FEREDE a costear los gastos del proceso. No conforme, la FEREDE prepara un recurso de casación ante el Tribunal Supremo.
Expuestos los hechos desde sus orígenes, me permito las siguientes reflexiones.
1. Una de las razones que ha llevado a la FEREDE a solicitar una casilla protestante en el impreso sobre la declaración de la renta es que la Iglesia católica la posee. Cierto. Pero los protestantes no somos la Iglesia católica. No en este país.
En 1953 el Estado presidido por Franco firmó un Concordato con el Vaticano que duró 25 años. El 3 de enero de 1979 el Vaticano y España firmaron cuatro Acuerdos de cooperación que, según se dijo entonces, venían a sustituir el Concordato de 1953. El Acuerdo sobre Finanzas establecía que el Estado financiaría aquél año a la Iglesia católica con 6.794 millones de pesetas. Esta cantidad aumentaría un 10% en 1980 y un 20% en 1982. A partir de 1982 la Iglesia católica se comprometía a cubrir sus necesidades económicas.
No cumplió lo que firmó. Ni en 1982 ni en los años que siguieron hasta el día de hoy.
Ante el llanto de la Iglesia por su mala situación financiera, en el ejercicio fiscal de 1988 el Gobierno de entonces decidió aplicar el sistema de asignación tributaria. Es decir, que en los impresos de la declaración de impuestos figuraran dos casillas: una destinada a la Iglesia católica y otra “a otros fines de interés social”, a disposición de Hacienda.
2. La casilla destinada a la Iglesia católica fue pactada con el Vaticano, es decir, de Estado a Estado. Los protestantes no constituimos un Estado.
Por otro lado, quienes hemos sido discriminados a lo largo de cinco siglos no podemos adoptar actitudes discriminatorias. Si pedimos una casilla para obtener dinero de la declaración de la renta deberíamos pedirla también para los musulmanes, que son más que nosotros en España. Y para los judíos, los mormones, los budistas, los ortodoxos y los testigos de Jehová, los otros seis grandes grupos religiosos reconocidos en el ministerio de Justicia. Y para otros grupos que en estos días el Gobierno está considerando concederles el notorio arraigo.
Entonces no serían dos casillas, serían ocho. El impreso a rellenar para Hacienda parecería una bandera multicolor.
Además, si el Estado o el Gobierno recaudara dinero para los protestantes, la sociedad llamaría a sus líderes “pastores de misa y olla”, como ha venido llamando a los curas desde tiempos de Cervantes.
3. Otro argumento que suelen utilizar los partidarios de la casilla para los protestantes es que se pide parte de lo que nos corresponde, porque también nosotros pagamos impuestos. ¿Sólo nosotros? De los 45 millones que vivimos en España, ¿cuántos millones pagan impuestos sin esperar a que Hacienda les devuelva una parte? Seríamos malos ciudadanos si exigiéramos al Estado una cantidad de lo que damos. Si esto lo hiciera Hacienda con todos los que contribuyen, ¿cómo se sostendría toda la estructura del Estado?¿Quién financiaría el paro, las jubilaciones, la sanidad, la educación, los enormes gastos de la administración, esa gigantesca maquinaria que mantiene en marcha la vida nacional?
Entonces, se dirá, que tampoco financie a la Iglesia católica. De producirse, este sería un milagro más grande que la apertura de las aguas del Mar Rojo. Los políticos saben bien que en cuestión de dineros la Iglesia católica es intocable. Desde la muerte de Franco, que daba a la Iglesia todo lo que esta pedía, ningún presidente de Gobierno logró quitarle la subvención. No pudo Suárez, ni Felipe González, con todo su socialismo por bandera, su segundo, Alfonso Guerra, lo intentó también, con el mismo resultado. Otro socialista que presumía de laico, Zapatero, quiso, pero tampoco pudo. Aznar y Rajoy ya sabemos, en lugar de restar multiplicaron.
4. Esta es mi opinión, que la he expuesto en centenares de artículos y en tres tomos sobre catolicismo español. La FEREDE no debe aceptar ni un euro del Estado. Ni las comunidades autonómicas, de cuyas tetas maman algunos Consejos evangélicos, ni los ayuntamientos, en definitiva, ningún departamento de la administración pública debería dar dinero a religión alguna, empezando por suprimir lo que da a la Iglesia católica.
Digo que si el Gobierno, por un casual, incluyera donde debe una casilla para los protestantes y nos diera lo recaudado ¿sería ese dinero parte de lo que hemos dado con nuestros impuestos solamente? ¿No sería también dinero contribuido por católicos, agnósticos, antirreligiosos ateos y otros? ¿Es bonito reprobar a estas personas y aceptar dinero de su procedencia? ¡No perdamos la cabeza! Si nos autodenominamos cristianos fundamentalistas, sigamos el ejemplo de Cristo, a quien no imaginamos aceptando dinero del judío Herodes o del romano Pilatos para sufragar su ministerio terrenal.
Si los protestantes quieren construir templos, pagar a sus pastores, invertir en obra social, abrir escuelas o centros de ayuda a la juventud, que lo hagan con el dinero de sus fieles o el que puedan recibir de iglesias hermanas, nacionales o extranjeras. Parafraseando a Pablo, los que sirven al altar que vivan del altar, no de los gobiernos de turno.
Otro sí. Si alguien llegara a pensar que este artículo apunta al secretario ejecutivo de la FEREDE, sea anatema. Mariano Blázquez es uno de los líderes evangélicos que vive cerca de mi corazón. Él lo sabe. Cuando escribí el libro LA TRANSICIÓN RELIGIOSA EN ESPAÑA añadí un capítulo exaltando sus virtudes. Los amigos siguen siéndolo aunque difieran en opiniones.
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