En su último disco, Sufjan Stevens explora la perdida de su madre de una forma emocionalmente devastadora.
Madre, no hay más que una. En su último disco, Sufjan Stevens explora la perdida de la suya, de una forma emocionalmente devastadora. Ella le dejó, cuando tenía un año. Se había convertido en una alcohólica y drogadicta, esquizofrénica –hoy dirían bipolar–, que sufría de serias depresiones. Se volvió a casar con su novio del instituto, “Carrie & Lowell”, cuando él tenía cinco años, pero enseguida, se separaron, teniendo él, seis o siete. Así que Stevens creció con sus cinco hermanos, en casa de su padre y su madrastra. Se reencontró con su madre, antes de que muriera de cáncer en el año 2012.
Su tía le llamó: “Carrie está en la UCI, probablemente, morirá; así que si quieres verla, es tu última oportunidad”. Tuvo unos días con ella, en el hospital, antes de que falleciera. Desde que se marchó de casa, sólo la veía en casa de sus abuelos en Detroit. El único tiempo estable que tuvo con ella, fueron los tres veranos que pasaron en Eugene (Oregon), cuando estaba casada con Lowell, a principios de los ochenta.
El quiere pensar que “era una buena madre, pero estaba realmente enferma”. Piensa que “no tenía más que amor por ellos y las mejores intenciones”. Cree que “incluso como niños, estaban muy agradecidos por el tiempo limitado que tuvieron con ella”. En ese sentido, “no tuvieron desilusiones, ni expectativas”. Como adulto, se encontraban ocasionalmente, para comer, “pero aparte de unas pocas cartas, no nos vimos mucho y yo no me esforcé en verla”.
Stevens tuvo una educación cristiana. Fue a la Escuela Cristiana Luz del Puerto de Petoskey y estudió en una universidad vinculada a la poderosa tradición reformada holandesa de Michigan (EE.UU.). Allí empezó a tocar en una banda de folk-rock llamada Marzuki, a la vez que tocaba en fiestas con un grupo de garaje, publicando su primer disco en la compañía discográfica de su padrastro, mientras era estudiante. Su vida cambia al marcharse a Nueva York, donde tiene ahora, un estudio.
ARTE Y FE
Su fe cristiana ha influenciado su música, a lo largo de estos quince años, pero no siempre aparece de forma explicita en sus canciones. Hace una obra personal e íntima, marcada por el dolor. Tiene una melancolía que recuerda los primeros discos de Elliott Smith y las baladas más tiernas de Paul Simon. Como auténtico artista, es mejor haciendo preguntas, que dando respuestas.
Los cristianos empezaron a prestar atención a Stevens, cuando publicó su disco del año 2004, “Siete cisnes” (Seven Swans) –aunque en el álbum anterior (Michigan), ya había escrito una canción a su amigo, el pastor presbiteriano Vito Aiuto–. Tenía temas informados por la Biblia –sobre Abraham e Isaac, o la Transfiguración–, con un espíritu devocional, que se expresaba en adoración con canciones como “Estar solo contigo” (To Be Alone With You).
Lo que no significa que sea un músico evangélico. Aunque ha actuado muchas veces en la Universidad Calvino de la Iglesia Cristiana Reformada, Stevens asiste a una iglesia anglo-católica –o sea la rama del anglicanismo, que rechaza el liberalismo de la iglesia episcopal norteamericana–. Nunca ha tenido nada que ver con la denominada “música cristiana”. No graba en una compañía dirigida a ese público, ni actúa en iglesias, o locales del circuito cristiano.
¿MÚSICA CRISTIANA?
El concepto de “música cristiana” apareció en América a mediados del siglo pasado. Hasta entonces, la división entre lo sacro y lo secular, no había afectado el trabajo musical de los cristianos. Había obras litúrgicas, creadas por y para, la iglesia, pero era simplemente, música. Alguna hecha por cristianos, otra, no.
“El movimiento de Jesús” en los años sesenta, creó una música juvenil como expresión de alabanza y testimonio cristiano, que unió el gospel con el rock, en lo que se llamó la “música cristiana contemporánea”. Era “la música de Jesús” que hicieron figuras como Larry Norman. Al haber nacido en un contexto tan concreto, como eran “los hijos de las flores”, el movimiento tenía sus días contados.
Las casas discográficas que entonces nacieron, no valoraban la originalidad, ni la excelencia creativa, sino que era un medio de evangelismo que hablaba a la cultura popular. La intención no era hacer arte, sino propaganda. Los cristianos imitaban las canciones más populares con el menor talento y el más bajo coste de producción posible. Son las canciones de Jesús como si fuera mi novia. Bastaba cambiar su nombre por la segunda persona del singular, para que resulte algo más sugerente.
¿NOMBRE O ADJETIVO?
Como ha dicho el profesor de la universidad King´s College de Nueva York, Gregory Thornbury, “el cristianismo es el mayor de todos los nombres, pero el más pobre de todos los adjetivos”. Después de medio siglo hablando de arte, música, literatura o cine cristiano, tenemos que plantearnos si tiene sentido seguir usando ese término como adjetivo, cuando son sólo personas, las que pueden llevar la cruz de Cristo y seguirle, sea cual sea, su ocupación o talento personal.
Alguno dirá, “bueno, hay temas cristianos”. La pregunta entonces, es si el dolor del que habla este disco, es un “tema cristiano”, o no. Obviamente, no es la temática de la que hablan la mayor parte de los actuales “salmistas” –a diferencia de los que están en la Biblia–. Tiene más que ver con la música de artistas como Bob Dylan o Johnny Cash, que ya en la época de la “música de Jesús”, mostraban un camino distinto. No separaban la fe de su trabajo, pero no tenían otro propósito que escribir buenas canciones. Su aspiración no era convertir al mundo con su música.
“No es tanto que la fe nos influencie, sino que vive en nosotros –dice Stevens–. En toda circunstancia, sea dando un discurso, como atándose los cordones de los zapatos, vivo, me muevo y soy. Esto me libra del siempre vergonzoso esfuerzo de gratificar a Dios y a la Iglesia, imponiendo un contenido religioso en todo lo que haga.”
ENTRE EL YA Y EL TODAVÍA NO
El Evangelio no juega un pequeño papel en la vida personal y cultural. Tiene que ver con toda la experiencia humana, “la totalidad de la vida”, de la que hablaba Schaeffer. Stevens no trata temas religiosos. En su anterior disco a “Carrie & Lowell” habla del amor, el sexo, la muerte, la enfermedad, la ansiedad o el suicidio. Es por eso, que atrae a cualquier tipo de oyente, sean cuáles sean, sus creencias. Son cuestiones humanas, que a todos nos interesan.
Como mi amigo Brett McCraken ha dicho, está es música de sábado. Si el viernes santo meditamos en el horror de la muerte de Cristo en la cruz y el domingo nos alegramos con el gozo de la Pascua de Resurrección, entre medio está el sábado. Es la tensión entre la muerte y la vida, la perdida y la victoria, el sufrimiento y la sanidad. Es ahí, donde vivimos, como criaturas mortales en un mundo en decadencia, enfermo por el pecado, cuando nuestra redención es asegurada por Cristo resucitado. Seremos hechos nuevos.
El arte es un don que Dios nos ha dado para vivir el sábado. Esto lo entiende hasta un crítico judío, George Steiner. En sus “Presencias reales” dice que “el nuestro es el largo viaje del sábado, entre el sufrimiento, la soledad, la inexpresable perdida, por un lado, y el sueño de la liberación o el nuevo nacimiento, por otro”. Frente al inexplicable horror del viernes, “incluso el mayor arte o poesía, es casi impotente”.
LA SOMBRA DE LA CRUZ
Para el cristiano que hace arte, la tentación de pasar demasiado rápido al domingo, es muy grande. La generalmente alegre, música de alabanza y la sacarina positiva de las películas evangélicas, no hace justicia al Evangelio, al presentar un mundo, donde los creyentes son siempre felices. La humillación, el dolor, la vergüenza y la lucha de Cristo en la cruz, no puede ser evitada.
El Jesús que sufrió, es alguien que podemos conocer, porque si hay algo que conocemos en este mundo, es el sufrimiento. “No hay sombra en la sombra de la cruz”, canta Stevens. En sus canciones no hay lugar para tópicos y argumentos artificiales, sino la honestidad del que se ofrece a sí mismo. Abraza e imita la cruz.
Tú diste tu cuerpo al solitario
Te quitaron tu ropa
Renunciaste a una mujer y una familia
Diste tu espíritu
Para estar solo, conmigo
Subiste a un madero
Para estar solo conmigo"
(To Be Alone With You)
“Jesús, te necesito, acércate, protégeme”, canta en “Juan, mi amado”. Sufre y suspira por algo mejor. El último tema por eso, tiene un aire escatológico. Busca su esperanza en el Cielo: “la alabanza, ¡oh Señor, tócame con tu luz!”. El mejor arte que pueda hacer un cristiano, se pone allí donde está Cristo en su cruz, esperando la gloria que vendrá.
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