Vivir muriendo

Sólo podré conocerme conociéndote.

Para encontrarme tengo que buscar en tu Palabra. Rastrear entre líneas para hallarme descrita con una caligrafía de amor.

Antes de que yo existiera ya tú hablabas de mí. Retratabas a un ser humano al que amarías profundamente, un ser por el que harías proezas.?Antes de mi existencia tú ya sabías cuáles iban a ser mis errores, cuántas iban a ser mis malas decisiones. Pero también sabías que al arrepentirme echarías a lo más profundo del mar todos mis pecados y que tras ese desalojo no tendrías memoria de ellos.

Durante tres décadas conociéndote he aprendido que para vivir en ti he de morir a muchas otras cosas, a esos “dioses pequeños” que se nos cuelan a diario en nuestro caminar y a los que hemos de dar la espalda para poder tener una vida abundante.

Tengo que morir al camino marcado por una sociedad que busca lo suyo sin pensar en el prójimo.

Tengo que morir a la multitud que anda llevada por el sonido hipnótico de un flautista engañador.

Morir a mi yo, a mi deseo ingrato de buscar lo mío sin percatarme de la necesidad contigua. A ese tonto desahogo de comentarios inapropiados que tanto te disgustan.

Ceder a mis ansías por trabajar en solitario en una empresa que necesita cooperación.

Conferir palabras agradecidas en vez de ser tan desconsiderada.

Mirar y ver, oír y escuchar.

Dejar que lo secundario siga siendo lo segundo y no permitir que el orden sea cambiado. Tú siempre en el primer lugar, en la primera posición. Lo demás… es simplemente lo otro.

Morir a todo lo banal, lo insustancial, lo que me aleja de ti. Huir de ello para que no salpique mis ganas de ser transformada.

Dejarme encender el alma para que la luz alumbre mis ojos y estos vean con una claridad sorprendente.

Abandonar los rudimentos antiguos y forjarme con las herramientas de tu gracia, acariciando con los ingenuos dedos de la niña que llevo dentro los milagros que obras cada día en mí.

Morir para vivir, hermosa contradicción.