Hay que atacar los fundamentos y las raíces de la injusticia social, del robo de bienes y de dignidad que se hace contra más de media humanidad.
Hacerse la pregunta de si hemos de curar al herido o debemos de usar nuestras fuerzas a frenar a los agresores es una reflexión que también se puede aplicar a la acción social o al intento de reducir la pobreza en el mundo. La frase puede parecer dura, pero en el fondo estamos ante el tema de si en nuestro trabajo por reducir la pobreza en el mundo nos hemos de dedicar a la acción asistencial desde nuestras iglesias u ONGs, o si, simultáneamente, debemos estar protestando y luchando para frenar a los agresores y acumuladores que desequilibran el mundo, a la vez que denunciamos y trabajamos por la justicia social.
Muchos hombres de buena fe, tanto en nuestras iglesias como desde movimientos humanitarios, se dedican a curar al herido, a hacer labor asistencial individual, a practicar la caridad individual. Loable tarea que yo aplaudo y que yo, entre muchas otras cosas he hecho desde Misión Urbana durante muchos años.
Yo, en mis escasas fuerzas y parcos recursos, he intentado desde su inicio que Misión Urbana no se dedicara solamente a la labor asistencial o a servir de cauce para que la caridad individual de muchos voluntarios se expresara a través del trabajo social de la Misión con los pobres y oprimidos de las grandes ciudades como es el caso de Madrid. Hemos publicado, escrito, conferenciado, denunciado y clamado por justicia. Hemos querido entrar, por tanto, en la línea de frenar a los agresores, de concienciar a la sociedad para que protestara después de una toma de conciencia y de una sensibilización sobre las temáticas sociales de un mundo injusto. Hemos conseguido sólo lo que hemos podido según nuestros medios.
Una reflexión que podríamos hacer mirando la extensión escandalosa de la pobreza en el mundo, es que la loable acción asistencial o caridad individual se queda corta. Tenemos que pasar, necesariamente, al uso de la voz y de energías para concienciar a la gente de que se necesita luchar y trabajar por una caridad pública, es decir, por una justicia social que conciencie a los ciudadanos y abata a aquellos que usan su fuerza y artimañas para acumular desmedidamente poniendo en sus mesas lo que pertenece a otros desheredados de la historia. La caridad individual en forma de asistencialismo y la caridad pública en busca de una mayor justicia social, unida a la protesta y a la denuncia, deban caminar juntas.
Si se intenta corregir los desmanes de la injusticia social sólo con caridad individual, estaremos curando al herido, pero dejando en las manos de los agresores aquellas armas cargadas de egoísmo y de práctica de la injusticia que siguen empobreciendo a muchos otros. Hay que atacar los fundamentos y las raíces de la injusticia social, del robo de bienes y de dignidad que se hace contra más de media humanidad. Se necesita concienciar para la práctica de la caridad individual, pero también para que se dé un paso más y se pase a la caridad pública, a la búsqueda de la justicia social.
No obstante, cuidado. Tampoco se puede decir, como afirman algunos, que la práctica de la caridad individual o del asistencialismo perjudican o retrasan las acciones a favor de la búsqueda de la auténtica justicia social. Al herido hay que curarlo, no se le puede dejar tirado al lado del camino diciéndole que no se preocupe, que espere, que vamos a luchar por una sociedad más justa. Sería perder el auténtico concepto de projimidad que nos dejó Jesús. Hay que curar a los heridos mientras intentamos desarmar a los que hacen violencia social en un mundo en el que muchos incautos han caído en manos de ladrones que, muchas veces, estos ladrones son bendecidos y admirados por muchos, incluso por cristianos, como si fueran los triunfadores en un mundo donde la riqueza es captada como prestigio social, cuando no, por algunos religiosos, como bendición de Dios.
Nosotros afirmamos que en nuestras obras sociales y en nuestro compromiso como iglesias con los pobres del mundo, deberíamos compaginar lo paliativo con la lucha contra las causas de la injusticia. Tenemos que saber trabajar tanto con aquello que es el aquí y el ahora de un herido, con todo aquello que es estructural y que conforma estructuras de pecado, estructuras económicas injustas que empobrecen y marginan a tantos congéneres nuestros que conforman el mayor escándalo de la humanidad. Hay que ayudar al herido a la vez que se debe impedir que los agresores sigan lanzando piedras con sus injustas, malvadas y egoístas hondas. Hay que quitarles esas armas para que no puedan herir a nadie más.
Los cristianos deberíamos estar aferrados a la denuncia profética que asume también Jesús mismo. Es posible que el mundo necesite que se levanten nuevos profetas que emularan a aquellos que en el Antiguo Testamento trabajaban por la justicia clamando contra los abusadores de los huérfanos, las viudas y los extranjeros que, en el mundo bíblico eran los prototipos de los posibles colectivos marginados o empobrecidos del mundo. Ahí se debe centrar nuestro aprendizaje para poder ser agentes de liberación capaces de curar al herido y detener al agresor. Todo esto es tremendamente bíblico, pero mucho cuidado porque la predicación de la doctrina o del Evangelio también la podemos descafeinar predicando solamente un evangelio de consuelo y gozo insolidario con los más débiles.
Así, pues, cristianos del mundo, debemos ser enfermeros que curan las heridas de los despojados y empobrecidos, pero a su vez y simultáneamente, voceros de Dios en busca de justicia en un mundo desigual e insolidario. Para eso hay que ir a las causas de la pobreza, a las raíces de las problemáticas sociales, a evangelizar la cultura de un mundo con unos valores en contracultura bíblica. Será nuestro privilegio, nuestro trabajo para el Señor, nuestra lucha, porque, en el fondo, por Él lo hacemos.
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