Heterosexual polígamo por naturaleza, no me considero mejor que mis amigos homosexuales en muchas áreas donde lucho. Pero eso no nos es excusa ni a mi ni a ti.
Homosexualidad: reflexión desde mi razón distorsionada (I)
¡Qué difícil es hablar de este tema! ¿No? Diga lo que diga puede que sea malinterpretado:
A lo mejor seré un legalista que condena sin reflexión, acusado de homófobo, fundamentalista o directamente tonto; o por el otro lado dirán que he rebajado el mensaje del evangelio, o “la Escritura dice…” seguido de dos o tres versículos mencionados literalmente y sin contexto para reforzar su posición, y viéndome como un peligro que diluye el mensaje, blablabla. Últimamente nos damos muchos golpes todos, por todas partes.
Por todas.
Quizá si hago bien mi trabajo, conseguiré reacciones negativas y positivas por ambos lados. Que Dios me ampare.
Nuestras respuestas son demasiado viscerales, me parece. Y simplistas, subestimando a nuestros oyentes o lectores, pretendiendo que la verdad, sin misericordia sea transformadora, pero no.
Además, es imposible acercarse de manera aséptica a este tema. Todos, lo reconozcamos o no, tenemos un “a priori” determinado por todo nuestro bagaje, personalidad y expectativas o intereses que modulan nuestra disposición a aceptar una postura u otra.
Yo, por mi parte, intentaré hacerlo desde el dolor, el mío propio, y mis tristezas y luchas, con toda la empatía que pueda conseguir en base a eso, intentando ser sincero, veraz y fiel a lo que hoy entiendo que la Palabra de Dios enseña. Porque creo, de corazón, que Dios ha hablado, y que si no, estamos condenados a vivir en un mundo donde sólo las opiniones de la mayoría o de los “expertos” son Ley, aunque en realidad sin Él, todo son opiniones.
Pero si Dios ha dicho algo, hay esperanza. Creo que en la Biblia, en su sentido completo, y en Jesús, en su sentido concreto, está el registro seguro de que Dios está presente y no está callado. No la citaré (descaradamente) pero estará “ahí”. Además usaré algunas herramientas que como psicólogo he adquirido en el análisis del ser humano.
No me circunscribo a ninguna escuela psicológica, sólo me considero un hijo de Dios, y eso, lejos de sonar pretencioso, es un golpe a mi ego, porque sabe Dios que no merezco ser su hijo, y nunca lo mereceré por mi mismo.
Empiezo:
Me preocupa mucho este tema, en primer lugar por la reacción que la Iglesia está teniendo. Nos hemos puesto serios, quizá no es para menos, pero el agravio comparativo es notable: No levantamos tanto la voz cuando nuestros países entran en guerras lejanas y matan civiles de manera incontable. Tampoco gritamos porque nuestro estilo de vida sea la causa directa de la pobreza en la mayor parte del mundo, o porque la prostitución es uno de los negocios más lucrativos y donde se mueve más dinero.
Me parece que debemos revisar nuestras actitudes frente a algunos temas y al por qué no le damos importancia a otros. Lo digo a modo de tarea para casa para los creyentes.
Por eso no quiero hablar subido en la torre de la moralidad, en la que algunos líderes religiosos parecen vivir. Sin empatía es imposible ser Verdad. Y tampoco desde el populismo que supone el silencio: el que calla otorga, o en el peor de los casos el que calla oculta, engaña o es un cobarde. Sin la verdad no podemos ver al otro y ser empáticos. Si me equivoco o soy poco radical en uno de los dos lados, pido perdón, no es mi intención.
Y yo ahora, me pronuncio.
Pero no puedo hacerlo desde otro lugar que desde mi propia ruptura, mi debilidad y mi propio mundo contradictorio y una existencia basada en la gracia de Dios:
Lo reconozco, soy un heterosexual polígamo, por naturaleza. Muchos antropólogos lo dicen y en mi experiencia interna yo, al menos, lo corroboro.
Si diera rienda suelta a mis apetitos, sólo reflejaría lo que acabo de decir, no sé si estaría casado, y probablemente pesaría treinta kilos más. Esa tendencia puede que esté en mis genes. Quizá también la he aprendido.
A lo mejor se han dado circunstancias a mi alrededor que me han llevado a estar así, sin ser o no consciente. Quizá soy fruto de algún trauma de la infancia, o simplemente por decisión propia, haciendo uso de mi libertad…
Pero para mi, al menos, nada de eso es una excusa. Por ejemplo respecto a mi “tendencia natural” (natura) soy algo más que un animal, y tengo la “capacidad” de ser responsable y decidir qué quiero ser. Por eso, junto con mi amiga Geraldine estoy formando una familia monógama. Y ella me ayuda a cuidar mi dieta. Intentando estar acorde a mi estructura corporal y cerebral, anímica, social y espiritual .¿Es eso reprimirme? No, es superarme, y ser más hombre, más libre.
Todos sabemos, e intuitivamente vemos repulsivo y de falta de carácter a cualquiera que engañe a su mujer o no sea capaz de controlar sus impulsos. Alguien así no es más libre, es menos. Y a mi, personalmente, me encanta mi mujer, pero también las hamburguesas. Pero no. No quiero engordar.
Además, yo no soy lo que siento, si así fuera, viviría en la dictadura de las sensaciones y cada vez que cediera a ellas, éstas tendrían más poder sobre mi hasta determinar mi identidad, etiquetarme de manera completa, convirtiendo una sensación en mi estilo de vida: Sería un drogadicto o un alcohólico, un hooligan, un viciado, un perezoso, un egoísta, un mentiroso, un mujeriego, un glotón, un religioso, un criticón, un envidioso, un adicto al trabajo, etc.
Y si nos juntásemos varios así, podríamos incluso hacer un día al año donde celebrar orgullosamente nuestra etiqueta.
Porque las etiquetas que imponemos a la gente tienen mucho poder en la formación de la identidad.
Y qué fácil es confundir mi yo profundo con aquellos impulsos relacionados con mis gonadotropinas, que hacían que me enamorase de una niña cada semana hace 17 años. Era lo que sentía, era mi verdad. Era mi mentira.
Por eso, algunos argumentos basados en “lo que siento” para determinar mi tendencia sexual, me parecen débiles. El ser humano es complejo y siente cosas distintas, responde de maneras distintas y si refuerza una de ellas es normal que acabe opacando las demás.
Obvio, el tema es mucho más difícil de explicar. Seguro. Y por eso quiero escribir a modo de conversación, dando tiempo a respuestas, si es que quieres dialogar.
Ahora bien, hay otros temas, más profundos, como por ejemplo la definición de amor. Y para mi, aquí, está una de las claves. El amor es compromiso y entrega desinteresada, pero muchos están redefiniendo el amor comprometido como una sublimación de la atracción sexual. Me parece un error.
Creo firmemente que como heterosexual tengo como mínimo la misma capacidad de amar a alguien de mi mismo sexo que un homosexual, teniendo una fuerte relación de amistad profunda, basada en un compromiso, sin que por ello medie ningún tipo de atracción o deseo físico, o basado en mis hormonas sexuales, cuyo sentido de la existencia “primario” es la reproducción.
Además sería quizá un amor más auténtico porque no habría intereses bajos que pudieran hacer sospechar que en realidad busco otra cosa, como sí ocurre en toda relación sexualizada. No confundamos el tocino con la velocidad.
Cada ser humano es único, y está lleno de historias, muy distintas, muy diversas, condicionantes, paralizantes o liberadoras y es muy difícil, yo diría imposible, juzgar con justo juicio, porque nunca tenemos todos los datos que han definido a esa persona en el presente. El hombre más sabio que hubo en este mundo nos dijo: “No juzguéis…” y muchas otras perlas que no termino de entender pero que saben a verdad. Sigo luchando con la viga en mi ojo, y quien sabe si inspiraré a alguien a hacer lo mismo, aunque solo tenga una brizna comparado conmigo.
Por eso, yo, heterosexual polígamo por naturaleza, no me considero mejor que mis amigos homosexuales, en muchas áreas donde lucho, me considero peor, en mi pereza o mis envidias. Pero eso no es excusa ni para mi, ni para ti. La verdadera pregunta es quienes somos realmente. Si de verdad hay un Dios, el Dios que la Biblia nos presenta, seremos lo que Dios diga que somos. Y debo tener la apertura necesaria para reconocer en Él lo que realmente soy. Si no, sólo viviré en una mentira.
Quizá para Él, soy uno con mi mujer, soy su Hijo, y soy fiel desde lo más profundo de mi ser, pasando por mis acciones y mis ojos. Sin Él puede que no sea nada de eso. Y ni siquiera tendría una base objetiva para darle importancia.
Porque si la Verdad no existe, todo al final, será una gran mentira. Pero Dios ha hablado.
Si no, comamos y bebamos, hagamos lo que nos dé la gana, porque mañana moriremos.
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