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Protestante Digital

 
Amar a las personas (IV)
 

Servir, perdonar y amar

Tenemos que volver a sentirnos entusiasmados por la increíble, maravillosa, emocionante tarea de ser representantes y muestras visibles del amor de Dios.

FORO DE LíDERES CRISTIANOS AUTOR Greg Pritchard TRADUCTOR Joana Morales 02 DE JULIO DE 2015 10:19 h
Jesús lava los pies de sus discípulos. Otto Adolph Stemler (Flickr, CC)

La palabra “amor” es una palabra muy flexible en inglés. Amor puede significar casi cualquier cosa, desde lealtad a un equipo deportivo, a comer una hamburguesa, a convertirse en uno en los votos matrimoniales. Se utiliza constantemente, pero su significado se diluye. ¿Qué significa amar a alguien?



 



1) SERVIR



El siguiente principio del amor es el servicio. En Juan 13:1-17, Jesús lava los pies de sus discípulos y lo explica así: “si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros”. En otro momento explica esto: “porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Jesús se describe a sí mismo como un siervo y a su ministerio como el de servicio.



Todos conocemos a personas que se desviven por atender las necesidades de los demás. Este servicio es una gran parte de cómo amarnos unos a otros. William Wordsworth escribió esto: “la mejor porción de la vida de un hombre bueno son sus pequeños, olvidados y anónimos actos de bondad y de amor”[1]. Servir es dar vida al afecto y al aliento a través de actos de amor. Si amas a alguien haces lo que sea necesario para cuidarle y ayudarle.



Sin embargo, la base de la ética cristiana no son sólo las acciones que llevamos a cabo, sino la motivación detrás de ellas. La razón por la que hacemos lo que hacemos es importante. Dios se preocupa por nuestro corazón.



 



Vs. 4 “El amor no tiene envidia”



 



Foto: Johan Hansson (Flickr, CC).



El amor es generoso. El amor no envidia. La envidia es desear ardientemente lo que tiene otra persona. La envidia requiere comparación. Todos tendemos a compararnos con otros, ¿verdad? Cuando conocemos a alguien se crea una escalera invisible. A menudo nos ponemos a nosotros mismos y a otros en esta escalera de estatus social. Aquellos que tienen más atractivo, éxito, popularidad o riqueza ocupan lugares más altos en la escalera. La envidia es cuando deseamos fuertemente o anhelamos lo que tiene alguien que está en un peldaño superior. ¿Y saben qué? No importa la categoría, casi siempre hay alguien más arriba que nosotros en la escalera, sin importar de qué área estemos hablando.



También hacemos esto en el mundo cristiano, ¿verdad? Nos preguntamos, “¿soy más o menos maduro que esta persona?”. “¿Debería ministrar a esta persona, o debería ministrarme ella a mí?”. Todos somos tentados a tener envidia de alguien. Vemos un ejemplo en el Antiguo Testamento. Cuando la nación de Israel escapó de Egipto, Miriam y Aarón no estaban contentos con el segundo lugar que les había tocado y lideraron una rebelión para reemplazar a Moisés. Tenían envidia y querían estar en el centro del escenario de la obra de Dios.



Por el contrario, el amor es generoso e intenta dar, no tener hambre de algo más. El amor es la única motivación en la que se puede confiar para hacer comparaciones. Las tentaciones del mundo (estatus social, logros, éxito) no tienen ningún poder en un hombre o una mujer que ama. Una persona que ama está tratando de dar y de ser generosa cuidando a otros en vez de acumular o medir.



 



Vs. 6 “El amor no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad”



El amor es sincero y tiene una visión positiva. El amor no se centra en la parte mala de la vida, en amargarse o en aprovecharse de los fallos de los demás. El amor se siente fascinado y se regocija en la verdad. Una persona que vive en la verdad transmite sensación de inocencia.



 



Foto: Garry Rollins (Flickr, CC)



Los fantasmas en la casa embrujada de Disney World son una ejemplificación de la falsedad. Son figuras tridimensionales, pero son hologramas. Puedes pasar la mano través de ellos. Así es como a veces te sientes al relacionarte con algunas personas. Son una proyección de una persona real, pero de alguna manera carecen de sustancia. Alguien que se centra en entender y vivir la verdad tiene una solidez innata.



De hecho, yo diría que esta integridad e inocencia son la fuente de la influencia personal. Cuando sabemos que alguien es genuino y auténtico confiamos en esa persona. Su comportamiento no está dirigido a manipular a otros, sino que es la consecuencia directa de sus convicciones e integridad. La autenticidad es una consecuencia de la integridad.



Aquí, Pablo está hablando de una forma de vida que no permite que el mal del mundo la desvíe o subvierta. Rechaza el mal y se regocija en la verdad. Hay una orientación vertical hacia alguien que ama a los demás basándose en la verdad. Esas personas entienden el dolor y la maldad de este mundo, no lo ignoran o lo minimizan. Pero entienden que el plan de redención de Dios está obrando, y se regocijan en la verdad.



Pablo aborda esta idea de raíz en 1 Cor. 13:4-5 con su comentario, “el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo”. En este mundo caído, todos sentimos una sensación de quebrantamiento en algún nivel. En respuesta a esta toma de conciencia todos tendemos a movernos hacia una inseguridad producto de la vergüenza o hacia el orgullo, a veces incluso inconscientemente.



Con orgullo nos embarcamos en alguna actividad, posesión o habilidad y presumimos de ello. Presumir es una respuesta insegura de alguien que está intentando demostrar algo. Pablo habla del orgullo en otro pasaje: “el conocimiento envanece, pero el amor edifica” (1 Cor. 8:1). Presumir es cuando una persona trata de usar el conocimiento, o algún otro logro, para sentirse mejor sobre sí mismo o envanecerse.



 



Foto: Heather Kennedy (Flickr, CC)



Alguien con un ego débil es como una batería con poca carga. Tienen que presumir de sus logros constantemente para sentirse recargados. El amor verdadero, por el contrario, es humilde, sin necesidad de alardear de ningún éxito. Humildad no significa flagelarnos, sino simplemente ser honestos. El amor es suficientemente fuerte como para estar en silencio, servir y cuidar a otros sin ser el foco de atención.



 



Vs. 5 “El amor no hace nada indebido, no busca lo suyo”



Hacer algo indebido implica la idea de vergonzoso, deshonroso o indecente. El amor no es ninguna de esas cosas: el amor es honorable y hace lo que es correcto en cada circunstancia. Las intenciones y el comportamiento del amor siempre son adecuados.



El amor es honorable porque pretende dar a los demás, no obtener ni recibir. Lo curioso es que dar a los demás desinteresadamente también es el medio para vivir plenamente y disfrutar la vida. Lamentablemente, muchas personas creen que la felicidad viene como resultado de una búsqueda de la felicidad; sin embargo, se trata de buscar la felicidad de otros.



Conocí durante muchos años a un albañil y a su esposa que ejemplifican este amor honorable. Eran dos de las personas más piadosas que he conocido. Conocían la palabra de Dios. Eran sabios, y amaban a la gente. Eran gente fuerte. Sabía que harían lo correcto en cualquier circunstancia. Eran personas honorables que fueron prudentes en sus acciones y trataron de ayudar a todo el que conocían. Les admiraba mucho más que a otras personas que conocía y que eran doctorados por Harvard o multimillonarios. Eran especiales. Esto es lo que significa honorable, poder hacer lo correcto y estar dispuesto a hacerlo.



Eso es lo que hace el amor. Contempla una situación en su totalidad y busca servir a los demás y atender las necesidades que percibe de la mejor manera posible. Es por esta razón que a los líderes de la Biblia a menudo se les llama servidores. El título que Pablo eligió para sí mismo fue “siervo de Jesucristo” (Rom. 1:1). Un siervo no busca cumplir sus planes, sino los de su amo.



¿Han conocido alguna vez a alguien que tiene que hablar constantemente? Esa persona se siente tan necesitada que busca ser el centro de atención de todos. Es un ejemplo de lo que Pablo está tratando de explicar aquí. Dice que el amor no es el comportamiento egoísta e indebido que necesita atención. Más bien, en esta circunstancia el amor sería la capacidad de escuchar, que demuestra que amamos.



En 1 Pedro 5:5, Pedro explica cómo un líder debe estar vestido con humildad. El verbo aquí se refiere a cómo un esclavo se ata un delantal blanco para servir. Para amar y servir a los demás de forma efectiva, tenemos que dejar de preocuparnos por quién se lleva el crédito. Necesitamos amar libremente y sin reparo.



 



2) PERDÓN



El siguiente elemento del amor del Señor es el perdón. Pedro falló al Señor de una manera que nosotros nunca haremos: lo rechazó tres veces. Pero este fracaso creó una oportunidad increíble para la gracia. Tenemos una imagen preciosa del perdón de Pedro. El evangelio de Juan recoge que el Señor, poco antes de ascender al cielo, volvió a Galilea. Cuando Pedro fue a pescar con los otros apóstoles, vio al Señor en la orilla y se lanzó al agua, gozoso de estar con el Señor. ¿Por tenía tantas ganas, si le había fallado miserablemente? Porque Pedro estaba seguro del amor del Señor. Ya había experimentado la gracia y el perdón del Señor.



Cuando tenemos relaciones en las que hay compromiso, hay innumerables oportunidades para pedir y conceder perdón. Al pensar en cómo las personas interactúan entre sí, no puedo desprenderme de la imagen de nosotros como plátanos andantes: nos magullamos fácilmente. Es muy fácil que te lastimen y dejar que ese dolor se pudra dentro de ti.



El perdón no es ignorar o negarse a reconocer errores o dolores, sino dejarlo ir. Durante la II Guerra Mundial, Hitler ordenó que todas las iglesias de Alemania se consolidaran en una iglesia. Las asambleas de hermanos se dividieron por esta cuestión, y como resultado, aquellos que se negaron a participar fueron perseguidos. Sus familiares fueron asesinados en campos de concentración. Después de la guerra, como era de esperar, había gran amargura y dolor en ambos lados de las asambleas de hermanos. Finalmente, los ancianos de ambos lados se juntaron. Todos se fueron a orar. Cuando terminaron, volvieron y se reunieron. Cuando se les preguntó: “¿qué pasó entonces?” un anciano respondió: “éramos sólo uno”. [2] Hubo perdón verdadero.



No podemos controlar cómo responderán otras personas a las dificultades en una relación. Es posible que una relación no se restaure si la otra persona no lo desea. En Rom. 12:18, Pablo escribe: “si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres”. Lo que pasa es que a veces la otra persona no está dispuesta. Eso es doloroso, pero no nos exime de nuestra responsabilidad. Todavía necesitamos perdonar y amar a esa persona. El perdón es necesario en todas las relaciones, porque todos fallamos. Nuestra memoria debe tener un filtro moral para recordar qué guardar y qué olvidar. Para amar de verdad tenemos que perdonar.



1 Corintios 13:5-6 aborda este punto: “el amor no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad”. Estos son tres principios de cómo el amor responde a algún mal o pecado en el mundo.



-El amor mantiene su integridad y buen temperamento en respuesta al mal.



-El amor tiene una corta memoria del daño que sufre.



-En presencia de la injusticia y el mal, el amor se centra en la verdad y vive en ella.



Pablo nos enseña que el amor no se irrita. Este es el primer fracaso de muchos cristianos (incluyéndome a mí). Ponemos excusas a nuestro enojo y decimos “es que soy así”, o “todos los miembros de nuestra familia tienen mal genio”. Pero Pablo confronta todas estas racionalizaciones y dice: “no, irritarse fácilmente no es amar”. El amor no son sólo motivaciones positivas, sino que también puede significar resistirnos a nuestras emociones negativas. El amor es autocontrol frente a circunstancias irritantes.



Por supuesto, hay momentos para enfadarse. Hay veces incluso en que el amor exige que nos enfademos. Jesús se enfadó en el templo cuando los cambistas intentaron abusar de la casa de su Padre. Pablo escribió a los efesios “airaos, pero no pequéis” (Efesios 4:26). Por lo que la Biblia no condena la ira en su totalidad. Hay un lugar para la justa indignación, pero no es la norma.



La historia del hijo pródigo es un ejemplo famoso de los pecados de la carne. Curiosamente, el foco de atención de la parábola no es el hijo pródigo, sino el hermano mayor. Al final de la parábola, el hermano mayor ha resistido a los pecados de la carne, sólo para sucumbir a los pecados del corazón. El hermano es un cuadro de amargura, orgullo, crueldad, falsedad y malhumor. A menudo, la iglesia actúa como si los pecados de la carne fueran peores, pero ¿lo son?



La escritura dice que el pecado es pecado. Así, la ira puede ser una prueba de amor, y la ira puede ser un signo de un corazón sin amor. Pablo llama “cáncer” a esta ira egoísta y ordena a los creyentes a erradicarla de sus corazones. Resolver la ira es básico a la hora de amar a nuestras familias. Hay pocas cosas más desagradables que alguien que sonríe en público y se enfurece en privado.



Jesús enseñó: “bienaventurados los misericordiosos”. ¿Qué es misericordia? Una simple respuesta bíblica es que la misericordia es no conseguir lo que deseas.



¿Recuerdan la parábola del deudor al que le fue perdonado una deuda enorme y a pesar de ello exigió el pago total de una deuda pequeña que tenía otro siervo con él? (Mateo 18:21-35). El señor vuelve a llamar al siervo implacable a su presencia y le dice: “¿por qué no perdonas? Se te ha mostrado mucha misericordia y no has recibido el juicio que merecías. ¿Cómo puedes no perdonar la pequeña deuda que se te debía?”. El señor mandó al siervo implacable a prisión.[3]



El señor representa a Dios y le dice en efecto al siervo implacable (a nosotros): “¿cómo se te ocurre imaginar que eres lo suficientemente justo como para exigir el pago de la deuda que se te debe y no perdonarla? ¿Eres tan arrogante que ignoras la deuda enorme que tú tienes?”.



Todos somos agraviados en algún momento. Nos aferramos a estas heridas y exigimos un pago emocional. Pero a todos se nos ha perdonado la enorme deuda que tenemos con Dios.



¿Tu corazón no quiere mostrar misericordia a una persona que te ha ofendido? Si es así, no has entendido el evangelio. El evangelio es la fuente del perdón, gracia y amor que Dios nos da a nosotros y nos pide que demos a los demás. Puesto que se nos ha perdonado tanto, debemos perdonar y amar a los demás. Es una de las bases del Evangelio y de la vida de amor que Jesús nos llama a tener.



Amar significa perdonar. El amor no guarda un registro de los daños y males que nos han hecho. Mientras estaba trabajando en este artículo, esta verdad fue muy dolorosa para mí. Hay dos personas que me provocan a ira cuando pienso en ellas, y eso no algo bueno cuando sabes que tienes que escribir acerca del perdón. He orado y le he pedido al Señor que me perdonara por mi duro corazón, y he decidido perdonar a estas dos personas. ¿Qué viene a tu mente cuando piensas en el perdón? Dios quiere que trabajes en tu propio corazón.



Nuestra memoria tiene moral. Tener una buena memoria o conciencia significa recordar todas las deudas que debemos, pero olvidar y perdonar las que nos deben. Como escribe Pablo, tenemos que “perdonar como Dios os perdonó” (Efesios 4:32).



Ernest Hemingway comienza su relato “La capital del mundo” haciendo referencia a un padre y un hijo españoles con una relación tensa. El hijo huyó, y el padre emprendió una búsqueda desesperada de su hijo rebelde. Finalmente viajó a Madrid y puso un anuncio en el periódico local diciendo: “querido Paco, reúnete conmigo frente al hotel Montana mañana al mediodía, te perdono todo, te quiero. Tu padre”. [4] Cuando el padre llegó al día siguiente se encontró a 800 Pacos esperando a sus padres. Todos querían perdón. Todos queremos perdón, y por la gracia de Dios también podemos ofrecerlo.



 



3) AMOR



El amor es la conjunción de todos estos elementos en movimiento. Pablo enseña que el amor “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser” (1 Cor. 13:7-8). El amor que se describe en este versículo es el de una persona fuerte, una persona cariñosa que protege lo que es justo y puro. Una persona que ama no le da la espalda a la vida como un cínico amargado. Una persona que ama siente dolor pero persevera. Una persona que ama no se siente destrozada por la vida y afronta el futuro con una sonrisa de esperanza.



El amor avanza con la vida. A veces me encuentro con personas que viven en el pasado o que están obsesionadas con lo que no tienen. Alguien que ama a Dios y ama a la gente no tiene tiempo para eso. El amor se mueve hacia adelante. No niega o descarta cualquiera de las dificultades de la vida, sino que se mueve hacia adelante confiando en Dios, esperando, perseverando y siendo fiel.



Necesito dejar claro que no estoy hablando de la tendencia moderna a tener un pensamiento positivo. Hace poco, mi mujer y yo cenamos con una pareja que cree en tener un enfoque vital de actitud mental positiva. Cuando la mujer comenzó a describir una situación difícil, su marido la corrigió: intentaban ignorar o desestimar todas las dificultades de la vida. Negaban la mitad de la vida mientras se aferraban desesperadamente a la idea pagana de la actitud mental positiva.



El creyente debe tener una visión amplia de la vida. No estoy hablando de tener una sonrisa permanente tallada en nuestras caras. Debemos llorar con los que lloran y regocijarnos con los que se regocijan. No hay nada que un cristiano tema ver o desee evitar. Los cristianos no deben sorprenderse por el quebrantamiento del mundo o el pecado. Y tampoco estamos abatidos. Nunca perdemos la esperanza porque conocemos a Dios.



En el Antiguo Testamento, al profeta Nehemías se le conoce como un líder de esperanza. Otras personas aprendieron esperanza a través de él porque vieron la grandeza de Dios. Como Nehemías proclamó, “el Dios de los cielos nos prosperará” (Nehemías 2:20). Si conocemos a Dios podemos mantener las dificultades y pruebas de la vida en perspectiva. Miramos al cielo y vemos a Dios, y eso cambia la visión que nosotros tenemos de los demás.



Parte de este proceso es creer lo mejor. Siempre tenemos la oportunidad de interpretar el comportamiento de los demás. Cuando nos encontramos con dificultades o aparentes afrentas, tenemos una oportunidad de creer lo mejor. Podemos y debemos buscar la mejor interpretación posible de las circunstancias. El amor es una compasión que interpreta el comportamiento de los demás con gracia, como la que nos gustaría recibir a nosotros.



A menudo fallamos en situaciones así. ¿Cómo lidiamos con el fracaso? Un proverbio enseña que “siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (Prov. 24:16). La justicia es más comparable con la perseverancia que con la perfección. Una perseverancia bíblica nos permite entender nuestros errores y fracasos, recibir la gracia de Dios y levantarnos y volver a intentarlo. La mayoría de nosotros sentimos que tenemos que ser perfectos. Satanás puede acusarnos, mentirnos y engañarnos diciendo que no tenemos acceso a la gracia de Dios. Las luchas, el fracaso y las dificultades son parte de la vida. Nuestra elección principal es cómo respondemos. ¿Somos rápidos a la hora de arrepentirnos y recibir la gracia de Dios?



 



Foto: Tigernet (Flickr, CC)



Cuando jugaba al fútbol, en verano había entrenamientos en los que nos juntábamos tres veces al día, y el peor ejercicio eran los sprints cortos. Después de horas bajo el ardiente sol de Indiana, cuando ya estábamos exhaustos y con los uniformes empapados en sudor, a los entrenadores les encantaba hacernos correr docenas de sprints cortos. Muchos futbolistas prometedores se fueron después de una tarde de sprints cortos y no volvieron nunca. Los entrenadores sabían que necesitábamos saber que el agotamiento y el dolor nos tentarían a ser cobardes. En ese punto, cuando todo nuestro cuerpo nos gritaba que parásemos, necesitábamos saber que podíamos superarlo, y que lo haríamos. Los entrenadores no sólo nos hacían ejercitar nuestros cuerpos: también entrenaban nuestras voluntades. Necesitábamos aprender resistencia.



Amar significa “perseverar siempre”, sentir dolor y no huir. Parte del valor de una carrera atlética es que te enseña cómo gestionar el dolor. En mi último año de fútbol me rompí el pulgar. En ese momento no estaba seguro de si se había roto, así que no fui al médico. Creía que estaba roto, y sabía que si se lo decía a alguien me obligarían a dejar de jugar. Fui un insensato y jugué los últimos tres partidos de la temporada con un hueso roto en la mano. Cada vez que mi mano hacía contacto con alguien, sentía como si mi brazo entero estuviera en llamas. Cuando fui al médico al acabar la temporada, el hueso se había soldado mal.



Sin embargo, este tipo de dolor físico no es nada en comparación con el dolor emocional de un matrimonio en problemas. He sentido el dolor insoportable y desnudo de un matrimonio en problemas y quise abandonar. Y mi mujer también. Además, ella tenía que lidiar con un ex-jugador del fútbol agresivo y muy obstinado que pensaba que entendía todo. El amor persevera. El amor perdura. El amor no se deja llevar por el dolor sino por la verdad. El amor perdura haciendo el bien. El amor requiere valor.



Construir un matrimonio sano es la tarea más difícil que he hecho. Es también el lugar de mis mayores fracasos y de mis momentos más desesperados. Pero por la gracia y el perseverante amor de Dios, mi mujer y yo hemos podido crecer en nuestro amor uno por el otro. El amor no es amor si no aguanta el dolor y la dificultad.



El amor es lo más eterno que existe. En medio de cambios en la vida (y la vida cambia constantemente), hay una cosa que no cambia: el amor de Dios hacia nosotros. Al aceptar y vivir en este amor, el carácter amoroso de Dios se muestra más en nosotros en un verdadero y profundo amor por los demás. Podemos hacernos más viejos y más débiles, pero la gracia del Señor puede brillar con más fuerza.



 



Amar a los demás de forma práctica



¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo puedo ser mejor a la hora de amar a los demás? Hay dos respuestas cristianas a esto, y ambas son verdaderas.



 



Foto: Andrew Fawcett (Flickr, CC)



Un conjunto de pasajes de la Escritura, como Juan 15, enfatizan las verdades doctrinales y experienciales de que debemos permanecer en la vid, y Dios dará el fruto. Esto es cierto. Tenemos que entender que toda la vida cristiana se basa en la gracia y el perdón del Señor. Él obra en nosotros para que demos el fruto de Su Espíritu. No podemos ganar nuestra salvación. Recibimos la gracia de Dios como un don gratuito y toda nuestra vida debe ser una fuente de alabanza y agradecimiento.



A menudo, Pablo escribe sus cartas dividiéndolas en dos partes. Primero ofrece una profunda enseñanza doctrinal de quién somos en Cristo y del profundo impacto de la obra de Cristo en la cruz, y después dice: por lo tanto, vividlo. Sólo seremos capaces de vivir la vida cristiana si entendemos, meditamos y practicamos la realidad de lo que Cristo ha hecho por nosotros. La gratitud es la única motivación adecuada para la vida cristiana. Si tratas de crecer sin estar arraigado en el amor de Dios, es como tratar de cultivar una planta en el aire. Si no permanecemos en la vid, “nada podemos hacer”.



Otro conjunto de textos bíblicos (como 1 Cor. 13) enfatizan áreas prácticas de la verdad (no irritarse fácilmente /esperar lo mejor) y la obediencia a Dios en estas áreas específicas. Estos pasajes subrayan que el patrón de disciplina y esfuerzo que se convierte en obediencia requiere práctica diaria. Estos pasajes enfatizan el lado práctico del amor. ¿Cómo llegamos a ser buenos en algo, como tocar piano, jugar al fútbol o hablar otro idioma? Practicamos y nos ejercitamos. Nos encontramos con pequeños pasos prácticos que podemos dar y los damos con disciplinada. Esto es lo que se enseña en 1 Corintios 13.



Algunos creyentes no están de acuerdo en este punto y dicen que no podemos vivir la vida cristiana en el poder de la carne. Dios tiene que hacer el trabajo, y no podemos hacerlo por nosotros mismos. Hay algo de verdad en eso. Sí, sólo podemos obedecer a Dios y vivir la vida cristiana por el poder del Espíritu. Sin embargo, no te convertirás en un persona que ama como se describe en 1 Cor. 13 simplemente deseando o esperando ser diferente. Hace falta mucho trabajo duro.



Ambos conjuntos de pasajes de las escrituras son verdaderos. Pablo reúne ambas verdades en Filipenses 2:12-13 cuando escribe:



“Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”.



Tenemos que obedecer, y necesitamos depender de Dios. Como el viejo himno explica “confiad y obedeced porque no hay otra manera”. [5]



El amor es todos estos elementos sobre los que he escrito, y mucho más. Una ilustración de este proceso completo de amor en funcionamiento recientemente es algo que nos ocurrió hace poco a mi mujer y a mí. Lori y yo tuvimos un malentendido. Nos enfadamos mucho y discutimos.



Nos llevó mucho tiempo ser capaces de escucharnos mutuamente y arreglar el problema. ¿Cómo, os preguntaréis?



(1) Reafirmamos nuestro compromiso mutuo.



(2) Nos perdonamos mutuamente antes incluso de sentarnos.



(3) Intentamos mostrarnos ánimo y cariño mutuamente.



(4) Fuimos francos pero no groseros, con una comunicación honesta tanto en nuestros pensamientos como en nuestras emociones.



(5) Nos escuchamos el uno al otro. En una palabra, nos amamos el uno al otro.



 



¿Era necesario todo ese el proceso? No. Fue un fracaso, un problema que no debería haber sucedido si no fuera por nuestros errores. Pero el punto a subrayar es que era un problema solucionable, porque queríamos amarnos el uno al otro.



Amar de verdad es sufrir: el amor se define en términos de dolor. El apóstol Pablo escribe en 1 Corintios 13, “el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Es difícil amar. Pero el amor multiplica la alegría de la vida, así como el dolor.



Ahora es el momento de aplicar lo que hemos analizado. Piensa en alguien con quien tengas un problema. Pregúntate a ti mismo:



¿Tengo un compromiso con esta persona?



¿He mostrado afecto por esta persona?



¿He animado a esta persona?



¿He sido honesto con esa persona sobre mí?



¿He sido honesto con esta persona sobre ella?



¿He servido a esta persona?



¿He perdonado esta persona?



Tenemos que ser personas comprometidas, cariñosas, honestas, veraces, que sirven y que perdonan.



Nos hemos conformado con muy poco durante mucho tiempo. Tenemos que volver a sentirnos entusiasmados por la increíble, maravillosa, emocionante tarea de ser representantes y muestras visibles del amor de Dios. El evangelio es “buenas nuevas” porque nos cambia. Cambia todo, porque nos hace personas que aman. Una vida abundante es una vida de amor.



 



Notas



[1] William Wordsworth, “Lines Composed a Few Miles Above Tintern Abby, on Revisiting the Banks of the Wye During a Tour, 13 July 1798”, en The Complete Poetical Works (Londres: Macmillan, 1888).



 



[2] Francis Schaeffer. Our Daily Bread, Oct. 4, 1992.



 



[3] Gran parte de esta exposición del deudor implacable procede de la reflexión que compartió recientemente mi pastor Nate Conrad en un sermón.



 



[4] Ernest Hemingway. “Capital of the World”. Short Stories of Ernest Hemingway. (Londres: Simon and Schuster, 1997).



 



[5] John H. Sammis. “Trust and Obey”. (United Methodist Hymnal, 1989).



 



Greg Pritchard se licenció en la Trinity School of Divinity antes de doctorarse en la Northwestern University. La intersección de teología, historia, filosofía y sociología es su centro de atención a la hora tanto de escribir como de enseñar. Ha dado clases de posgrado sobre apologética, teología, historia, liderazgo, el Nuevo Testamento, ética y pensamiento cristiano en instituciones americanas, europeas y asiáticas del más alto nivel académico. Su libro, “Willow Creek Seeker Services”, se ha publicado en cuatro idiomas. Además, Greg ha trabajado como jefe de operaciones en una firma de inversiones de Chicago. Actualmente es el presidente del Foro de Líderes Cristianos y el director del Foro de Liderazgo Europeo.



 



El Foro de Líderes Cristianos (FOCL) es el patrocinador del Foro de Liderazgo Europeo (ELF, por sus siglas en inglés), cuyo propósito es unificar, orientar y proporcionar recursos a los líderes evangélicos europeos para renovar la iglesia bíblica y re-evangelizar Europa. Esto ocurre en primer lugar en la reunión anual del ELF, que tiene lugar todos los meses de mayo en Polonia. Además del ELF, el FOCL alberga una biblioteca de medios online y una comunidad de aprendizaje para cristianos evangélicos. Para saber más, visita foclonline.org y euroleadership.org; o agréganos en Twitter @FOCLonline y Facebook Forum of Christian Leaders.


 

 


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