En principio nada hay en común entre la acción yihadista y la del Tribunal Supremo de EEUU; sin embargo, en realidad ambas tienen un punto en común: Su carácter profundamente anti-cristiano.
El pasado 26 de junio dos noticias muy distintas acaparaban los titulares en los medios de comunicación de todo el mundo. Una era sobre los atentados que el yihadismo había perpetrado en varias partes del mundo, siendo los más resonantes el de Francia y el de Túnez. La otra tenía que ver con la sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos, que legalizaba en esa nación los matrimonios de personas del mismo sexo.
En principio nada hay en común entre la acción yihadista y la del Tribunal Supremo; sin embargo, en realidad ambas tienen un punto en común: Su carácter profundamente anti-cristiano. Es decir, más allá de la coincidencia de la fecha, hay una coincidencia de fondo que comparten la ideología islamista y la ideología gay, al ser el cristianismo el enemigo a batir.
Estamos asistiendo a la sistemática y destructiva persecución contra los cristianos que el Estado Islámico u otras entidades afines, están llevando a cabo en determinadas regiones de Oriente Medio y África, evocando las que un día llevó a cabo el imperio romano en sus dominios. No es que desde entonces hasta ahora no haya habido persecuciones, porque la Historia está jalonada de la sangre de los mártires, y concretamente en los lugares donde el islam es dominante la hostilidad al evangelio ha sido continua, en mayor o menor grado, a lo largo de los siglos, hasta llegar a esta erupción de sangre y horror.
Pero al analizar las causas concretas del antagonismo en el islam se descubre, por más que los mandatarios occidentales se empeñen en negarlo, un germen que es el origen de la actual masacre, contenido en la palabra yihad, que no es invento de extremistas modernos sino que ya está en el Corán. Por tanto, lo que está ocurriendo entra dentro de lo esperable, porque el islam es rival del cristianismo.
Pero lo que no era tan esperable es que se promulgara en una nación, Estados Unidos, que tiene en el cristianismo uno de sus pilares fundacionales, una sentencia atentatoria contra la noción de matrimonio y de familia, la cual pone fuera de la ley a todo aquel que se atreva a desafiarla. Es decir, aquí estamos en la democracia por excelencia en la que ya no hay cabida para la creencia que un día hizo posible su existencia. A partir de ahora, la actividad de las organizaciones cristianas que trabajan para recuperar a los homosexuales es ilegal. Los centros docentes que incluyan en sus asignaturas ideas que vayan en contra de la ideología gay, no podrán seguir impartiendo sus currículos académicos. Los profesionales cristianos, de cualquier especialidad, que por sus convicciones se nieguen a plegarse al régimen dominante no podrán ejercer sus profesiones. Aquellas corporaciones caritativas cristianas apoyadas, en una u otra manera, por el Estado verán recortados sus fondos o exenciones fiscales, si no suscriben la nueva ley. Los pastores que se atrevan desde el púlpito a seguir enseñando lo que dice la Palabra de Dios sobre el matrimonio, la familia y la homosexualidad, podrán ser denunciados. Y así, en una cadena interminable, hasta que no quede disidencia alguna. Lo que empezó siendo una campaña de estigmatización, mediante la etiqueta de homófobo, contra todo aquel que discrepara, ha terminado por llegar a ser ley, con las consecuencias que eso conlleva.
¡Qué paradoja! El país que otrora fue fundado por los que huían del totalitarismo implantado en Inglaterra por el Acta de Uniformidad religiosa, establece ahora un Acta de Uniformidad secularista que implica otro totalitarismo, tan asfixiante como aquél. La férrea creencia impuesta por la Iglesia anglicana hizo que aquellos puritanos, que buscaban adorar a Dios conforme a la Biblia y su conciencia, se embarcaran en el Mayflower buscando una tierra donde poder vivir de acuerdo a sus convicciones. En esa tierra fundaron las primeras colonias, elaboraron los primeros estatutos para regular la convivencia y sentaron las bases de una nación que llegaría a ser la más poderosa del mundo. Hoy no hay lugar para los puritanos en la patria que crearon. Y la alternativa para sus herederos es o someterse o atenerse a las consecuencias. La misma alternativa que enfrentaron sus antepasados en Europa.
La diferencia entre el ataque salvaje del yihadismo y el ataque legal del Tribunal Supremo, es que el primero proviene de personas que viven en tinieblas espirituales y de acuerdo a esa oscuridad actúan, mientras que el segundo viene de gente procedente de un trasfondo cristiano, pero del que han renegado totalmente. Unos matan personas, otros las rectas nociones que forman a las personas.
Si la democracia ha caído en la tierra donde echó raíces, porque han ajusticiado a la libertad de conciencia ¿qué ocurrirá en otros lugares, para los cuales esa nación es una referencia?
Por mi parte, hago mías las palabras de aquel fraile, que, conminado a someterse a la uniformidad contraria a la Biblia, respondió: 'Mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios y no es justo ni seguro obrar en contra de la propia conciencia. ¡Que Dios me ayude! ¡Amén!'
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