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Viaje al reino de los condenados

Esos separados, estigmatizados y privados de libertad, también pueden encontrarse en su viaje con la mejor oferta de libertad jamás pensada por ellos.

DE PAR EN PAR AUTOR Juan Simarro 30 DE JUNIO DE 2015 14:48 h

Quizás la entrada en prisión sea un viaje triste, pero en el fondo es un largo viaje para la mayoría de los que entran como internos en el reino de los condenados. Para los que alguna vez hemos entrado en las cárceles para hablar con los presos, enseñar, mostrar el Evangelio, cantar con ellos coros o himnos evangélicos, vemos que estos viajeros hacia la libertad también se impregnan de vivencias y características peculiares que pueden hacer más duras o más llevaderas las durezas y las soledades de la prisión. A veces se encuentra uno con alguna declaración curiosa, con alguna sonrisa, con palabras alejadas de la queja. Un drogodependiente en prisión decía que si no le hubieran metido en la cárcel ya estaría muerto. Veía la prisión como parte de su liberación. Algo curioso en medio del reino de los castigados.



Sin embargo, la entrada en prisión no debe ser solamente una inmersión en el reino de los condenados. También hemos de buscar si parte del tratamiento es rehabilitador, tendente a la integración del preso cuando acabe su viaje y vuelva a la libertad a sus ambientes, entre los suyos. Yo creo que los Ministros de Culto de la Pastoral Penitenciaria Evangélica deberían formar parte de ese proceso rehabilitador además de llevar el Evangelio que ya de por sí cambia a las personas. El Ministro de Culto en Prisiones debe trabajar para que el viaje de estos condenados por la justicia no se convierta en un viaje estéril, un paso a través del desierto de la pérdida de libertad. ¡Qué misión tan bonita e importante hacen los Ministros de Culto en prisiones!



Algunos internos incluso tienen miedo a la próxima conquista de la libertad cuando ya están terminando el duro viaje al país de los castigados. Hay miedos a lo que uno puede encontrar ya en la calle. Quizás sea que a lo largo de ese viaje incómodo están más en contacto y con mayor conciencia del error, de la falta, del delito cometido, del cumplimiento de las penas. Todo esto puede dar inseguridad y se experimenta con mayor fuerza la experiencia del pecado que la grata experiencia de la gracia. Qué bueno que el Ministro de Culto pudiera transmitir la idea de que donde abundó el error puede sobreabundar la gracia. Estas ideas cristianas pueden aumentar la autoestima de estos viajeros hacia la libertad, puede hacer que ellos comiencen a cortar dependencias institucionales o de los trabajadores sociales o psicólogos o ministros de culto y vean la posibilidad de poder dar pasos en libertad seguros de sí mismos con la confianza en alguien en el cual, quizás, nunca pensaron.



Aunque muchos a lo largo del viaje de los condenados o castigados, piensan en Dios, quizás como nunca antes lo habían hecho. No es extraño ver internos, viajeros por necesidad a través de estos parajes, que lloran cuando se les habla de Dios. Los sentimientos están más a flor de piel durante este recorrido que cuando se está en la calle en libertad. Es posible que los ministros de culto pentecostales puedan aprovechar mejor esta suelta de sentimientos que les puede llevar a un llanto purificador. Necesitan liberación, limpieza, sentir que los barrotes de la cárcel pueden saltar hechos pedazos incluso años antes de conseguir su libertad, mucho antes de finalizar su viaje.



¿Sabéis que muchos de los presos que visitan nuestros Ministros de Culto en Prisiones son de los que se pueden clasificar como de los pobres de la tierra? Quizás hayan sido las propias estructuras sociales injustas las que les hayan inducido a errar. ¿Nunca os habéis planteado que muchos de ellos pueden ser más víctimas que culpables? ¡Cuántos, antes de que ellos emprendieran el viaje, habrán pecado contra estos pobres y marginados de la historia hasta inducirles al error! Pero ellos, los pobres y débiles del mundo, son los que dan con sus huesos en las prisiones comenzando el viaje de los condenados, de los castigados. En cierta manera y en muchos casos, es el pecado social, la sociedad injusta y desigual la que crea el monstruo que luego quiere encerrar y, si pudiera, deshacerse de él para siempre.



En medio de este viaje de los castigados o condenados, los creyentes que se acercan a las cárceles para ayudar altruistamente, son, de alguna manera, los portadores de la presencia de lo sagrado en medio del dominio del error o del delito. Muchos de estos llamados delincuentes tienen la característica de que son las propias estructuras sociales, las desigualdades y las propias injusticias las que les han inducido a errar. Esta presencia de lo sagrado les puede llevar una luz de esperanza, un cierto amparo que quizás nunca han tenido, una visión nueva a todos aquellos que ya han nacido en focos de conflicto, focos alimentados por la injusticia humana de la cual tenemos que tener mucho cuidado de no ser nosotros también culpables, muchas veces por omisión, por silencio cómplice. Quizás todos seamos un poco culpables.



Una alegría que muchos ministros de culto se suban al tren que realiza ese viaje al reino de los condenados. Son también caminantes y peregrinos que no saben quedarse sentados mientras el viaje de esos presos continúa en cierta desesperanza. Son gente que se une a esos viajeros especiales en busca de libertad. Les acompañan. Quizás ellos ni siquiera piensen en salvar o condenar. Son sólo agentes de restauración que meten en ese tren al reino de los condenados la figura de Jesús único que puede transmitirles la gracia perdonadora. Esos separados, estigmatizados y privados de libertad, también pueden encontrarse en su viaje con la mejor oferta de libertad jamás pensada por ellos. Así, estos hombres que comienzan a degustar la mejor idea de libertad jamás experimentada por ellos, junto a sus mensajeros los ministros de culto, se deben convertir en una especie de conciencia del sistema carcelario, una voz que clame por el cumplimiento de los Derechos Humanos y una conciencia redentora de todos que llegue a afectar incluso a la propia iglesia que debe ser portadora de dignidad para los presos, los proscritos, los pobres y los injustamente tratados.


 

 


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COMENTARIOS

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piedra
02/07/2015
06:41 h
2
 
Me permito compartir, que necesitamos que las iglesias pongan en valor, este ministerio al mismo nivel de misiones nacionales porque al fin de cuentas, es misión, dentro de la ciudad, es misión muchas veces, dura muy dura, donde toda la pobreza humana, no solo pobreza física, pobreza moral, esa concentrada en un mismo lugar. Al mismo tiempo nuestras comunidades tienen y deben prepararse para recibirles y acogerlos
 
Respondiendo a piedra

EZEQUIEL JOB
01/07/2015
03:43 h
1
 
Muy bonita reflexión, es interesante el punto de vista de la persona que piense que ya estaría muerto si no hubiese llegado a la cárcel, el señor nos manda a no olvidarnos de los presos (Heb13:3)(Mat25:36). La Biblia ya menciona a las cárceles (Gen39:20), (Num35:11-12)(Lev24:12)(Mat5:25). La cárcel es para los infractores de la ley (Rom13:3-5). El diablo meterá a algunos cristianos a la cárcel (Ap2:10). En cristo somos libres de la cárcel del pecado(Jn8:31-32) (2Tim2:24-26).
 



 
 
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