Estudio Bíblico (XXIX). Los libros históricos (X): Esdras. Las lecciones derivadas del libro de Esdras son de enorme actualidad.
La experiencia del exilio en Babilonia resultó especialmente traumática para los judíos y no sorprende que, como señalamos en una entrega anterior, la Biblia judía –nuestro AntiguoTestamento– concluya con el anuncio del final del exilio.
La división cristiana de esa primera parte de la Biblia se centra más en un orden lógico e incluso, en buena medida, cronológico.
?Esa circunstancia explica que, tras el segundo libro de las Crónicas, aparezca Esdras, la obra de un escriba desterrado en Babilonia que comienza su relato precisamente con el edicto del rey persa Ciro que autorizaba a los judíos a regresar a su solar patrio (c. 1).
No se trató, sin embargo, de tarea fácil aquel regreso que encabezó un judío de estirpe davídica llamado Zorobabel.
A pesar de la ayuda del rey persa y de que se pudieron colocar los cimientos del templo de Jerusalén (c. 2) –símbolo de la nación arrasado por los babilonios tal y como habían advertido los profetas– la oposición no fue pequeña.
Merece la pena detenerse en este aspecto porque encierra lecciones eternas.
Los que deseaban detener el propósito de Dios utilizaron varias tácticas. Una fue la aparente alianza con el pueblo de Dios. En apariencia, también estaban dispuestos a colaborar en la edificación del templo (4: 2). Tal acción encerraba, sin embargo, un propósito claro, el de impedir que el culto al único Dios verdadero –y sólo a El– regresara a la tierra de Israel.
Los pactos siempre exigen cesiones por ambas partes y, en este caso, la ayuda material se habría traducido en concesiones espirituales que habrían comprometido el monoteísmo estricto que enseña la Biblia.
Como era de esperar (4: 3), Zorobabel y los judíos se opusieron a semejante pacto ecuménico porque eran conscientes de sus peligros. La verdad no admite cesiones ni negociaciones –quizá por eso en política es tan poco común– y la respuesta de Zorobabel fue la adecuada.
Cuando los habitantes de la tierra vieron que no podían controlar la situación mediante un pacto con los judíos recurrieron al uso del terror (4: 4). No debería sorprender que así fuera porque se trata de algo que vemos una y otra vez a lo largo de la Historia. Si no pueden acabar con una persona, intentan intimidarla.
Con aquellos pobres exiliados, la táctica del miedo dio resultado. Durante los reinados de Ciro, Darío, Asuero (Jerjes) y Artajerjes, los judíos dejaron detenidas las obras del templo y es que la libertad para ser conservada exige no poco grado de valentía.
De aquella situación –que como todas las malas sólo podía deteriorarse más– sólo salieron los judíos al verse sacudido por el mensaje profético de Hageo y Zacarías (5: 1).
Una vez más, el profeta cumplía con su misión que no consistía, como se suele creer, tanto en anunciar el futuro como en presentar a sus contemporáneos la realidad tal y como la ve Dios.
La respuesta de los judíos fue la adecuada. Reconocieron que la situación en que se encontraban era sólo fruto de sus propios pecados (5: 12), pero confiaron en Dios para proceder a la reconstrucción.
Fue precisamente entonces cuando Esdras y sus acompañantes llegaron a Jerusalén desde Babilonia (c. 7). Esdras era un conocedor de la Torah (7: 6) y era consciente de que sólo ésta podía llevar a los judíos a su restauración nacional.
No deja de ser significativo que para Esdras resultara impensable la reconstrucción del pueblo sin que antes reconocieran sus errores y se apartaran de conductas que les habían causado notable daño como eran los matrimonios interconfesionales (c. 9).
Un planteamiento semejante puede causar cierta perplejidad en la actualidad, pero Esdras se movía sobre el firme terreno de la experiencia histórica que presentaba casos como el de Salomón al que, como tuvimos ocasión de ver, las mujeres habían apartado del culto exclusivo a Dios. Con el cónyuge se comparte no sólo el lecho y la vivienda sino toda la existencia y si no se puede compartir algo tan esencial como la fe el resultado será trágico en la inmensa mayoría de los casos.
En una primera generación, implicará graves problemas para el que cree; en la siguiente, quizá el apartamiento de la verdad por parte de los hijos además de la pérdida de identidad. Es cierto que, al final, no todo Israel es Israel y sólo queda un remanente (9: 15), pero ese remanente debe caracterizarse por ser fiel hasta las últimas consecuencias aunque éstas impliquen sacrificios privados no poco dolorosos. La alternativa es la desaparición.
Las lecciones derivadas del libro de Esdras son de enorme actualidad. Primero, hay que ser enormemente precavidos con aquellos que pretender acercarse, pero que, en realidad, tienen su propia agenda. Dejarse enredar por ellos siempre tiene fatales consecuencias.
Segundo, no hay restauración sin arrepentimiento. Tercero, los frutos del arrepentimiento no dejan fuera nuestra vida privada sino que la incluyen de manera primordial. Han pasado más de dos milenios y medio y el mensaje de Esdras conserva toda su actualidad.
Lecturas recomendadas: Los intentos de edificar el Templo (c. 4); reaccióny reedificación del Templo (c. 5); la reforma de Esdras (c. 9).
Continuará
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