Ganar y perder. He aquí dos verbos sobre los cuales gira toda nuestra existencia.
Gracias al poder de la tecnología, hoy es posible que un artista fallecido aparezca en un escenario dando un concierto, viéndosele cantar y actuar tal y como si estuviera verdaderamente allí. No es real, es sólo una fabricación virtual que se desvanece cuando se desenchufa el sistema electrónico que la hace posible. De esa manera no es que hayan resucitado Michael Jackson o Elvis Presley, es simplemente un holograma de luz que recrea sus figuras temporalmente.
En el mundo natural también existen fenómenos ópticos que parecen reales pero que no lo son, como es el caso de los espejismos. En lugares donde la superficie terrestre alcanza temperaturas elevadas, la refracción de la luz genera una ilusión óptica que parece hacer real lo que no existe. Sucede en los desiertos y también en el asfalto de las carreteras, cuando en días de intenso calor parece que el suelo está mojado en la línea del horizonte, aunque en realidad está totalmente seco. Eso significa que la percepción de nuestros sentidos, en este caso el de la vista, no siempre es fiable y éstos nos pueden comunicar un mensaje distorsionado o equivocado, pudiendo fácilmente llegar a conclusiones erróneas si ponemos toda nuestra confianza en ellos.
Pero este principio, de que no siempre las cosas son lo que parecen, es trasladable también a otros aspectos de nuestra existencia, en los que están en juego cuestiones del mayor calado. Entonces equivocarnos puede suponer errar en cuestiones fundamentales, cuyas consecuencias se convierten en irremediables.
Hay un pasaje del evangelio en el que Jesús habló de dos entidades, el mundo y el alma: 'Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?'i Se trata de dos entidades de naturaleza distinta, una visible y la otra invisible. La primera se puede tocar y la segunda no. Una la podemos señalar y ubicar, cosa que no podemos hacer con la otra.
Si saliéramos a la calle para hacer una encuesta y preguntarle a la gente en qué categoría pondrían al mundo y al alma, si en la categoría de lo real o en la categoría de lo imaginario, seguramente nos encontraríamos con que una mayoría pondría al mundo en el lado de lo real y al alma en el de lo imaginario. La entidad mundo no despertaría dudas sobre su autenticidad, mientras que la entidad alma generaría un sinfín de ellas, hasta el punto de que muchos negarían su existencia. Y ciertamente, si nos guiamos por la apariencia de las cosas, los resultados de la encuesta serían verdaderos, al concluir que el mundo es lo que realmente importa y ocuparse de ello es la ganancia auténtica, mientras que el alma es algo abstracto y etéreo, en el caso de que exista, de la cual se puede uno ocupar, como mucho, en el último momento de la vida.
Sin embargo, cuando consideramos lo que Jesús dice, vemos que no alberga la menor duda acerca de cuál es el lugar en el que sitúa al mundo y al alma. Para él el mundo es una ficción pasajera que no tiene fundamento sólido y por tanto algo similar a un espejismo, mientras que el alma es la sustancia de más valor que hay en el universo, porque es equivalente a persona, a ser humano, con su carga que trasciende el tiempo. El mundo es todo ese conjunto de bienes terrenales, ventajas, riquezas, deleites, etc., que parece permanente, pero que no tiene consistencia en sí mismo. El mundo es virtual, por definición, como los hologramas de Elvis Presley y Michael Jackson. El alma es la parte inmaterial del ser humano, por la cual estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, que perdura cuando ese mundo ha pasado. Es decir, la estimación que Jesús hace de las entidades mundo y alma es exactamente la contraria de la que nos daría la encuesta, basada en la percepción del razonamiento humano.
Ganar y perder. He aquí dos verbos sobre los cuales gira toda nuestra existencia. Son dos verbos comunes en la esfera de los negocios. Ahora bien, el asunto de la salvación es el negocio por excelencia. Si gano el mundo, pierdo mi alma, lo cual significa, en última instancia, perderlo todo, mundo y alma. Y si quiero ganar mi alma he de perder el mundo, siguiendo a Jesús, lo cual es ganar lo que verdaderamente vale. Esta es la disyuntiva. Porque es imposible que se pueda ganar lo uno y lo otro, ya que son dos entidades opuestas. Una es hostil a Dios y la otra está hecha por Dios y para él. El mundo procura seducir y apoderarse del alma para apartarla de Dios, presentándose como la única realidad existente. Ese es el engaño.
Por eso, y en vista de lo que está en juego, no me voy a fiar de mi corazón ni de mis sentidos. Tampoco de lo que diga la mayoría. Sería un suicidio. En este trascendental asunto es más seguro fiarse del que conoce el verdadero valor de las cosas.
i Mateo 16:26
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