La palabra ha de ser cuidada. Donde hay amor del bueno no hay palabras altisonantes.
Hace cuatro días, el 14 del mes que estamos viviendo, concluyó en Madrid la 74 edición de la Feria del Libro que comenzó el 29 de mayo en el Paseo de Coches de los jardines del Buen Retiro. La Feria desarrolló un amplio programa de actividades y contribuyó a resucitar a genios de la palabra ya fallecidos, entre ellos a José Ángel Valente. Dos versos de éste poeta fueron elegidos como lema de esta Feria: “El amor está en lo que tendemos, puentes y palabras”.
En cifras, la Feria, que fue inaugurada por la reina doña Sofía, contó con 368 casetas y 471 expositores, 9 distribuidores, 60 libreros especializados, otros 55 de temas generales, 185 editores de Madrid y 137 de fuera, entre éstos una buena representación de Barcelona.
José Ángel Valente nació en Orense en 1929 y falleció en Ginebra, Suiza, el 18 de julio del año 2000, siendo funcionario de la ONU. En opinión de Torrente Ballester, la poesía de Valente “destaca la vida del hombre en su situación histórica y social. Más que emociones, sus poemas contienen pensamientos expresados en conceptos”.
Uno de sus poemas más leídos es el titulado “Iluminación”.
Cómo podría aquí cuando la tarde baja
con fina piel de leopardo hacia
tu demorado cuerpo
no ver tu transparencia.
Enciende sobre el aire
mortal que nos rodea
tu luminosa sombra.
En lo recóndito
te das sin terminar de darte y quedo
encendido de ti como respuesta
engendrada de ti desde mi centro.
Quién eres tú, quién soy,
dónde terminan, dime, las fronteras
y en qué extremo
de tu respiración o tu materia
no me respiro dentro de tu aliento.
Que tus manos me hagan para siempre,
que las mías te hagan para siempre
y pueda el tenue
soplo de un dios hacer volar
al pájaro de arcilla para siempre.
El lema de la Feria del Libro estuvo basado en su poema de 1968 “BREVE SON”.
El amor esta en lo que tendemos,
puentes, palabras.
El amor está en todo lo que izamos
noche, vacío.
El amor está en cuanto levantamos
torres, promesas.
El amor es primeramente palabra. Ningún tratadista del tema ha imaginado el silencio o la falta de comunicación entre dos personas que se aman.
Ortega decía que amar es extender el yo hacia el tú. Enamorarse es utilizar la palabra tan frecuentemente como sea posible para entablar un diálogo de amor con la persona que llena nuestro corazón.
Conocí en la Orotava, isla de Tenerife, a un matrimonio joven que a los dos años de casados habían decidido suspender la conversación entre ellos. Se comunicaban a base de papelitos. Ella le escribía lo necesario y lo dejaba en la mesa del salón. El regresaba del trabajo, leía el comunicado de su mujer, escribía otro papelito y lo ponía en la mesa de la cocina.
¡Qué desastre de pareja! La palabra es el lenguaje verbal más importante para introducirnos en el alma femenina o en la masculina. Sin una comunicación fluida entre la pareja ni el noviazgo ni el matrimonio funcionan. La vida en común plantea grandes cuestiones. La solución no ha de buscarla sólo ella, o sólo él. Los dos han de sentarse y dialogar. Así se aprende a escuchar al otro, a dejarle hablar, a facilitar el diálogo.
La palabra ha de ser cuidada. Donde hay amor del bueno no hay palabras altisonantes. Según Enrique Rojas, catedrático de psiquiatría, las expresiones fuertes, descalificadoras, duras y malintencionadas son más de desahogo que de comunicación.
¡Una piedra tuerce un río;
a veces, una palabra
puede torcer un destino!
(Villaespesa).
El amor puede desinfectar la palabra. La palabra insultante es una profanación del amor. Para el poeta Tagore, las palabras van al corazón cuando han salido del corazón.
Un poema árabe del siglo VII, dice:
Dios mezcló su alma y mi alma íntimamente.
Lo hizo a través de la palabra.
Están en mi cuerpo como una sola y única cosa.
Mientras las dos almas estén juntas
y se comuniquen mediante la palabra,
yo vivo.
Si se separan muere mi cuerpo.
Las palabras pueden ser médicos de amores enfermos. Dice Salomón que las palabras amorosas son como panal de miel (Cantares 4:11).
Bien lo dijo el poeta: “el amor está en lo que tendemos, puentes, palabras”.
Palabras y puentes.
En DOS CABALLEROS DE VERANO, Shakespeare dijo que “el amor se arrastra cuando no puede caminar”. Me arrastraré hasta el puente más lejano si allí puedo recuperar mi amor, dice la “Enriqueta” de Moliere.
Conocida es la frase “puentes, no muros”. Si crees que el amor hacia tu pareja está enfermando, no te quedes en un rincón contaminando el aire con tus quejas. Levántate, cruza el puente de los suspiros y dile: “Quiero que nos volvamos a enamorar”. No tiene importancia si él o ella lo merecen o si piensas que la otra parte debería ser quien lo propusiera. Exprésate con absoluta franqueza: “esto no funciona para ninguno de los dos. No somos felices y creo que podríamos volver a serlo. Quiero que nos demos otra oportunidad”.
El puente es una estructura construida para poder pasar de un lado a otro los obstáculos que la naturaleza origina en ríos, carreteras, vías de ferrocarril y otros medios. Si el amor de tu pareja, debilitado o simplemente dormido, ha escapado hasta la otra punta del puente, crúzalo tú y ve en su busca. No renuncies hasta construir muros de amor. En opinión del apóstol Pablo, el amor todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. No te rindas. No te des por vencido ni aun estando vencido.
Lo pone más claro el escritor norteamericano de la primera parte del siglo pasado John Berryman en su libro LOVE AND FAME (Amor y fama). Dice que ha visto muchas parejas rotas porque no han sabido dialogar. “Hablan disparando flechas verbales que levantan muros infranqueables entre ambos, en lugar de construir puentes donde encontrarse y resucitar un amor muerto”. (Como dato curioso añado que Berryman se suicidó arrojándose desde un puente a las frías aguas del río Mississippi).
Del madrileño José del Hierro, uno de los poetas más destacados de nuestra lírica contemporánea, son estos versos que tratan de la palabra y que ponen punto final a este artículo.
Salí al rayar el alba – dijo-
Lamía el sol las paredes leprosas.
Olía a vino, a miel, a jara.
(Deslumbrada por tanta claridad
ha entornado los ojos)
La llevan mis palabras por calles, ascuas, no lo sé:
oye la plata de las campanadas.
Ante la puerta de la iglesia
me callo, me detengo –entraría conmigo
si yo no me callase, si no me detuviera-;
yo sé bien lo que quiere la Noche;
lo de todas las noches;
si no, por qué habría venido.
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