Hace ya cincuenta años que Stan Lee creó para Marvel el cómic de un superhéroe adolescente y vulnerable llamado Spider-Man. El dubitativo enmascarado tiene la sensibilidad de un hijo con padres ausentes, capaz de llorar y cuestionar sus actos. Con él se identificó la generación del divorcio. La nueva película, The Amazing Spider-Man, nos presenta por primera vez a Peter como un niño abandonado, que, al buscar a sus padres, se encuentra a sí mismo.
En el cómic, cuando Peter lleva un viejo baúl al sótano –en la película, un maletín–, descubre unos recortes de periódico que dicen que sus padres eran unos traidores que han conspirado contra el gobierno de Estados Unidos– ¿ecos del caso de los Rosenberg, el matrimonio de científicos judíos ejecutados por espionaje para el comunismo, durante la
caza de brujas de McCarthy en los años cincuenta?–. Su tía May le revela entonces que sus padres han muerto en un accidente de avión en circunstancias misteriosas –lo que le llevará luego a Argelia, para investigar lo ocurrido, pero eso será en otra película–.
El sentimiento de orfandad y soledad de Peter Parker está ya en los superhéroes de la edad de oro –que nace con Superman en los años treinta y continúa con otros personajes de la casa DC, hasta los años cincuenta–, pero será en la llamada edad de plata de los sesenta, cuando Stan Lee y Jack Kirby crean para Marvel unos héroes más humanos, llenos de miedos e inseguridades, cuya fuerza reside en su debilidad. Son individuos vulnerables que han sufrido un accidente o están afectados emocionalmente por una tragedia. Así Peter Parker se convierte en Spiderman al ser mordido por un arácnido –no picado, ya que las arañas no pican–.
EL HÉROE VULNERABLE
Peter crece a la sombra del trauma de sus padres ausentes, intentando buscar su lugar en el mundo, sin poder encontrarlo. Se refugia en sí mismo y es maltratado por sus compañeros de clase, como muestra con gran sensibilidad Marc Webb –el autor del dulce romance
indie (500) días juntos–en la última película, que durante la primera media hora no parece una historia de superhéroes –como la reciente
Capitán América–.
Su carácter apocado y reservado, hace que parezca tímido –algo con lo que nos identificamos muchos de los que leíamos aquellos tebeos publicados por la editorial mexicana Novaro–.
La vulnerabilidad de Tobey Maguire en las películas de Sam Raimi, es recobrada ahora por el inglés Andrew Garfield –el amigo que traiciona Zuckerberg en
La red social, Eduardo Saverin–.
La historia se centra en las peleas del instituto con el matón de turno, pero sobre todo en una preciosa relación de amor con la compañera inalcanzable, la sensible Gwen Stacy –encarnada por una encantadora Emma Stone, que supera con creces la insulsa inexpresividad de Kirsten Dunst–.
Peter es criado por sus tíos en Brooklyn, puesto que la acción de estos cómics ya no tiene lugar en una Metrópolis atemporal –como Superman–, sino en el mismo Nueva Yorkque conocemos por las series de policías de televisión de aquella época. Una urbe dominada por el crimen, donde el tío Ben es despiadadamente asesinado, al intentar evitar que un ladrón escape –como vemos en la última película–. Tras morir el padre de Gwen –un capitán de policía que representa otra figura paternal para el personaje–, pierde a su gran amor –como nos mostró ya Raimi en su versión de
La muerte de los Stacy, la gran obra de Stan Lee y Gerry Conway en los setenta, que ha publicado recientemente Panini–. En este caso el dolor va acompañado de una sensación de fracaso.
EL ENEMIGO INTERIOR
“La mayor batalla se libra por dentro”, anunciaba la publicidad de la última entrega de la anterior trilogía. En ella descubrimos el lado oscuro del superhéroe, que ha destacado más por su humanidad que por sus poderes. Sam Raimi cerraba así una saga que seguía la línea clara de los comics de los sesenta, pero nos introducía en la ambigüedad moral de una historia cada vez más ambiciosa. El carácter justiciero de Spider-Man –como el vigilante popularizado por las películas de aquella época– nos enfrenta no sólo al problema del perdón, sino también a nuestra incapacidad para dominar el enemigo interior.
Un personaje de los ochenta,
Veneno, aportó el lado tenebroso del protagonista. La mancha negra de
Venom convierte al personaje interpretado por Maguire, en un tipo siniestro y retorcido. Ya en los primeros minutos de la película lo vemos como alguien engreído y egoísta, que disfruta de su éxito amoroso y profesional. Todo parece que le va bien. Tiene una novia encantadora y el jefe de su periódico ya no le trata tan mal como antes. Los neoyorquinos le adoran y confían en él como su fiel protector, jaleándolo allá por donde pasa. El primer acto heroico que hace en esta secuela es sin embargo rescatar a una guapa modelo –interpretada por la hija del actor y director Ron Howard–, a la que besa en la boca delante de su propia novia.
Gwen Stacy muere inesperadamente a manos del segundo Duende Verde, el amigo que intenta vengar a su padre –el primer Duende Verde supuestamente asesinado por
Spider-Man–
. Al descubrir la identidad secreta de Peter, su odio se extiende hacia su antiguo compañero de piso, que tiene cada vez más conflictos, hasta verse dominado por “una especie de parásito mental que transforma el cuerpo de su portador hasta fundirse con él”. Es, para el director, “un símbolo, la cara oculta del ser humano, lo negro, lo incontrolable que todos llevamos dentro”.
EL PROBLEMA DEL MAL
“Todos son seres humanos y tienen pecado en su interior”, dice Raimi. El problema de la venganza y el perdón recorre las tres entregas de la serie. Lo que la convierte en una de las sagas más interesantes de analizar, desde un punto de vista filosófico e incluso teológico. En una de las pocas entrevistas que ha dado el autor de esta trilogía en Madrid, el periodista de El Cultural, Juan Sardá, observa: “Hay algo cristiano en todo”. Pero el director dice: “No creo que haya nada cristiano, son valores”.Una lectura parecida hace el actor Tobey Maguire: “Hay claramente un profundo remordimiento de Peter, siente que está perdido y se encuentra realmente humillado, pero no creo que sea algo en términos religiosos, sino más bien psicológicos y emocionales”.
De hecho Raimi declara en esa entrevista que “Spider-Man simboliza a Estados Unidos en este filme”. Ya que piensa que “hemos pecado de orgullosos y ahora queremos levantarnos de nuevo sin negar nuestros errores del pasado”. No es casualidad que la serie empezó como la primera gran superproducción de Hollywood que se estrenó tras los ataques del 11-S. La visión de Nueva York, defendida por un héroe bueno, contra todo extraño malhechor, produjo una especie de catarsis social para el abatido espectador norteamericano. Hay una escena en esta tercera entrega en la que incluso Spidey posa con la bandera americana. Según Raimi, “esta imagen tiene mucho que ver con la historia de un chico que se considera a sí mismo por encima de los criminales y su pecado es el orgullo”. Es precisamente ahí, donde el director cree que “comienza su caída”.
El dilema que reflejan las tres películas es cómo reconciliar nuestros poderes con nuestra responsabilidad. La naturaleza pecaminosa de Parker adquiere su máxima expresión con el
simbionte alienígena de
Venom, que le hace sentirse dominado por un deseo de venganza que le vuelve antipático y desagradable. Lo extraño es que “se siente uno bien”, dice el personaje, al descubrir su lado oscuro. ¡Por supuesto que sí! El pecado produce siempre ese efecto. Aunque su tía le advierte que “la venganza es como un veneno, que si se apodera de ti, te convierte en algo espantoso”, pero él ya no hace caso. Su caída llega hasta el punto en que se encuentra desesperado, mirando hacía arriba la silueta de la cruz de una iglesia, bajo un cielo gris de tormenta.
EL ASOMBRO DEL PERDÓN
¡Qué curioso, que sin haber intención religiosa alguna, Raimi sitúe entre los muros de una iglesia, el momento en que su personaje es despojado de su traje negro, para aparecer vestido de rojo! Ese simbolismo de limpieza nos muestra la única forma cómo es posible realmente el perdón. Porque no hay nada que podamos dar menos por obvio que el perdón. ¡Es un verdadero milagro!Nos engañamos diciendo que una cosa es perdonar y otra es olvidar, pero nuestro perdón no significa nada en la práctica. Porque sólo reconciliados con Dios, podemos reconciliarnos los unos con los otros.
Todo tenemos una lucha con nosotros mismos. Ya que somos capaces de hacer daño hasta a los que más queremos, tanto física como emocionalmente. Y nuestro adversario, no sólo puede hacer que destruyamos a otros, sino también puede hacer que nos destruyamos nosotros mismos. Pablo escribe a los Romanos: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (7:24). Aunque a continuación exclama: “Gracias a Dios, Jesucristo me rescatará”, como dice una versión moderna del v. 25.
Jesucristo no aparece para salvar a Peter Parker en la película. Sin embargo, la confrontación final –como antes dije- con el enemigo es en una iglesia. La escena es violenta y angustiosa. Cuanto más se intenta librar Peter del Veneno, más parece formar parte de él. La conclusión no deja lugar a dudas que la clave para nuestra redención está en nuestra facultad de elegir. Teológicamente, siempre ha sido un tema de discusión hasta qué punto nuestra voluntad misma está caída, para impedirnos que tomemos otra elección que no sea el pecado. Lo que está claro, es que, como dice la tía May, el perdón ha de empezar por nosotros mismos.
¿Cómo podemos perdonar, si no hemos sido antes perdonados? Esa es la cuestión que Spider-Man no ha resuelto en medio siglo, pero a la que Jesús respondió en la cruz del Calvario hace ya más de dos mil años. Otra cosa es si lo hemos experimentado. Sin Él, nuestra vida no es más que lo que ha sido y lo que es, pero gracias a Cristo resucitado, podemos ser mucho más que los que hemos sido y lo que somos: lo que seremos, al ser hechos como Él. La creación aguarda la manifestación ese día de que somos hijos de Dios (
Ro. 8:19), al encontrar en el Padre de nuestro Señor Jesucristo un Padre que nunca nos abandona, sino que nos llevará a su Hogar eterno.
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