Me indigna profundamente la ofensa que se hace a María Magdalena, aún cuando sé que es la opinión tradicional de la Iglesia católica, que siempre ha considerado a la Magdalena como una prostituta.
Días atrás un avión de la compañía Iberia, procedente de Bogotá, me dejó en el aeropuerto Adolfo Suarez, en Barajas. Yo regresaba de presentar una serie de conferencias cristianas en tres ciudades: Tuluá Cúcuta y Cartagena de Indias. Algo similar a lo que hice el pasado año. Entonces las conferencias fueron en Bogotá, Bucaramanga y Cali.
Aquella mujer gallega que fue una pensadora eminente, Concepción Arenal, dijo en una ocasión que “no hay estruendo tan infernal como el de las grandes voces que blasfeman”.
Durante mi estancia en Colombia he sido testigo de la disputa dialéctica habida en medios de comunicación a causa de unas declaraciones sobre homosexualidad emanadas de una alta voz católica, el obispo de Fontibón (Bogotá), Juan Vicente Córdoba. En la Universidad de los Andes el prelado pronunció una conferencia que tituló “Adopción y matrimonio igualitarios: un camino inconcluso”. En su disertación, el obispo pronunció frases como estas:
“Ser homosexual no es pecado”.
Refiriéndose a parejas del mismo sexo, prosiguió: “Yo les digo, hermanos homosexuales y lesbianas, cuando se casen, tengan hogares bonitos, lo que nosotros llamamos la fidelidad, formen a sus hijos con amor, preocupados de los pobres”.
Para el obispo, el tema de la homosexualidad “no es de ganar batallas por genitales, vaginas o penes”. Señaló que es partidario de que el Congreso de Colombia “legisle sobre el matrimonio igualitario y la adopción entre parejas del mismo sexo”.
Días después, el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, anunció que “el Gobierno (de Colombia) tomará las medidas reglamentarias y administrativas en su órbita de competencia para hacer realidad los derechos de la población “LGBT”. (Por estas siglas se identifican a homosexuales, lesbianas, transexuales y otros).
En la polvareda suscitada por las declaraciones del obispo Juan Vicente Córdoba intervino a su favor el periodista que firmaba simplemente Vladdo. En un largo artículo publicado en el diario “El Tiempo”, de Bogotá, el miércoles 20 de mayo, escribía cosas como estas: “Negarles la adopción de niños a homosexuales no tiene ninguna justificación y esperar que ellos tengan una edad adecuada para elegir a sus padres adoptantes es absurdo, por donde quiera que se mire, pues esa lógica no se aplica en ningún otro escenario. Si se tratara de dejar que las criaturas decidan su suerte cuando tengan uso de razón, ¿por qué los bautizamos siendo bebés? ¿Por qué los convertimos en católicos sin consultarles? ¿No deberíamos, entonces, esperar hasta que estén en capacidad de discernir, a ver si quieren ser cristianos, agnósticos, musulmanes, ateos, protestantes o lo que sea?”.
Lo escrito hasta aquí no justifica el título de este artículo. El obispo expuso su opinión sobre un tema que la Iglesia católica sigue considerando tabú, pese a las supuestas puertas y ventanas abiertas a la sociedad por el actual Papa Francisco. El derecho a la opinión está protegido por las más altas instancias internacionales y no debe ser discutido. La blasfemia llegó poco después. Cuando afirmó que en la Biblia no existe discriminación para la población homosexual y, descendiendo a un lenguaje obsceno, vulgar, barriobajero, dijo lo que transcribo literalmente: “No sabemos si alguno de los discípulos de Jesucristo era mariconcito, o si María Magdalena era lesbiana, pero parece que no, porque bastantes pasaron por sus piernas”.
Si al hablar así el obispo no había perdido la razón, es que no la tiene. Insulta y blasfema contra Jesucristo, contra los doce apóstoles y contra María Magdalena. Se ha de respetar el derecho a la opinión, ya lo he escrito, pero no cabe respeto al vituperio, a la injuria, a la profanación de las ideas y del buen nombre de las personas.
Me indigna profundamente la ofensa que se hace a María Magdalena, aún cuando sé que es la opinión tradicional de la Iglesia católica, que siempre ha considerado a la Magdalena como una prostituta. Cuando llegan los días paganos de la llamada Semana Santa, en Sevilla y Málaga principalmente, se le canta a los ídolos que van a hombros de hombres una cancioncilla de la que saco esta estrofa:
Más pecó la Magdalena
y luego la hicieron santa
cuando vieron que era buena.
El autor católico de esa letra repite lo que ha sido doctrina del Vaticano desde que existe como todopoderosa institución religiosa a lo largo de siglos: que María Magdalena fue una mujer prostituta.
¡Tremendo error! ¡Desgraciada apreciación! Tengo unos cincuenta libros sobre María Magdalena que espero ir comentando uno a uno cuando el tiempo me lo permita.
La Magdalena era una mujer virgen de cuerpo y de alma. Pertenecía a una familia rica de Magdala. Por los Evangelios sabemos que padecía una enfermedad de tipo demoníaco. Cristo echó de su cuerpo “siete demonios” (Marcos 8:2). Esto no autoriza a decir que era prostituta. Además, desde que Jesús la cura se convierte en la sombra del Maestro. No creo que Jesús hubiera aceptado a una prostituta entre sus más fieles seguidores. El equívoco parte de confundir a María Magdalena con la pecadora anónima que se introduce en un banquete ofrecido a Jesús por un fariseo llamado Simón, cuya historia se cuenta en el capítulo siete de Lucas. Pero esta mujer y la otra, María de Magdala, eran mujeres muy distintas.
Cuando el obispo colombiano Juan Vicente Córdoba dice alegremente que bastantes hombres pasaron por las piernas de María Magdalena no sólo está blasfemando contra la ungida del Señor; está demostrando su calentura sexual. Su mente sólo ve penes y vaginas donde hay flores perfumadas y caudales de pureza. Que a la hora de la muerte Dios no se lo tenga en cuenta.
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