El descontento se ha traducido en el auge de fuerzas políticas alternativas al bipartidismo. Cambia la forma de entender la política y de gobernar, obligando al consenso y la negociación.
Lo primero que cabe preguntarse, tras cualquier cita electoral, siempre es “¿quiénes son los vencedores, y quiénes los vencidos?”. Por primera vez en mucho tiempo, el sistema de partidos se ha trastocado de tal manera que hoy, 4 días después de las elecciones, no queda demasiado claro a quién otorgar la medalla de campeón y a quién dar ese aplauso de consolación.
Dicho de otro modo: es probable que pase una semana desde la celebración de las elecciones y todavía no tengamos claro quiénes formarán gobierno en muchas de las ciudades y autonomías relevantes del país.
Evidentemente, el escenario político ha cambiado radicalmente. La irrupción de fuerzas alternativas al hasta ahora hegemónico bipartidismo ha tenido consecuencias demoledoras en el sistema de partidos.
La primera de ellas, probablemente la más destacable (y, de hecho, la mejor) es que pasamos de una política de mayorías monocolores, en la que se imponía el dominio del vencedor sobre el vencido, a un escenario de pactos, negociaciones, y de consenso. Y sí, esta es la mejor noticia que se extrae de las pasadas elecciones, porque está demostrado empíricamente que los gobiernos de coalición en democracias con tendencias consociacionales suelen mantenerse más estables, debido fundamentalmente a dos cuestiones:
1. La presencia de dos o más fuerzas en el gabinete tiende a implicar que una mayor proporción del electorado se vea representada por el Gobierno, desde perspectivas plurales, lo que determina también mayor consenso a la hora de sacar políticas públicas que satisfacen mejor las demandas de un conjunto más amplio de población.
2. A nivel de contrapesos (checks and balances), la formación de gobiernos de coalición supone un importante constreñimiento ante la corrupción: es más fácil que un gobierno monocolor tenga mayores prácticas corruptas que un gobierno en coalición en el cual ambos partidos rinden cuentas y se controlan entre sí (ojo: que sea más difícil no significa que sea imposible).
En este nuevo escenario de diálogo, empezamos a atisbar dos patrones de comportamiento bastante diferenciados por parte de las diversas fuerzas políticas. Comportamientos que, en ciencia política, conocemos como office seeking, por un lado, y policy seeking, por otro: el primero se entendería como una “búsqueda del poder como un fin en sí mismo”, es decir, el partido aspiraría a maximizar el número de candidatos que pueda colocar en puestos de gobierno; el segundo se refiere a la búsqueda del partido por conseguir que el máximo de políticas públicas que se saquen respondan a un ideario o a un programa. Obtener asientos o influir en las políticas.
No entraré a distinguir quiénes toman qué posturas (se diferencian bien ambos comportamientos), pero sí hay que decir que éstos, los primeros, los de las pataletas para mantener asientos en gabinetes, son los primeros perdedores, por mantenerse en una concepción de la política basada en el privilegio y no en el servicio (Mt. 20:25-28).
¿Supondrá este nuevo escenario un bloqueo, al estilo de lo que ocurre en Andalucía? Imposible adivinarlo. Lo cierto es que las nuevas fuerzas que han entrado en el panorama político tendrán la responsabilidad de pactar o, por lo menos, llegar a acuerdos en las correspondientes investiduras. Y, en ese sentido, el escenario es completamente distinto en según qué lugares: por poner un ejemplo, no supone tanto “problema” para Podemos pactar con el PSOE para desplazar del poder al PP en aquellos lugares donde este último ha tenido un dominio hegemónico durante varias legislaturas, que hacerlo en aquellos sitios donde ya en la anterior legislatura gobernaba el PSOE (en estos últimos, supone un mayor coste).
Lo que en definitiva ocurre es que unos y otros se necesitarán entre sí, y eso implica que estas nuevas fuerzas, que se habían presentado a su electorado como alternativas efectivas en el sistema de partidos, tendrán que poner un precio alto a los hasta ahora partidos hegemónicos para llegar a acuerdos de investidura. Esta nueva dinámica dificulta la transversalidad de estos partidos, que probablemente tendrán que moverse de nuevo en la dicotomía izquierda-derecha, que se escapa de su zona de confort.
En definitiva, parece ser que el espíritu del 15M se ha traducido en una sacudida de los cimientos del sistema de partidos español. El descontento ha producido importantes realineamientos, que se han traducido en el auge de fuerzas políticas alternativas al bipartidismo que se traducen en un escenario más fragmentado que cambia radicalmente la forma de entender la política y de gobernar, obligando al consenso y la negociación.
Dejo tres ideas finales, para reflexionar:
- Será extremadamente difícil hacer predicciones de cara a las Elecciones Generales (previstas para finales de este año), por el posible desgaste de las fuerzas que formen gobiernos, por determinados condicionantes del voto (como el mal llamado “voto útil”), así como la dificultad para definir si el voto a estas nuevas fuerzas se mantiene como un voto de castigo al bipartidismo o si es ya un voto permanente, y especialmente por el efecto que tenga el sistema electoral de las Elecciones Generales (el “efecto de reducción mecánica” que hasta ahora premiaba a los partidos mayoritarios, de lo que se podría hablar en otra ocasión).
- Es importante destacar el papel de las mujeres en la jornada electoral: por victoria o derrota, al menos 7 mujeres (Esperanza Aguirre, Cristina Cifuentes, Manuela Carmena, Ada Colau, Rita Barberá, Mónica Oltra y Mª Dolores de Cospedal) ponen cara al nuevo escenario político español.
- En este nuevo contexto político, tendremos (como electores, pero sobre todo como cristianos) que replantear nuestra relación con los gobiernos: el camino que nos trajo hasta aquí vino marcado por la apatía política, la falta de interés y el exceso de confianza. Debemos adoptar una perspectiva más activa en el control de la actividad de nuestros gobernantes, y ser un claro ejemplo en honestidad y coherencia, especialmente en la lucha contra la corrupción. Seamos luz en la política, en la sociedad, y en el día a día.
Israel Suárez Sierra es estudiante de Ciencias Políticas y ha trabajado como asesor en el Congreso de los Diputados.
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