Dios en nuestro sufrimiento

A la edad de catorce años comencé a probar la droga y me fui alejando del fútbol hasta que termine dejándolo por completo. A los dieciocho años me encontraba enganchado a la heroína y tenía la vida destrozada. Un día estaba viendo un programa deportivo en la televisión y el futbolista cristiano Baltasar era entrevistado. Este hombre comenzó a hablar de Jesucristo de una forma maravillosa que yo nunca había oído, y eso me impactó de una manera extraordinaria. Una noche, cuando ya no podía más y estaba dispuesto a terminar con mi vida, recordé las palabras de aquel futbolista y comencé a hablar con Dios. Me quejé delante de él y le dije que si realmente existía, que cambiara mi vida. Transcurrido algunos minutos, rompí a llorar como un niño mientras le pedía ayuda a Dios.

Sentí como un fuego dentro de mí, una paz desconocida y extraña en mi interior y una voz interna, como en mi mente, que me decía que él era Jesús, que siguiera su camino, y que él tenía la felicidad que yo buscaba. Dejé la droga y el alcohol, sin necesidad de ningún centro, ni siquiera pasé el síndrome de abstinencia; fue un autentico milagro. Dios guió mis pasos para que volviese a jugar al fútbol y estuve cinco años jugando como profesional en equipos como el Xerez (2ª división), Portuense, Sanluqueño… Ahora sirvo a Dios componiendo canciones y anunciándole a través de la música". 

Este es parte del testimonio de Paco Peña, uno de los componentes del grupo musical Alabastro. Siempre nos impresiona escuchar lo que algunas personas tienen que sufrir antes de poder descubrir la vida. Muchos tienen que caer hasta lo más profundo para poder alzar los ojos al cielo.

Pablo había perseguido al mismo Señor Jesús antes de conocerle, así que entendía perfectamente algunas de las razones del sufrimiento. Sabía que su dolor podía acercar a otras personas al Señor: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros, y en mi carne, completando lo que falta de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por su cuerpo, que es la iglesia» (Colosenses 1:24).

Lo que nos está diciendo no es que el Señor no hubiera sufrido de una manera completa por nosotros, sino que, como somos parte de su cuerpo, todo lo que nosotros sufrimos él lo sufre también. Cuando alguien es perseguido y maltratado por su causa, el Señor también es perseguido y maltratado. Parece una de las mayores contradicciones de la historia, pero es así de sencillo: cuando sufrimos, Dios no solamente está con nosotros, sino que vive nuestro mismo sufrimiento.

Puede que llegue un día en nuestra vida en el que parezca que jamás va a amanecer y el futuro se presente oscuro. Es solo apariencia: Dios está con nosotros siempre, y tarde o temprano nos hace ver su luz. Quizás primero de una manera muy débil, pero más tarde va aumentando su brillo hasta resplandecer por completo.

Siempre estaba ahí, aunque no habíamos podido verlo. Siempre nos escucha y nos ayuda, aunque a veces parece estar lejano. Siempre nos busca, nos anima, nos sostiene y nos da fuerzas para seguir adelante, aunque a veces pensemos que hemos caído hasta lo más profundo