En Regreso a Ítaca se nos presenta esta realidad: todos creemos en algo, o en alguien, hasta que finalmente, nos decepciona. Nos decepcionamos hasta a nosotros mismos.
¿Quién no ha tenido sueños e ilusiones, que se han quedado en el camino? Los años pasan y tenemos que convivir con la frustración de lo que pudo haber sido y no fue. Cada generación imagina un mundo nuevo, pero no tardamos en enfrentarnos a la melancolía que traen las oportunidades perdidas.
Esta semana he visto con mi hija, la sobrecogedora película "Regreso a Ítaca". El director francés Laurent Cantet lleva a la pantalla, la historia del escritor Leonardo Padura, “La novela de mi vida”, que junta a unos viejos amigos en una azotea de La Habana. Allí se reencuentra el cubano Amadeo (Nestor Jiménez), tras dieciséis años en Madrid, con sus antiguos camaradas revolucionarios.
El paso del tiempo ha dejado su huella en tantas aspiraciones frustrados. Se siente el cansancio de la vida, pero también una ira, que va más allá del desencanto. Todos los personajes tienen la impresión de que les han robado su vida e incluso de que ellos mismos han contribuido a ese robo de una forma u otra: les han traicionado y se han traicionado.
MÁS ALLÁ DE LA NOSTALGIA
Desde la terraza sobre los tejados que rodean el Malecón, estos cincuentones rememoran sus años de juventud, donde la música ocupa un lugar central. Aunque fue la última colonia, me sorprende la cantidad de referencias españolas que tienen, cuando nuestras dictaduras fueron tan distintas. Basta pensar en las buenas relaciones que tuvo alguien como Fraga, que fue ministro franquista, con Fidel Castro, que llegó a visitar Galicia en 1992, invitado por él.
La película comienza de hecho, con los amigos bailando al son del “Eva María se fue buscando el sol en la playa”, la canción del verano de 1973, que popularizó el grupo madrileño Formula V. El personaje de Jorge Perugorría está tan obsesionado por Joan Manuel Serrat, que es todavía capaz de cantar “Aquellas pequeñas cosas”, uno de los temas más conocidos de su disco “Mediterraneo” (1971). Y el pintor que hace Fernando Hechavarría (Rafa) hojea un libro sobre Antoni Tapies, mientras recuerda su visita a la fundación que tiene en Barcelona. Tres cosas que recuerdan por cierto, a la época previa a la Transición en España… ¿será ese el momento de Cuba?
Mi hija no podía creerse que en aquella época estuviera prohibido escuchar a los Beatles, o los Rolling Stones. No se permitía el pelo largo, ni ninguna muestra de “penetración cultural”. La sola expresión ya da para un chiste. Sin embargo, ¡qué importante era para Rafa, ser considerado “excelente” en la Unión de los Jóvenes Comunistas! La sola memoria del “período especial” causa terror.
LA CULTURA DEL EXILIO
El reencuentro acaba sacando a la luz, la tensión entre la resistencia interior y el exilio. Mientras los que se quedaron, critican a Amadeo por su falta de compromiso, al abandonar a su esposa enferma, por la comodidad de la vida en Madrid, él les explica cómo la vida en España no fue un camino de rosas. De hecho, la sorpresa de la película está en la razón por la que dejó la isla.
Hasta que no fui a Cuba, para enseñar antropología en Jagüey Grande, mi único conocimiento de la isla, venía de la cultura del exilio. Es cierto que me críe rodeado de muebles de cuando mi bisabuelo era médico militar allí, pero fue estando en el colegio y en la iglesia evangélica, que conocí a muchos hijos de refugiados cubanos en los años setenta. Mis padres ayudaban a varias familias, mientras esperaban el visado para ir a Estados Unidos. Como venían sólo con lo puesto, pedían ropa para ellos, a las iglesias de Holanda.
Recuerdo sobre todo, a un amigo del poeta Reinaldo Arenas –suicidado en Nueva York, cuando estaba enfermo de sida–, mencionado en su libro “Antes que anochezca” –interpretado en el cine por Javier Bardem–, Juan Peñate, que fue ingresado en un manicomio, donde eran torturados homosexuales y disidentes con electrochoques, por recibir correspondencia suya. Los dos lograron salir de puerto Mariel en 1980, sin poder llevarse nada. Juan perdió dos títulos universitarios, que tuvo que estudiar de nuevo, mientras mis padres le ayudaban con comida y ropa. Es quizás, la persona de mayor cultura que he conocido en mi vida.
TRES GENERACIONES
Una de las cosas que te sorprende de Cuba, es que como se suele decir, hasta las prostitutas tienen títulos universitarios. Conozco muchos médicos cubanos, pero ninguno puede vivir de su trabajo. Así el personaje de Tania (Isabel Santos, una actriz, muy conocida en la isla), es oftalmóloga, pero depende de lo que la mandan sus hijos que dejaron el país. En su desesperación, se ha vuelto a los ritos supersticiosos de origen africano, que tanta popularidad tienen en Cuba.
Hay tres generaciones en la película. La anterior a Tania –un nombre típico cubano a partir de la revolución, que empiezan a llamar a sus hijos con nombres rusos– es la de la abuela negra bondadosa, que vive pendiente de su hijo Aldo (Pedro Julio Díaz), un ingeniero que se dedica a quemarse las manos, montando baterías. Tras marcharse su esposa con un italiano, vive pobremente en el centro de La Habana –su casa es la anfitriona del encuentro–, rodeado de discusiones entre balcones y hasta la matanza de un cerdo en otra azotea – ¡esto es Cuba! –.
El hijo de Aldo sólo piensa en abandonar la isla, para disgusto de su padre, que sufre con vergüenza cómo se ha convertido en un ladrón, allá donde ha tenido un empleo. Su novia es una abúlica muchacha, sin interés por nada. A la generación de la resignada abuela, le sigue la de la frustrada Tania, para ser sucedida por lo que en España llamaríamos una “ni-ni”, que ni estudia, ni trabaja. Este es el futuro, para el que se han sacrificado sus padres…
LA CASTA REVOLUCIONARIA
La figura que representa Perugorría, es la otra cara de la revolución, la oligarquía comunista que se beneficia de los privilegios de su cercanía al poder. Ya que como observó Orwell en “Rebelión en la granja”, “todos somos iguales, pero algunos más iguales que otros”. Tras su apariencia cínica y hedonista de oportunista y vividor, hay otro hombre frustrado, que intenta simular su vacío con viajes al extranjero, “andando en carro”, o las botellas de whisky que regala a sus amigos.
No hay duda que Amadeo es el alter-ego de Padura, el escritor cubano más apreciado en el extranjero, por las novelas del detective Mario Conde y obras como “El hombre que amaba a los perros”, sobre el asesinato de Trotsky, que muestran el lado oscuro del comunismo. Aunque desde el 2011 tiene doble nacionalidad –le han dado también la española–, sus libros todavía se publican en la isla, aunque la película ha tenido obviamente, dificultades para su exhibición.
Todas son personas que se consideran fracasadas. Amadeo es un escritor que ha perdido la inspiración; Rafa es un pintor que no ha vuelto hacer nada que le parezca que merezca la pena; Aldo es un ingeniero que se dedica a hacer baterías con chatarra: Eddy ha dejado de escribir: y a Tania no la ha quedado más que la mala bilis. No es extraño que estén llenos de resentimientos y recriminaciones, el uno para con el otro...
¿ES POSIBLE EL HOMBRE NUEVO?
Experiencias como estas, nos hablan de cómo todos creemos en algo, o en alguien, hasta que finalmente, nos decepciona. Nos decepcionamos hasta a nosotros mismos. Cada uno a su manera, es un creyente desencantado. Decía estos días, Woody Allen en Cannes, que había estado leyendo a Primo Leví. El escritor italiano de origen sefardí, logró sobrevivir a Auschwitz, para suicidarse sin aparente razón alguna, tirándose por el hueco de las escaleras de su casa en 1987… ¿por qué?
Allen dice “que si Leví había salido vivo de aquel horror, fue por su ferviente comunismo”. Sobrevive porque “tiene una motivación”, pero cuando “el comunismo se muestra como un sistema fracasado”, ¿de qué le sirve ya su creencia? Es en esa desilusión que nos damos cuenta de una realidad que no podemos cambiar. El hombre nuevo, soñado por el Che, no existe, ni existirá jamás, si no es nacido de arriba...
Nuestra esperanza está mas arriba del cielo que cubre la isla que somos cada uno de nosotros. Viene de un viento más poderoso, que el que refresca la noche del Malecón. "Sopla de donde quiere, y oyes su sonido; más no sabes de dónde viene, ni a dónde va" – dice Jesús (Juan. 3:8) –, pero hace toda las cosas nuevas. Es el viento de su Espíritu, que trae un mundo mejor...
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