Cuando la tierra ruge

Katmandú es la capital y ciudad mayor de Nepal. Con una población de 1.442.271 habitantes (en 2006), está situada en el valle del mismo nombre en Nepal central, en las cercanías del río vishumati a una altura de 1317 msnm.

Hace semanas me hubiese costado ubicar Katmandú en un mapamundi.

Tendría una leve idea de donde se encontraría, pero me sonaría lejana, exótica.

Hoy sé donde está Katmandú, sé que posee unos 7.000 habitantes menos, que está desolada y triste, cubierta de escombros, de miseria, de historias sesgadas por el zarandeo impetuoso de la tierra.

Los medios de comunicación hacen que lo lejano se acerque, que las desgracias distanciadas en el plano geográfico nos resulten próximas.

Pero: ¿por qué los muertos no poseen el mismo valor?

¿Por qué la memoria se vuelve frágil cuando el dolor es del prójimo lejano?

Imagino que las tragedias nos hermanan cuando las víctimas son de nuestro entorno más cercano, sin embargo, cuando son primos segundos en esta aldea global no parece que ese dolor sea tan doloroso, o al menos consistente.

Durante un tiempo indeterminado la tragedia de Nepal será una constante en los informativos, expondrán día a día el aumento de víctimas mortales, de cómo está llegando la ayuda humanitaria, de aquellos que regresan a casa y cuentan un tremenda narración de lo allí vivido. Pero al igual que pasó con Haití, o con muchas otras tragedias de las que hemos sido conocedores, se irá diluyendo en el tiempo mientras volvemos a nuestra rutina.

Es una realidad que el ser humano vive de una forma muy distinta las desgracias vecinas y las lejanas, en cierta manera las distantes las concebimos desde un ángulo de alivio, confortados por no ser receptores de los infortunios acaecidos.

Las vidas tienen un mismo valor.

Todos somos hijos de un mismo Dios.

Acostumbradas nuestras retinas a ver las desgracias impropias nos insensibilizamos y caemos en el error de olvidarlas dejándolas en el ostracismo de nuestras oraciones.

Lo que hoy nos zarandea, mañana queda eclipsado por una novedad novedosa que catapulta al olvido lo que hoy es trascendental.

Los muertos seguirán apareciendo entre las ruinas y la devastación.

Las cifras irán engordando mientras nosotros seguimos preso de una rutina que intentamos normalizar a base de trivialidades.

Y mientras niños vagan por una ciudad desolada, seguiremos creyendo en un mañana distinto todo ello desde el más absoluto silencio, ensordecidos por un soniquete alegre que hará virar nuestros corazones hacia lugares menos funestos.