En la mitología griega Ares está considerado el dios de la guerra. Su figura también implica la materialización de la fuerza bruta y de la violencia.
En la famosa y varias veces citada TEOGONIA, poema mitológico escrito hacia el siglo VIII antes de Cristo, que dio lugar a una corriente de pensamiento fundamental en los filósofos y poetas de las épocas sucesivas, su autor, Hesíodo, afirma que Ares era hijo del padre de los dioses, Zeus, y de su esposa Hera. En esto están de acuerdo casi todos los mitólogos. Pero otra leyenda, romántica, y poética cuenta que Hera huyó del Olimpo y entró en contacto con Cloris (Flora), patrona de las flores y los jardines. Al conocer el motivo del viaje de Hera le aconsejó que cogiese una flor que brotaba en los campos de Oleno. Hera tomó la flor entre sus manos, la colocó en el regazo y de ese contacto nació un dios robusto e iracundo: Ares.
Se ha dicho que los griegos formaban un pueblo pacífico, pero aun así no podían prescindir de la guerra. Ningún pueblo ha podido, ni puede, ni podrá. Siempre habrá guerras. La historia nunca nos habla de héroes que concertaron la paz. Entre dos personajes del norteamericano Scott Fitzgerald se desarrolla el siguiente diálogo:
Me voy a la guerra.
¿A qué guerra?
¿A cuál? No importa. No he leído los periódicos desde hace algún tiempo, pero supongo que habrá alguna guerra por ahí. Siempre hay una.
En la mitología griega Ares está considerado el dios de la guerra. Su figura también implica la materialización de la fuerza bruta y de la violencia. La leyenda lo describe como sanguinario. De aspecto brutal, sentía placer en la locura de las matanzas, las batallas y contiendas, estando considerado como la belicosidad personificada. Otras leyendas lo definen como un carnicero y un demente, no como auténtico guerrero. Armado de pies a cabeza irrumpía en las batallas montado en una cuadriga tirada por cuatro sementales inmortales con bridas de oro que respiraban fuego. Cuenta el mito que generalmente lo acompañaban demonios que le servían de escuderos, en particular Deímos y Fobos, el Temor y el Terror, hijos suyos.
Según Homero, Ares era despreciado por la mayoría de los dioses olímpicos. Su carácter salvaje y sanguinario lo hacían odioso incluso a sus propios padres. Zeus le dijo en una ocasión que le odiaba más que al resto de los dioses y que la única razón para tolerarle era que fuese hijo suyo y de su esposa Hera.
La irritación que despertaba en los demás dioses está reflejada en LA ILÍADA. En el canto V la diosa Atenea, tomándole de la mano, le habló así: “¡Ares, homicida Ares, enemigo fatal de los hombres, que no gustas más que de los combates sangrientos y de reducir a escombros las fuertes murallas”.
En el mismo canto es Apolo quien dice al furibundo dios: “Ares, funesto a los mortales, manchado de homicidios, demoledor de murallas”. Párrafos después, en el canto de Homero, es Hera, la propia madre de Ares, la diosa de los níveos brazos, quien pregunta: “¡Padre Zeus! ¿No te indignas contra Ares al presenciar sus atroces hechos?”.
No siempre el sanguinario guerrero salía victorioso de sus hazañas. De hecho, resultó varias veces herido. Su hermana Atenea, también divinidad guerrera, lo venció en varias ocasiones. Según LA ILÍADA (FINAL DEL CANTO V), Diómedes, príncipe de Argos y uno de los principales héroes del ciclo troyano, se enfrentó en lucha individual a Ares. Apoyado por Atenea consiguió que le hiriese, “desgarrando cruelmente su hermoso cuerpo. El férreo Ares se arrancó el arma lanzando al hacerlo un grito tan formidable como el que hubieran podido lanzar nueve o diez mil hombres”, cuenta Homero. Cuando comparece ante su padre lamentándose de que Diómedes le había herido, Zeus le dice que no se siente a sus pies y gima como un niño, ya que no le agrada otra cosa más que las disputas, la guerra y el asesinato.
Un oscuro mito arcaico cuenta que dos gigantes, Oto y Efíaltes, encadenaron a Ares y lo encerraron en una urna de bronce, donde permaneció trece meses gritando y aullando hasta que fue liberado por Hermes.
Otra leyenda dice que Halirrotio, hijo de Poseidón, se enamoró de Alcipea, hija de Ares. Al no ser correspondido por la joven, la raptó y la violó. Furioso Ares por la ofensa, buscó al joven y lo mató. Entonces tuvo lugar un curioso juicio. Poseidón logró reunir a los doce dioses del Olimpo. Ante ellos acusó a Ares de haber matado a su hijo. El dios de la guerra alegó que lo hizo porque el hijo de Poseidón había violado a su hija Alcipea. Se defendió con tanta elocuencia y con tanta exposición de razones, que los jueces divinos le absolvieron. Desde entonces aquél lugar se denomina Areópago, de Ares y pagos, lugar alto.
En el culto grecorromano y en la leyenda, Ares es identificado con Marte, el dios latino de la guerra. Aún cuando Joaquín Delago escribía en el siglo XIX que “sobre la vida y los hechos de Marte sólo pueden referirse infames torpezas y horrorosos estragos ocasionados por inhumanas guerras entre hombres”, quienes escriben sobre mitología griega sostienen que “Ares es más malvado que Marte, cruel, destructivo e incivilizado, que disfrutaba con el derramamiento de sangre”.
Las leyendas referidas a la vida de Ares le atribuyen numerosas aventuras amorosas. Nada de particular entre los dioses del Olimpo. Amantes del dios guerrero fueron, entre otras, Demonice, Harmonía (no su hija, una distinta, del mismo nombre), Aérope y otras, si bien la mujer más importante en su vida fue Afrodita, diosa de la belleza. Al escribir sobre Hefesto, dios del fuego, relatamos cómo estando éste casado con Afrodita la sorprendió encamada con Ares. Cuando Hefesto y Afrodita fueron expuestos ante todos los dioses, el marido de la diosa perdonó a los dos a condición de que pusieran fin a sus encuentros. Prometieron hacerlo así, pero no lo cumplieron. El dios de la guerra y la diosa de la belleza y de la lujuria continuaron su relación y tuvieron hijos. ¿Cuántos? No hay acuerdo entre las distintas leyendas. Una dice que dos, otras apunta a tres, y una tercera, al parecer la más fiable, porque aporta nombres, eleva el número a seis. Cabe en lo posible, teniendo en cuenta que el guerrero y la diosa mantuvieron una relación amorosa prolongada en el tiempo. Estos son los nombres de los descendientes de Ares y Afrodita. Anteros, Deimos, Eros, Fobos, Harmonía, Hímero.
El tema de Afrodita y su adulterio con Ares lo retoma Homero en el canto VIII de LA ODISEA. Al parecer, Hefesto, el marido engañado, se fajó en una disputa con la diosa. Escribe Homero: “Al sentir uno y otro aflojarse su recia atadura, de la cama saltaron y a Tracia él se fue mientras ella, la risueña Afrodita, partió para Pafo de Chipre, donde tiene su templo y su altar siempre lleno de ofrendas. Al llegar la lavaron las Gracias, la ungieron de aceite inmortal, del que brilla en la piel de los dioses eternos, y vistiéronla ropas preciosas, hechizos a los ojos”.
Esto sí que es vida de dioses. O de diosas.
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