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José de Segovia
 

Kurt Cobain: el peso de la vida

Hoy se cumplen 23 años de la trágica muerte. El documental “Montage Of Heck” desmitificó su figura, mostrando su lado más íntimo y solitario.

MARTES AUTOR José de Segovia 05 DE ABRIL DE 2018 14:00 h
Kurt Cobain Cobain: su vida triste y desesperada está muy bien reflejada en la foto que le hizo Ian Tilton para el desaparecido periódico musical británico Sounds.

En la mañana del 5 de abril de 1994 el fundador de Nirvana ponía fin a su vida. Las drogas, el dolor crónico de su cuerpo y su tristeza ante todo lo que le rodeaba le hicieron unirse al club de músicos muertos antes de cumplir los 30 años.



Kurt Cobain (1967-1994) se convirtió en un mito, el día en que se pegó un tiro en la cabeza. Su cadáver, encontrado por un electricista, escribió el epitafio de toda una generación, los “grunge” –era “su John Lennon”, como dice Rolling Stone–. Un documental desmitifica su figura, “Montage Of Heck”, mostrando su lado más íntimo y solitario. Se interna en su infancia difícil, sus continuos dolores de estomago y la tormentosa historia de amor que tuvo con Courtney Love. Su frágil personalidad y carácter depresivo, le acabaron haciendo insoportable la existencia. La historia de Nirvana fue increíblemente corta. A pesar de su brevedad, es una gran ilustración dramática de la vanidad de vanidades, que describe el Eclesiastés. Ya que Cobain, como el Predicador, descubre que en esta vida, todo es vanidad



Cuando en 1991 apareció “Nevermind”, nada parecía indicar el éxito que tenían por delante (aunque la oferta del sello Geffen, después de grabar con una compañía independiente como Sub Pop, nos muestra que alguien lo debió ver de antemano). Desde la publicación de este disco hasta el final de su carrera, no pasaron más de treinta y un meses. Sólo dos álbumes oficiales, a añadir a su disco anterior con Sub Pop (Bleach) y una recopilación de temas inéditos. Póstumamente, aparecería un concierto acústico grabado en televisión, parte de la famosa serie de Unplugged (desenchufados) y el directo de “From the Muddy Banks of The Wishkah”. En poco tiempo se convirtieron en la banda más famosa del planeta.



Este grupo unió la actitud del punk con las guitarras del heavy, creando grandes melodías pop, coronadas con los gruñidos grunge de Cobain. Era fuerte y angustioso. Para los adolescentes de los años noventa, Nirvana era la perfecta banda sonora para el apocalipsis final de un milenio que había traído la ruptura de una generación, cuyos hijos iban de un padre a otro, sin la seguridad de ser aceptados por ninguno de los dos. Esta carga de dolor y desamparo, hizo que el riff de la guitarra de “Smells Like Teen Spirit” provocara una catarsis emocional, que hizo de Cobain el portavoz de toda una generación. La llamada generación X, en vez de dar articulación literaria a su alienación, encontró en esta época de bombardeo visual, una explicación sonora que sirvió de confesión colectiva a su búsqueda de un exorcismo, que le diera consuelo ante una infancia rota por la destrucción familiar. 



 



La breve historia de Nirvana es una clara ilustración dramática de la vanidad de vanidades, que describe el Eclesiastés.



INFANCIA ROTA

Cobain parece haber sido un chico normal hasta la separación de sus padres. Nació en un pueblo perdido del estado de Washington, aunque se haría conocido en Seattle, la capital del pop de los años noventa, donde murió. Sufría ya de problemas en el estomago, pero fue la ruptura del hogar la que “simplemente destruyó su vida”, dice su madre. En su nota de suicidio, Cobain escribe: “Desde los siete años he llegado a odiar a la humanidad, en general”. Se desliza así por una pendiente, que le lleva a un “mundo de abuso de la heroína, completa paranoia, deseo de autodestrucción y un nihilismo que se encoge de hombros, en busca de un amor infantil”, tal y como le describe Phil Sutcliffe en un encuentro que tuvo con él para la revista Q, en un artículo llamado “Rey del dolor”, publicado seis meses antes de su muerte. 



 



Cobain parece un chico normal, hasta la separación de sus padres.



“La música me hace daño en dos maneras”, le dice Cobain a Jon Savage: “Tengo una irritación roja en el estomago, que es psicosomática, causada por la ira y los gritos; y tengo escoliosis, una curvatura de la espina dorsal, que empeora con el peso de la guitarra”. Por eso el cantante de Nirvana dice: “Tengo siempre un dolor, que se añade a la rabia de nuestra música”. Puede que sus problemas con el estomago vinieran de un fármaco que tomaba de pequeño, llamado Ritolin, para contrarrestar su conducta hiperactiva. Lo cierto es que la heroína fue una adicción fatal a este cocktail emocional, que explotó cuando tenía veintisiete años. 



Sus diarios, publicados ocho años después de su muerte, nos hablan de su lucha con la adicción. En una nota escrita en un papel en un hotel de Madrid, sólo unas semanas antes de su suicidio, dice que al principio se reía de la idea de que alguien pudiera engancharse por tomar una sola vez heroína: “Ahora sé que era verdad”... 



Su vida es una historia triste y desesperante, que ha quedado reflejada en esa foto que le hizo Ian Tilton, para el desaparecido periódico musical británico Sounds. En ella le vemos sentado en el suelo, con la mano en la frente en un gesto de dolor. Esta imagen ha sido seleccionada por la revista Q como una de las cien mejores fotos de la historia del rock. En ella Tilton cuenta cómo la hizo durante una gira en Seattle, antes de que se hicieran famosos: “Estaba sentado y llorando; sabía que estaba allí, pero no le importó que le hiciera una foto; el grupo también aceptaba su llanto, así que no era probablemente la primera vez que lo hacía”. 



UN MAR DE CONTRADICCIONES



Charles Cross dice en su biografía, “Heavier Than Heaven” que las causas de su muerte, pudieron ser: 1) la desesperación de su adicción; 2) su constante dolor en el estomago; 3) su sufrimiento emocional; y 4) los efectos alucinatorios de la combinación de drogas que tomaba. Pero también añade un comentario muy interesante: “Aunque finalmente es una cuestión espiritual”. En la introducción de su libro, habla de hecho sobre sus “preguntas sobre la espiritualidad”. 



Y desde luego que la fama no ayudó a su bienestar espiritual. De hecho exacerbó sus problemas. Le dio dinero para la droga y acentuó sus contradicciones. En su video, “Live Tonight Sold Out”, Cobain deja claro que no le gustan los macroconciertos. De hecho, el éxito parece que no era su deseo, ya que el grupo era más bien amante del underground. Su vocación era claramente marginal, pero se convirtieron en la banda más famosa del planeta. La fragilidad de Cobain hacía difícil sin embargo que pudieran sobrevivir en ese ascenso meteórico. Su canción “Very Ape”, es una clara confesión de cómo se encuentra “enterrado” en sus mentiras y contradicciones.



Otro biógrafo suyo, Christopher Sandford, se muestra más cínico sobre su aversión a la fama. En su opinión: “Toda su forma de actuar era una llamada de atención”. Lo que está claro para él es que “Kurt Cobain nunca estuvo contento”. Lo que nos lleva de nuevo a Eclesiastés. Ser famoso no es la solución para nuestros problemas: “No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después” (Ec. 1:11). La lista de éxitos del pop es la mejor prueba para saber para lo que sirven los “quince minutos de fama” de los que hablaba Andy Warhol.  



 



Cobain parece atascado en un momento del que no pudiera salir, como diría Bono.



TODO ES VANIDAD

Eclesiastés es de hecho el primer álbum de rock conceptual que jamás se haya escrito. Hubiera sido por eso, un magnifico tema para un disco de Nirvana. Mucho de ello, de hecho ha sido escrito una y otra vez en los cincuenta años de historia del rock. En un álbum conceptual no puedes sacar una canción de su contexto. Así también Eclesiastés se tiene que leer entero, para llegar a su conclusión. Algo que Cobain no hizo. Aunque como el autor se propuso buscar sentido a su vida. El Predicador lo intentó en el placer, la educación, las buenas obras y todo tipo de riqueza, para acabar dándose cuenta que todo es vanidad (Ec. 1:2). 



Como el pronóstico del tiempo de un día lluvioso, la lluvia cae sobre los ríos, que van a dar a la mar. Luego sube a las nubes, para caer como lluvia sobre ríos, que vuelven a dar a la mar, para volver a subir a las nubes. Así de tedioso y repetitivo es todo, según el predicador. “Todas las cosas son fatigosas, más de lo que el hombre puede expresar” (v. 8). Nada hay nuevo bajo el sol. Así que, ¿qué sentido tiene continuar el ciclo? Douglas Copland escribió una versión moderna de esto en su novela de 1992, “La vida después de Dios” (publicada en castellano por Ediciones B): “¿Es no sentir nada el inevitable resultado de no creer en nada? Entonces empecé a sentirme aterrorizado de que no hubiera nada en lo que creer, en particular”. 



Copland hace al final del libro una sorprendente confesión: “Aquí está ahora mi secreto. Te lo digo con una apertura de corazón, que no creo que pueda volver a conseguir otra vez, así que espero que estés en un lugar tranquilo cuando leas estas palabras. Mi secreto es que necesito a Dios.” Suena como Eclesiastés, ¿verdad? Puede que no haya realmente nada nuevo debajo del sol. Todo lo que se hace parece inútil. Pero tal vez tenemos que mirar más arriba… 



MÁS ALLÁ DEL SOL

Es sólo cuando vemos la vida por encima del sol, con la perspectiva de Dios, que podemos encontrar significado a esto que llamamos vida. El autor de Eclesiastés concluye al final del capítulo doce que el secreto está en Dios. Hay una dimensión vertical, además de una dimensión horizontal. De estas dos dimensiones habla Pablo en su segunda carta a los Corintios. Por las que “no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven”, descubrimos que “las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (4:18). Por eso dice Jesús: “No os hagáis tesoros en la tierra, sino en el cielo” (Mateo 6:19-20). 



Es fácil aprisionar nuestras vidas en los muros de nuestro tiempo y perspectiva. Nos encerramos en las circunstancias y limitaciones de lo que podemos ver y entender. Es así como perdemos la esperanza y nos vemos sin salida. Bono lo describe como estar “atascado en un momento del que no puedes salir”. Esa canción de U2 la hicieron para un amigo suyo, que era un cantante llamado Michael Hutchence, que también se quitó la vida como Kurt Cobain. 



Sin raíces en el pasado, ni dirección para el futuro, Cobain se quedó sin historia. Desde la línea que repite en su canción “Ven como eres”, “No, no tengo una pistola” (primer sencillo de su disco Nevermind) al tema que abre su siguiente disco “En el útero”, “Me odio y quiero morir”, todo parece señalar una muerte anunciada. Hay una declaración, más que una profecía, en esa foto con una pistola en la boca, o esa película que titula a los quince años: “Kurt Cobain comete un suicidio sangriento”. Su dolor se convierte así en icono de una generación, que simpatiza con su desesperación y debilidad, confusión y falta de propósito.



Para eso mismo vino Jesús a este mundo: para simpatizar con nuestro dolor y debilidad, sufriendo por nosotros, al llevar nuestra vergüenza en la cruz. Justo un año después de la muerte de Cobain, cuatro admiradores suyos fueron de Toronto a Seattle, para ahorcarse en un homenaje a su héroe. Ese viernes fue al año siguiente, Viernes Santo… Aquel que se compadeció de nuestras debilidades (Hebreos 4:15), sufrió así la muerte que nosotros merecíamos, llevando todas nuestras culpas y miserias. Ya que el suyo, no fue un sacrificio inútil, como el de Cobain, sino un acto de rescate, por el que nos ha dado la vida. Por su resurrección nos ha dado también una esperanza eterna, que ha roto el ciclo inútil de esta vida bajo el sol. ¡Miremos pues, más arriba!


 

 


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