Michael Gowen viaja a las zonas en Colombia donde muchos cristianos son asesinados cada año sólo por oponerse a la cultura de violencia que propagan los grupos armados.
Regresé recientemente de una misión con Puertas Abiertas en Colombia, país que quiero mucho. Los colombianos son extrovertidos y divertidos, disfrutan de la vida y se consideran entre los más felices del mundo; el país es muy hermoso, con una enorme diversidad de paisaje; es políticamente estable y tiene uno de los sistemas jurídicos los más avanzados en América Latina. Sin embargo, al mismo tiempo, hay zonas extensas - especialmente las zonas rurales más remotas - devastadas por un conflicto armado brutal que continúa desde hace más de 50 años. Grupos guerrilleros, paramilitares, bandas criminales, narcotraficantes y el ejército nacional luchan continuamente unos contra otros por el control del territorio, y por tanto de los ricos recursos del país. Como en todos los conflictos, son los civiles inocentes quienes sufren. 5,7 millones de personas en Colombia han tenido que huir de sus casas a causa del conflicto y son desplazados.
Los cristianos en las grandes ciudades colombianas - como Bogotá, Medellín, Cali - viven tan cómodamente (o incómodamente, si se es pobre) como en cualquier otro país latino. Pero, lejos de las ciudades, la vida de los cristianos es muy diferente. En las zonas controladas por uno de los grupos armados ilegales, son ellos los que dicen a los pastores cuándo pueden abrir sus iglesias y cuándo pueden celebrar cultos. Si no aceptan esas restricciones, se arriesgan a ser fusilados – de hecho muchos cristianos son asesinados cada año sólo porque se oponen a la cultura de violencia que suscitan los grupos armados para inculcar un ambiente de temor. Los hijos y las hijas de los líderes cristianos son un objetivo particular para el reclutamiento forzado por esos grupos armados, muchas veces cuando son todavía jóvenes. Esto se debe a que muchos de ellos tienen que vivir lejos de sus padres dado que quedarse en su casa no es seguro.
Además, hay una nueva dinámica de persecución que ha surgido en los últimos años. El gobierno ha dado un gran autonomía a los indígenas colombianos, para que ellos mismos gobiernen en las reservas, a tal nivel que ni la policía nacional y ni el ejército puede entrar en esas zonas. Pero muchas de las culturas indígenas cuentan con prácticas ocultas arraigadas; y cuando los indígenas se convierten a Cristo, son muchas veces perseguidos por sus propias autoridades tribales, los cabildos, por “traicionar las tradiciones del grupo”. Sin un proceso legal adecuado, son echados en la cárcel, azotados públicamente, puestos en el cepo y en la picota (castigos que desaparecieron en Europa hace 500 años) y sus tierras y posesiones son confiscadas. Muchos cristianos indígenas se ven obligados a huir de sus hogares y vivir en otra región, lejos de la autoridad de los cabildos.
La Biblia nos dice que si una parte del cuerpo de Cristo sufre, todos los miembros se duelen con ella (1 Corintios 12:26). Entonces, ¿qué podemos hacer para ayudar a nuestros hermanos y hermanas colombianos que sufren? Por encima de todo, podemos orar. Puede parecernos algo poco importante, pero nunca se debe subestimar el poder de nuestras oraciones. Las raíces del conflicto en Colombia son tanto espirituales como políticas y materiales; y las armas espirituales son necesarias para romper la espiral de violencia que infecta a toda la sociedad colombiana.
Nuestras oraciones expresan nuestra solidaridad con nuestros hermanos y hermanas colombianos que sufren; y no hay duda que la solidaridad en la oración tiene efectos. Por ejemplo, conocí en mi misión que entre militares de alto nivel algunos se han convertido a Cristo; también pude saber de cristianos que dan testimonio a miembros de los grupos armados a un alto coste personal, de ex-guerrilleros que ahora están predicando a Cristo a la guerrilla; de cristianos indígenas que sigue dando testimonio a su propia gente, aunque hayan estado en la cárcel por ese testimonio; y de otros que enseñan en las escuelas indígenas cristianas sin recibir un salario. Sí, Dios está obrando en Colombia.
Visité en una de las zonas rurales más o menos seguras de Colombia una escuela, financiada por Puertas Abiertas. Allí viven y son educados 60 niños y niñas, hasta los 18 años. Algunos de los niños vieron a sus padres ser asesinados; para otros, vivir con son sus padres es demasiado inseguro. En lugar de la violencia, del posible reclutamiento forzado a un grupo armado, o algo peor, reciben una buena educación en un lugar de seguridad y protección; entonces tienen un futuro con esperanza. A pesar de haber visto el precio que han pagado sus padres por seguir Cristo, muchos quieren ser pastores y líderes cristianos también.
También aprendí del trabajo que Puertas Abiertas hace con los cristianos indígenas. No pudimos viajar a una zona indígena, como habíamos planeado, porque la situación de seguridad se había deteriorado y se nos impidió el paso a los extranjeros. Puertas Abiertas ayuda a los creyentes indígenas a establecerse en sus nuevos hogares, donde han huido al escapar de la persecución; para beneficiarse de los derechos garantizados por la ley colombiana (que no reciben de los cabildos); y para educar a sus hijos en escuelas cristianas, en lugar de las escuelas indígenas, donde se enseña a los niños, por ejemplo, como hacer sacrificios a los dioses tribales.
Si se quiere hacer algo más que orar, se puede donar a las organizaciones que trabajan con los cristianos perseguidos en Colombia, o se puede escribir a cristianos en sus situaciones de sufrimiento. Puertas Abiertas es una de esas organizaciones reconocidas internacionalmente, y todos sus detalles están disponibles en su página web. Mi propio apoyo a Puertas Abiertas se remonta durante más de 40 años, a la época cuando escuché el hermano Andrew, el fundador, hablar en la Universidad de Manchester cuando yo era estudiante. Su desafío ha quedado conmigo desde entonces: “Si una parte del cuerpo de Cristo está sufriendo y no podemos sentir su dolor, ¿somos en verdad miembros artificiales?” ¡Que Dios abra nuestros oídos para escuchar el grito de la iglesia que sufre en las zonas rurales colombianas, y que levantemos nuestras oraciones por ella al trono de los cielos!
Michael Gowen vive en Inglaterra, pero trabajó durante 25 años para la Comisión Europea en Bruselas, en la conservación de la energía, el comercio agrícola y en la gestión de ayuda humanitaria de emergencia a lugares en crisis en Asia, América Latina y África.
Es colaborador de Evangelical Focus desde enero de 2015.
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