La mitología puede parecer inexplicable y extravagante, pero es así, no hay más, está reñida con la razón, es eso, mito puro.
Como quedó escrito en el capítulo sobre Apolo, se impone distinguir entre dos mujeres que ostentaron el mismo nombre: Artemisa, reina de Halicarnaso, en Asia Menor, hermana y esposa del rey Mausolo, para quien construyó a su muerte un magnífico sepulcro el año 353 antes de Cristo (de aquí se deriva la palabra mausoleo) y la otra Artemisa que nos ocupa, una de las divinidades mayores en el Olimpo de la mitología griega.
Es imposible determinar con exactitud cuándo, cómo y dónde nació Artemisa, debido a las distintas versiones existentes. La opinión más extendida, apoyada por Homero en la ILÍADA, afirma que nació en la isla de Delos, en las Cícladas, entre Mykonos y Siros. Fue hija de Zeus y de Leto, hija a su vez de los titanes astrales Ceo y Febe. Leto sufrió los dolores de parto durante nueve días y nueve noches, hasta que por fin fue capaz de dar a luz a sus hijos, pues tuvo dos: Artemisa y Apolo. Dice la leyenda que al ser Artemisa la primera en nacer ayudó a su madre en el parto de su hermano Apolo.
La mitología puede parecer inexplicable y extravagante, pero es así, no hay más, está reñida con la razón, es eso, mito puro.
En el canto a Artemisa Homero dice de esta y de su hermano Apolo que fueron “los mejores entre los inmortales, tanto por su forma de ser como por sus obras”. Y añade: “Salud, hijos de Zeus y de Leto, de hermosa cabellera: que yo de vosotros me acordaré, y de otro canto”.
En el arte griego Artemisa suele estar representada como una cazadora joven, alta, delgada, llevando un vestido corto, por encima de la rodilla. Se la describe por lo general en actitud de marcha, llevando el arco y la aljaba, seguida por una cierva o por varios perros.
Homero la retrata avanzando a través de los montes, deleitándose con las cabras y los ciervos veloces, seguida por Ninfas agrestes. Cuando se la representa como diosa de la luna lleva una túnica larga y a veces un velo cubriendo la cabeza.
Los romanos identificaban a Artemisa con Diana, la diosa latina de los bosques, que no era, en muchos aspectos, diferente a la griega.
Como diosa de gran atractivo sensual, Artemisa tuvo muchos pretendientes, pero ninguno de ellos logró ganar su corazón. Cuando tenía sólo tres años de edad, estando un día sentada en las rodillas de su padre Zeus, éste le preguntó qué regalo deseaba. La niña respondió sin dudar: “Te ruego que me concedas la eterna virginidad. Contestó Zeus: tendrás eso y más”. Y como cuenta la leyenda, la diosa se mantuvo siempre virgen. Una virgen arisca. Nunca tuvo contacto sexual con dios ni con hombre. Su único placer era la caza, corriendo siempre, armada con su arco, tras los ciervos veloces.
A Bufago, un misterioso héroe que intentó violarla, lo mató de un disparo.
A otro que quiso hacer lo mismo, entrar a su cuerpo, Orión, un cazador gigante, le envió un escorpión que lo fulminó en el acto. Fue más cruel con Acteón, gran cazador, hijo de Aristeo. El desgraciado contempló a Artemisa desnuda cuando se bañaba en un manantial. A la diosa virgen le entró un ataque de ira y lo convirtió en ciervo. A continuación le echó sus propios perros de caza, que lo devoraron.
Una particularidad de Artemisa era rodearse constantemente de ninfas jóvenes. Pero sólo aceptaba a muchachas vírgenes, las que estaban dispuestas a hacer votos de virginidad igual que ella. Estas se convertían en sus compañeras y sirvientas; quedaban ligadas al mismo modo de vida de su señora divina, que no mostraba compasión hacia aquellas que perdían su virginidad. Una de sus acompañantes, la heroína Arcadia Calisto, fue violada por Zeus y quedó embarazada. Algunos meses después Artemisa ordenó a sus acompañantes que se desvistieran para bañarse con ella. Entonces se dio cuenta de que Calisto estaba embarazada. Furiosa, la expulsó del grupo. Algunas versiones cuentan que además de expulsarla de su compañía la transformó en un oso para castigarla.
En LOS ORÍGENES DE LA MITOLOGÍA GRIEGA, sus autores, son tres, sostienen que todos los dioses, los doce del Olimpo y los considerados dioses menores, tenían lo que los psiquiatras llaman personalidad psicopática. Podían mostrarse buenos y malos, cariñosos y crueles, dar la vida o matar cuando ellos lo estimaban necesario.
Artemisa no era una excepción. Tenía una faceta luminosa y otra faceta oscura. Esta se revela en algunas vasijas pintadas donde aparece como la diosa de la muerte. Título apropiado, pues bajo sus flechas cayeron hombres, mujeres, doncellas jóvenes, héroes y dioses de menor importancia. Algunas leyendas dicen de ella que fue una deidad bienhechora y al mismo tiempo cruel.
Como diosa buena se la consideraba “Señora de los animales”. Este aspecto agradable de su naturaleza queda evidenciado en la preocupación que manifestaba por los cachorros de todos los animales que nacían en los bosques, fueran dóciles o bestias salvajes.
Aunque virgen, protegía a las mujeres que iban a dar a luz y las asistía en el parto.
En su introducción a los HIMNOS HOMÉRICOS, Antonia García Velázquez destaca otra faceta humana de la diosa: “se cuida de la crianza de los niños hasta que llegan a la madurez, desde donde se iniciará su integración en la sociedad”.
Esta cara amable tenía su reverso oscuro. Como diosa de la muerte coleccionaba una larga lista de víctimas. Algunas leyendas aseguran que mató a más de cincuenta personas. En una ocasión la reina legendaria de Frigia, Níobe, hija de Tántalo y esposa de Anfión, se jactó de ser más bella que Leto, madre de Artemisa, porque había dado a luz catorce hijos y Leto sólo dos. Artemisa, que veneraba y amaba a su madre, ayudada por su hermano Apolo fue matando uno a uno a toda la descendencia de la infeliz Níobe por insultar a su madre y a fin de que ésta no sufriera más humillaciones. En la mitología como en el día de ayer que pasó, la vida y la muerte son las dos caras de la existencia; negar una de ellas significa el rechazo de ambas.
En el primer tomo de MUSA CELESTE, donde el profesor de griego Jesús Taboada realiza un recorrido por los antiguos mitos, ofrece esta bella y poética estampa de Artemisa: “Diosa siempre virgen como los territorios que habita y protege, la blancura de su piel parece tomar reflejo nacarado de la misteriosa claridad lunar. Su sensualidad tiene la perfección de lo intacto, de lo que no puede ser palpado sin pervertirlo hasta su destrucción”.
Otro autor, el catedrático Joaquín Delago, en un pequeño tomo impreso en Jaén en 1868 titulado NOCIONES DE MITOLOGÍA, dice de Artemisa: “fue la más ligera y airosa de las diosas, pero tan pura y casta, que sólo por conservar su virginidad aborreció el trato común con los hombres, hasta el extremo de huir a los bosques, rehusando los halagos del deleite y detestando los lazos engañosos,….acompañada por un séquito de ochenta ninfas que Zeus puso a sus órdenes… Era de un carácter altamente vengativo, iracunda e implacable para con sus enemigos, los que atentaban contra su castidad, y sobre todo con las ninfas de su séquito que se dejaban seducir”.
Simple curiosidad: un capricho del actual gobierno cubano puso el nombre de Artemisa a la última provincia incluida en la geografía de la isla. Con 690 kilómetros y unos 100.000 habitantes, se encuentra en la llanura La Habana-Matanzas.
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